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Carta con respuesta es un blog del escritor Rafael Reig. Dejad vuestros comentarios en este blog sobre vuestras preocupaciones políticas, sociales, económicas, teológicas o de cualquier índole, y él os responderá cada martes.

A los analistas

Rafael Reig

La independencia de Cataluña es un deseo de la burguesía catalana, a la que representan, con la lealtad y la petulancia de mayordomos con librea, Artur Mas y su molt honorable partit. El llamado “sentimiento nacionalista” es, en estos momentos, la herramienta (o truco del almendruco) para conseguir que el resto de la ciudadanía se preste a defender los intereses de la burguesía como si fueran suyos. De todo esto, los señoritos para los que trabaja Mas se llevan el grano; Mas y Cía., las propinas (del 3%); mientras que los ciudadanos sólo se inflan de paja, con el forraje hueco de la independencia, pero siempre gobernados por truhanes astutos o botarates iluminados.

La burguesía, como todo el mundo sabe, no tiene patria, salvo en la cartera, y se puede nacionalizar en Luxemburgo o en Dubai, con tal de ahorrar impuestos. A ellos les importa un bledo, pero ¿cómo iban a arrastrar a los demás sin el señuelo de la complaciente demagogia nacionalista? Basta con inventar, poderosos enemigos muy malévolos (es decir Madrit con t), agravios imperdonables y conspiraciones rocambolescas en contra de Cataluña; luego hay que añadir la tierra prometida: un país pequeño y rico, como Suiza; y por fin se salpimienta con la Moreneta, butifarras y el violoncelo de Pau Casals. Con eso basta: la receta funciona siempre y tiene la ventaja de que distrae la atención de lo que ha estado haciendo el Gobierno catalán en contra de los catalanes.

Esto dicho, gozan de todo el derecho del mundo a decidir y sólo el PSOE o el PP tienen el cuajo de poner obstáculos a un referéndum. Por eso me alegraré mucho de que ganen los partidarios de la independencia. Y más todavía cuando se declaren por fin independientes, cosa a la que deberíamos obligarles, no se vayan a echar atrás y todo consista en ver si pueden arrancar alguna ventaja mediante la extorsión.

Y me alegraré porque sin duda el deseo de que Cataluña forme parte de España sólo lo siente la burguesía española. A los demás nos trae más o menos al fresco. Puede que nos haga soltar la carcajada ver descomponerse a los españolistas por tan poca cosa, pero no tiene verdadera importancia. Mientras gobierne la derecha nada va a cambiar ni en Barcelona ni en Madrid, con independencia o sin ella.

Sin embargo (hay que reconocerlo), dan espectáculo y lo estamos pasando bien, y eso es de agradecer. A mí, por ejemplo, cada vez que oigo hablar de “declaración unilateral de independencia”, me da la risa y me convenzo de estar en presencia de un tonto de capirote. Qué más da y además: ¿es que no son todas unilaterales? Si declarar de forma unilateral la independencia fuera ilegítimo, ¿qué hacemos con Estados Unidos, sin ir más lejos? Las declaraciones de independencia son como las de amor y como las rupturas de pareja: unilaterales (y no pocas veces muy intempestivas). ¿O es que estos cenutrios que salen por la tele sólo dejan a su pareja si se les da permiso?

Mi pregunta a los cenutrios (sedicentes “analistas políticos”) es: ¿y por qué lo dicen tan serios, con tanta gravedad y gesto atribulado? ¿No sería más saludable no darle tanta importancia a algo que tan poco nos concierne? ¿Por qué no disolvemos la patria con más humor, como un terrón de azúcar en el café? ¿Por qué les seguimos la corriente?

Al fin y al cabo, la cháchara sobre las naciones, las patrias, la independencia y demás martingalas es cosa de señoritos (como decía Machado) y también algo peor: retórica de arrastre, para pescar ciudadanos a carretadas.

Pero el caso, bastante triste, es que, no sin generosa ayuda del PP y el PSOE y hasta de Podemos, han convencido a los catalanes de que la independencia trata de sus propios intereses, así que, llegados a este punto, la posibilidad de que ganen los partidarios de la integridad de la patria me parece inadmisible, vomitiva y nauseabunda. Así que estoy a favor, por supuesto, de lo que decidan los catalanes. Por escaños, ya que no les han dejado hacer un referéndum. Y ojalá decidan independizarse, porque la otra opción me parece una pesadilla, dadas las circunstancias.

Ahora bien, si a los independentistas se les debe exigir, en caso de ganar, que declaren de una vez la independencia, no esperamos menos del Gobierno español. Habrá que exigirle que suspenda la autonomía y mande a las tropas a ocupar Cataluña, a ser posible al alba y con fuerte viento de levante, como si fuera el islote Perejil. ¿No está para eso el Ejército? Pues que nos diviertan un rato. Teniendo en cuenta que, sobre todo en destinos peligrosos, una buena parte de esas tropas está formada por extranjeros, muchos de ellos latinoamericanos (que vienen de países que a su vez declararon la independencia de forma unilateral, sin consensuarlo con el rey de España, ¡serán antidemócratas, qué tíos!), el asunto se vuelve mucho más interesante. Si la patria es aquello por lo que luchan los soldados, puede que en España la patria sea el bienestar de una familia colombiana, pon que de Manizales.

Por mi parte, para que ninguna diversión falte, en cuanto el imperialismo catalán empiece a desplegar su (difícilmente saciable) apetito territorial en busca de su Lebensraum o de su Gran Cataluña (lo que sucederá al día siguiente de la independencia, quizá por la tarde), no me importaría alistarme para defender Valencia del opresor, con los partisanos del Maestrazgo. No estaría mal morir como Lord Byron, luchando por liberar La Safor del yugo catalán, recitando a Ausiàs March y, si menester fuera, lanzando flechas desde la torre de guaita que está al lado de la casa de mis padres en Piles.

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