La eterna lucha del eucalipto, o cómo domar unos cultivos intensivos

Diego Cobo

Santander —

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Durante una excursión por los Dolomitas, a Rainer Maria Rilke le fascinó aquel agreste paisaje, aunque el entusiasmo que sentía al caminar por la montaña se anuló al pensar que el invierno pronto marchitaría la bulliciosa naturaleza. Es probable que el poeta, si paseara hoy entre una masa de espigados eucaliptos, admiraría sus hojas azuladas, palparía alegre la corteza desprendiéndose como papel y se sentiría embriagado por la fragancia mentada de los árboles. Pero también es posible que, al igual que en su paseo junto a Freud —que abundó en la sensación de su amigo para escribir un ensayo sobre la transitoriedad­­—, la melancolía se apoderara de él: esta maraña de ramas, los árboles autóctonos pegando el estirón bajo los eucaliptos y los aromas profundos desaparecerán con la próxima tala.

La industria asociada al eucalipto, esos árboles australianos que dominan tantos montes del norte de España, genera más de ocho millones de euros al año en Cantabria al tiempo que cosecha tanta madera como críticas. Es una cuestión que supura todo tipo de opiniones debido a su condición exótica. “Pero lo importante es demostrar que la mala fama del eucalipto no tiene mucho sentido”, adelanta Carlos Tejedor, presidente de la Asociación Forestal de Cantabria (Aforescan), quien trata de desmontar cada uno de los ataques —empobrecimiento del suelo, mayor riesgo de incendios, incompatibilidad con bosques autóctonos, su condición invasiva— a esta especie venida de otra punta del planeta. La asociación reúne a más de cien propietarios forestales, y eso, en Cantabria, significa hablar de propietarios de eucaliptos, ya que son las plantaciones más rentables.

Mucho tiempo ha pasado desde que Marcelino Sanz de Sautuola plantara el primer eucalipto blanco. Fue en 1863, cuando le enviaron desde Francia un ejemplar de 67 centímetros que él clavó en su finca de Puente San Miguel. Tres años más tarde, envió sus Apuntes sobre la aclimatación del Eucaliptus globulus en la provincia de Santander a la organización de la exposición provincial, dando cuenta de su dureza y de un crecimiento que calificó como “prodigio de la creación”. El naturalista, que había seguido su evolución con minuciosidad, comprobó cómo el árbol, su árbol, creció más de un metro durante los primeros ocho meses junto a él; dos metros y medio más en los siguientes nueve meses. Y así, entre mediciones y asombros durante casi tres años, vio al eucalipto crecer más de dos centímetros al mes, incluida alguna labor de rescate después de que una surada lo partiera por la mitad y él lo entablillara como a un herido. La columna del eucalipto se soldó y junto a la cicatriz le salieron brotes de más de dos metros. El propio Sanz de Sautuola no daba crédito.

El 21% del territorio forestal de Cantabria con árboles está cubierta de eucalipto. Las especies autóctonas, por su parte, ocupan el 74% de la superficie arbolada

El rápido crecimiento del eucalipto, de hecho, es el mayor atractivo para un sector que en Cantabria mueve 300.000 metros cúbicos de madera al año. “Tiene sentido plantar eucaliptos cuando se utiliza poca superficie para producir mucha madera”, explica Tejedor. Atendiendo a ese principio, pues, el eucalipto cumple todas las exigencias. Podría parecer que las masas de eucaliptos que se ven desde tierra, mar y aire suponen un gran mordisco de la superficie de Cantabria, cuya superficie forestal (373.793 hectáreas) ocupa el 68% del territorio. Ese paisaje verde y escarlata, alguna vez cubierto de robledales, ha convertido a Cantabria, como al resto de comunidades norteñas, en un lugar idóneo para el desarrollo de la especie: el 21% del territorio forestal de Cantabria con árboles está cubierta de eucalipto. Las especies autóctonas, por su parte, ocupan el 74% de la superficie arbolada.

Con esos datos coloreando el mapa forestal, Carlos Tejedor afirma que los eucaliptos son una “oportunidad medioambiental” ante las amenazas del cambio climático gracias a su papel como fijadores de dióxido de carbono y su carácter renovable, aunque los beneficios sobre estos árboles se detallan en pormenorizados estudios. El informe forestal del eucalipto en Galicia y la cornisa cantábrica habla de la altísima absorción de dióxido de carbono del eucalipto, de la protección del suelo frente a la erosión y del mantenimiento de los nutrientes. La publicación de 2021 también subraya las ventajas de estos árboles, como el hecho de que rebroten de la cepa, valora su eficiencia en el uso del agua y arroja la implacable conclusión de que “el eucalipto no es más inflamable que otras especies”, desviando la responsabilidad de los incendios hacia la “falta de gestión”, como la maleza bajo el suelo, que actúa como poderoso combustible.

Se trata de un conjunto de afirmaciones que explotan ciertas creencias extendidas. Pero después de nombrar algunas de las pruebas que respaldan las virtudes del eucalipto, el presidente de Asforcan también admite que los eucaliptales no generan tanta diversidad como un bosque autóctono, aunque tampoco lo pretende, ya que “las funciones son distintas”. Su discurso en favor del eucalipto, por lo tanto, no tiene grietas, aunque quizá, y solo quizás, habría que poner a remojo aseveraciones que provienen de una parte interesada. Y sí, admite Carlos Tejedor, él es parte interesada: “Pero también informada”, matiza.

Un recurso de origen renovable

Del eucalipto sale cartón, fibras que sustituyen al algodón o el poliéster, vigas para la construcción, cremas, compresas, aceites balsámicos. La madera también se emplea como biomasa, las abejas liban el néctar de sus flores blancas y sus hojas salpican ramos de otras flores. Entre las más de 600 variedades, en Cantabria predomina la presencia de los eucaliptos blancos, como el que plantó Sanz de Sautuola o el que sobrevive en la localidad de Viérnoles (uno de los 11 eucaliptos que integran el catálogo de Árboles singulares de Cantabria), aunque la especie nitens está ganando terreno gracias a una mejor adaptación al frío. La historia de plantaciones se remonta a mediados del siglo XIX, pero su verdadera expansión llegó en los años cincuenta del siglo XX de la mano de Sniace. La empresa de producción de celulosa fue experimentando así con decenas de especies hasta lograr acaparar más de 3.000 hectáreas forestales que, tras el cierre de la planta de Torrelavega, han acabado en manos de Ence.

Porque son cultivos. Si Carlos Tejedor dice que no se puede comparar un bosque con una plantación de eucaliptos, Adolfo del Cerro, profesor del ciclo formativo de Gestión forestal y del medio natural en Cabezón de la Sal, considera que la única semejanza es que ambos son un conjunto de árboles. Nada más. “No podemos comparar un cultivo que tiene una función productora de diez años con una masa forestal de 200 años. No tiene nada que ver”, explica Del Cerro. En sus clases, este profesor de la asignatura de Aprovechamientos Forestales suele explicar que el eucalipto es una especie botánica más. Y en Cantabria, donde tantos montes están tapizados por ella, su peso social y económico es definitivo.

Adolfo dice continuamente que su postura es técnica, que un bosque tiene otras características asociadas, que no se puede demonizar una especie solamente por ser alóctona, que su madera es un recurso renovable o que el sector aporta empleo; una serie de atributos que, desprovistas de extendidas creencias nocivas, le llevan a decir, por si había alguna duda, que él no es defensor del eucalipto y que las plantaciones se asientan donde pueden estar, que es por debajo de los 350 metros de altura. Pero su visión técnica —“desde un punto de vista de la conservación te hablaría de otra cosa”— también le lleva a preguntarse por las alternativas reales a los eucaliptales. “¿Qué tendríamos en esas zonas si no tuviéramos eucalipto? ¿Praderías, pastizales, robledales? No lo sé”, dice, abriendo así la cuestión del abandono del territorio.

La planificación forestal en Cantabria no ha sido capaz de ordenar un sector que, de manera más drástica que en otras comunidades autónomas, ha acabado convirtiendo la política forestal en política celulósica

Un informe de Greenpeace acerca de la conflictividad de las plantaciones de eucaliptos alertaba de que la carrera ahora se situaba en cubrir mayor superficie de eucaliptos para seguir manteniendo la producción. Y eso implica introducir nuevas especies para cultivar bajo otras condiciones climáticas. “La planificación forestal en Cantabria no ha sido capaz de ordenar un sector que, de manera más drástica que en otras comunidades autónomas, ha acabado convirtiendo la política forestal en política celulósica”, decía un informe que, sin embargo, comenzaba así: “El árbol del eucalipto no tiene la culpa”.

Entre los problemas señalados, la organización ambientalista mencionaba las plagas llegadas de Australia, el estancamiento del precio de su madera o la marginación de la industria de los aserramientos frente a la “política celulósica”, que en el caso de Cantabria es casi absoluta. El informe, además, recordaba un estudio sobre los suelos realizado en los años 90 por la Universidad de Cantabria cuyos resultados no se hicieron públicos e incluso desaparecieron, aunque recuerdan que los expertos recomendaron que los eucaliptales no sobrepasaran las 10.000 hectáreas de superficie. Hoy ocupan 40.000. El manifiesto Una visión común sobre el problema de las plantaciones de eucalipto, firmado por 15 organizaciones ecologistas que clamaban contra su mala planificación, también exculpaban al árbol como punto de partida: “Los males del eucalipto no son imputables a este árbol, sino a unas deficientes técnicas de planificación, repoblación, selvicultura y explotación, es decir, a la especie humana”.

¿Bosques autóctonos frente a eucaliptales?

Los eucaliptales se asientan sobre antiguas praderas que la industria naval y metalúrgica despellejaron durante siglos, por lo que las plantaciones del litoral no sustituyen a los bosques autóctonos, dicen desde Asforcan. Esa duda se la trasladamos a Clemente Rasines, presidente de la Asociación Cultural Bosques de Cantabria, que señala que el avance de los eucaliptos no debería ir en detrimento del bosque autóctono. “Pero la realidad es que donde tiene la capacidad de desarrollarse con un buen rendimiento, el eucalipto es el árbol dominante”, expone. Sembrar eucaliptos es una oportunidad perdida, a su juicio, para recuperar los viejos bosques.

La ordenación del territorio y el sistema industrial de explotación son algunas de las respuestas para mitigar el impacto de unos cultivos que se renuevan cada 15 años. Rasines no acusa al árbol de los daños atribuidos al territorio, sino al intensivo modelo silvícola. Aun así, la propuesta de la asociación, que hace una década ya presentó un Plan de sustitución progresiva de las repoblaciones de Eucalipto por otras especies alternativas menos exigentes en consumo de agua ante la previsión de extinción de bosques autóctonos y la probable conquista del eucalipto debido a su fácil adaptación, es favorecer el crecimiento de especies autóctonas.

El conservacionista no niega que los eucaliptales, donde la luz se cuela a raudales debido a la poca frondosidad de sus ramas, permitan el nacimiento de castaños, robles o encinas. Pero también dice que de qué le sirve a un roble crecer en el fondo de la plantación si a los pocos años lo van a talar: “Son árboles condenados a morir: no prosperan”. Tampoco está de acuerdo en el infalible argumento de que las plantaciones de eucaliptos absorben mucho dióxido de carbono, porque esos árboles luego se cortan y dejan de ser sumideros. “Y lo que has hecho”, dice, “es impedir que otros árboles, que podrían mantener esa función durante muchos más años, lo haga”. Los defensores del eucalipto afirman que la fijación de carbono se mantiene debido a sus raíces profundas y que la especie rebrota sin necesidad de volver a sembrar.

Al final, nos encontramos en la situación actual: hemos perdido bosques para tener eucaliptales. En poco más de medio siglo ha cambiado totalmente el paisaje de Cantabria

El profesor de Aprovechamientos Forestales, que no defiende al eucalipto, sí lo aparta del cadalso de la opinión pública, pues considera que hay que hablar de la multifuncionalidad de los montes, del inevitable consumo humano de recursos y su diversificación, es decir, de los montes productores y de los montes protectores. Esa opinión también planea en la conversación con el presidente de la asociación de bosques autóctonos, que no está en contra de ningún cultivo —tampoco del de eucalipto— porque todos consumimos recursos. “Pero no cuando un recurso se consigue en detrimento de otro recurso”, detalla. La biodiversidad de un eucaliptal es ciertamente limitada, y Rasines cree que esas praderas que alguna vez estuvieron cubiertas de bosque mixto deberían de volver a sus orígenes: sin la intervención humana, argumenta, los bosques se regenerarían solos. “Porque al final”, admite, “nos encontramos en la situación actual: hemos perdido bosques para tener eucaliptales. En poco más de medio siglo ha cambiado totalmente el paisaje de Cantabria”.

La mayoría de los montes son públicos y la explotación del eucalipto supone un ingreso para juntas vecinales y ayuntamientos. En Cantabria, a diferencia de Galicia, la superficie ocupada por los eucaliptos se ha mantenido estable en las últimas décadas con permiso de enfermedades como la mancha foliar o la plaga del defoliador Gonipterus, que han lastrado la productividad de los cultivos. En una hectárea caben entre 1.100 y 1.600 árboles que aportan 300 metros cúbicos de madera. A 32 euros el metro cúbico, cada hectárea provee de 9.600 euros cada 15 años; una rentabilidad que los críticos califican de insuficiente como para mantener su expansión.

En este torbellino de informes y argumentos, Adolfo del Cerro dice que hay publicaciones “que te dicen una cosa y la contraria”. Y es cierto: en un artículo científico sobre los efectos ambientales del eucalipto, por ejemplo, los autores admiten que no existen muchos trabajos sobre el efecto de los eucaliptales en el suelo o acerca de las consecuencias de las plantaciones sobre la biodiversidad. Pero sí critican la pérdida de materia orgánica o la alteración de los ríos cercanos debido al modelo de explotación. En cuanto a los eucaliptos, dicen que su hojarasca frena el crecimiento de otras especies, que hay más riesgo de incendio que en otras masas forestales, que reduce la cantidad de anfibios y aves y que la vida en los ríos se ven afectados debido a la baja calidad de las hojas de los eucaliptos.

Los intentos por fulminar al eucalipto de los paisajes, incluida la recomendación del Comité Científico de Medio Ambiente de declararlo especie invasora, es una vieja tentación que ha llegado a los tribunales. El Tribunal Superior de Justicia de Madrid desestimó finalmente la acusación mientras que el Parlamento Europeo dijo, en 2017, que el eucalipto no cumplía los criterios para ser declarado como invasivo.

Todas las maldiciones acumuladas de los “cultivos monoespecíficos” han atribuido al eucalipto un carácter casi maldito. Esa opinión, propagada a través de paisajes monótonos y suelos pelados, ha favorecido su estigma. Pero los estudios, los expertos y los informes acusan a la ausencia de políticas audaces en una tierra, Cantabria, con casi la mitad de su superficie forestal desarbolada. El miedo es que a esos territorios pelados los conquiste el eucalipto.

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