Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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Lo de Ana Obregón, lo de Dragó, lo del Dalai Lama, lo de Gérard Depardieu, por citar solo lo de esta semana, nos habla todo el rato de lo mismo. En el mercado y el patriarcado, el cuerpo de las mujeres tiene precio pero no tiene valor. “Si no es atractiva, no vale nada”, dijo en 2015 el Dalai, Premio Nobel de la Paz, en unas declaraciones que se han recuperado ahora a raíz del vídeo en el que obliga a un niño a besarle en los labios y le pide que le chupe la lengua. En otro episodio nauseabundo, Dragó presumió de haberse acostado con dos niñas de 13 años, “pero no dos lolitas cualesquiera sino de esas que se visten como zorritas”. Puedes alardear en un libro de ser un pederasta, continuar tu vida como eximio intelectual y abandonarla entre laureles y panegíricos. Si eres hombre.
Si eres hombre, se lo tomarán incluso como una de tus traviesas provocaciones, otra aventura del libertino librepensador para escandalizar a las feministas. Ocurrió también en Francia, donde Gabriel Matzneff, premiado enfant terrible de las letras galas, se pasó años publicando en sus estomagantes diarios sus relaciones con menores, sin que nadie se inmutara, hasta que la escritora Vanessa Springora contó en su libro, El consentimiento, cómo mantuvieron una relación pedófila cuando ella tenía 13 años y él, 50. Al menos, al francés lo apartaron de la vida pública. Dragó apenas mereció un pudoroso reproche, más cómplice que otra cosa, y le han blanqueado el sepulcro con goma de borrar y ríos de tinta. Como a Kobe Bryant, del que pocas necrológicas recordaron su violación a una camarera de hotel de 19 años. Son niñas. Son mujeres. Tampoco importan tanto. Son más importantes ellos y sus hazañas.
Para el blanqueamiento de Plácido Domingo no esperaron al obituario, solo al cumpleaños. Cuando cumplió 80, Rubén Amón le escribió la enésima apología, los periódicos de derechas le pusieron la tarta y Ayuso y un Auditorio Nacional repleto le regalaron un aplauso de media hora. Y aquí paz y después gloria bendita. El tenor vuelve a cantar en España como si nada. El Mundo llegó a titular su entrevista: “Tan malo fue el momento que pasé como grande el abrazo que recibí”. Lo importante es lo mal que lo pasó el pobre, no las veintisiete mujeres que denuncian los mismos abusos y acosos en lugares y momentos distintos. Sus cuerpos se pueden agredir, manosear, violentar porque son cuerpos vacíos. Son caramelos. Golosinas. Se chupan, se mastican, se escupen o se gastan. No son nadie. Son busconas. Buscaban su dinero y su fama. ¡Pero él es Plácido, el hombre, el genio, el de los tres tenores!
¡No pasa nada, es Gerard!, les decían a algunas de las trece mujeres que ahora han denunciado a Depardieu por ser un acosador como Domingo. Es Gerard, mujer, tendrías que estar agradecida de que te quiera tocar con su varita. Tan malo es el encubrimiento de estos pollaviejas como grande el desprecio a sus víctimas. No puedo imaginar el asco, la frustración, la ira que deben sentir las mujeres cada vez que a ellos se les disculpa, exculpa, homenajea mientras se esconden, se niegan y se olvidan los cuerpos violentados de ellas. Dan igual. Hay mujeres violadas, maltratadas, asesinadas a todas horas y en todas partes, mujeres que son el botín y el arma de guerra, mujeres explotadas y esclavizadas sexualmente, y no importan. Ocurre en nuestras calles, están en las noticias de prensa, ocupan portadas, y pasamos la página.
Pasamos de todo y no pasa nada. Sus verdugos siguen sus vidas y por eso a ellas las siguen violando. Porque realmente no valen nada. Valen tan poco, que una mujer rica como Ana Obregón puede alquilar el vientre de otra mujer más pobre para comprarse una niña como terapia para superar el duelo por la muerte de su propio hijo. Valen tan poco, que Obregón vende la exclusiva de su compra a una revista, la mujer rica hace negocio con la mujer pobre, primero la alquila y después la vende, aunque a ella nunca la veamos, porque los cuerpos de las mujeres se vuelven invisibles después de que se abusa de ellos. Valen tan poco los cuerpos de las mujeres, y cuanto más pobres menos, que los ricos los pueden alquilar por una pena o un capricho. Miguel Bosé puede comprarse cuatro hijos y luego repartírselos con su expareja como si fueran canicas. Porque son canicas. Bienes de mercado. Producidos por una máquina de carne y hueso, una vasija, una incubadora con piernas. Cuando un humano se puede vender, alquilar y comprar es porque su vida ha perdido todo el valor, ya solo importa lo que cuesta.
Son Ana y los 7. Ana y los 7 casos que demuestran que el cuerpo de las mujeres tiene precio pero no valor en el mercado, que en el patriarcado, interesa el cuerpo de las mujer pero no la mujer misma. Si alguien lo duda, la prueba de sustitución no falla. Si en lugar de mujeres fueran hombres las víctimas, si fueran hombres los que se tienen que embarazar para parirte un hijo, si fueran hombres los acosados, los violados y los asesinados por mujeres, si una Dalai Lama femenina dijera que “los hombres que no son atractivos no valen nada”, el mundo se paraba. Porque los hombres, si no son pobres, sí importan.
Lo de Ana Obregón, lo de Dragó, lo del Dalai Lama, lo de Gérard Depardieu, por citar solo lo de esta semana, nos habla todo el rato de lo mismo. En el mercado y el patriarcado, el cuerpo de las mujeres tiene precio pero no tiene valor. “Si no es atractiva, no vale nada”, dijo en 2015 el Dalai, Premio Nobel de la Paz, en unas declaraciones que se han recuperado ahora a raíz del vídeo en el que obliga a un niño a besarle en los labios y le pide que le chupe la lengua. En otro episodio nauseabundo, Dragó presumió de haberse acostado con dos niñas de 13 años, “pero no dos lolitas cualesquiera sino de esas que se visten como zorritas”. Puedes alardear en un libro de ser un pederasta, continuar tu vida como eximio intelectual y abandonarla entre laureles y panegíricos. Si eres hombre.
Si eres hombre, se lo tomarán incluso como una de tus traviesas provocaciones, otra aventura del libertino librepensador para escandalizar a las feministas. Ocurrió también en Francia, donde Gabriel Matzneff, premiado enfant terrible de las letras galas, se pasó años publicando en sus estomagantes diarios sus relaciones con menores, sin que nadie se inmutara, hasta que la escritora Vanessa Springora contó en su libro, El consentimiento, cómo mantuvieron una relación pedófila cuando ella tenía 13 años y él, 50. Al menos, al francés lo apartaron de la vida pública. Dragó apenas mereció un pudoroso reproche, más cómplice que otra cosa, y le han blanqueado el sepulcro con goma de borrar y ríos de tinta. Como a Kobe Bryant, del que pocas necrológicas recordaron su violación a una camarera de hotel de 19 años. Son niñas. Son mujeres. Tampoco importan tanto. Son más importantes ellos y sus hazañas.