Carta desde... Alemania, un país ante el abismo de la sucesión de Merkel
- Nueva entrega de la serie de 'Cartas desde...' diferentes países de Europa, escrita por periodistas locales para entender mejor su realidad ante las próximas elecciones
Queridos amigos europeos,
Dejemos una cosa clara desde el principio: por más que sea imposible detener los rumores en Bruselas, Angela Merkel no va a pasar a la dirección de una institución de la UE tras las elecciones europeas. La líder alemana no tiene ninguna intención de abandonar su oficina en la Cancillería de Berlín para irse al edificio Julius Lipsius de Bruselas o a la enorme oficina del piso 13 de Berlaymont, la poderosa sede de la Comisión. La canciller no está pensando en convertirse en presidenta del Consejo ni tiene interés en suceder a Jean-Claude Juncker.
Merkel ya lo ha dicho en público varias veces (y de forma bastante explícita, para su estándar), pero en Bruselas los rumores sobre Merkel crecen de una forma sorprendente. A los alemanes nos cuesta creer que la canciller, con una imagen muy deteriorada en su país natal, todavía pueda despertar adhesiones entre nuestros vecinos europeos. Los periodistas mejor informados preguntan una y otra vez a sus colegas alemanes si Merkel piensa trasladarse a Bruselas y los actuales comisarios de la UE ven posible que a Merkel le pregunten si quiere ocupar alguno de los cargos. Su respuesta será ‘no’.
En la partida de póker que se abre con las elecciones europeas, Merkel tiene un objetivo diferente: conseguir todo lo que pueda para Alemania. Es probable que le vaya bien en esa misión. Por un lado tiene a Manfred Weber: el principal candidato del Partido Popular Europeo es un bávaro amigable de 46 años (bastante joven) que aspira a convertirse en el sucesor de Jean-Claude Juncker.
Si lo logra, Weber sería el primer jefe alemán de la Comisión en más de 50 años. A Merkel le gusta además porque es una persona relativamente poco exaltada, algo atípico entre los políticos que han hecho carrera dentro la CSU bávara.
Pero Merkel también sabe que la pelea para llevarlo al poder no será fácil. La canciller es perfectamente consciente de las reticencias que despierta la posibilidad de que un alemán llegue a la cima de la UE. No en vano fue ella la que impulsó la política de austeridad que la UE exigió a países como Grecia y España durante la crisis del euro.
Por otro lado, la idea del 'spitzenkandidat' o candidato principal no recibe apoyo en todos los países, ni siquiera en Alemania. Ya estamos familiarizados en Alemania con este concepto y esta forma de designar candidatosde elecciones estatales y federales y no hay duda de que algunos alemanes participaron en la invención de esta figura europea, especialmente Martin Schulz. Sí, Schulz, el mismo que hace no tanto aspiraba a un tercer mandato como presidente del Parlamento Europeo y luego quiso ser canciller de Alemania (por cierto, ha regresado a la campaña europea fundando la organización 'Haz algo por Europa', en defensa de la UE).
En las encuestas, la gran mayoría de los alemanes sigue respondiendo que la UE es fiable y positiva, pero hasta ahora el interés que las elecciones europeas despierta en Alemania ha sido moderado. Un buen ejemplo es el del primer duelo televisivo entre Weber y su rival socialdemócrata, Frans Timmermans. Emitido en 'prime time', no llegó ni al 7% de la audiencia: es muy poco (otro duelo europeo sí llegó a los titulares, el de la estrepitosa derrota del Barcelona contra el Liverpool).
Las últimas encuestas dan a la CDU de Merkel y a la CSU como claros ganadores de las elecciones (aunque con pérdidas en relación a sus resultados de 2014), seguidos por los Verdes.
Si lo de Weber no funciona, Merkel podría sugerir otro candidato para otro cargo disponible. Tendría que dedicarse a convertir en presidente del Banco Central Europeo al jefe del Bundesbank, Jens Weidmann. Muchos políticos del área de Economía en la CDU consideran que esa es la decisión más relevante. Pero no está claro que lo pueda conseguir. Otros países, como Francia, también han dejado claro su interés en el cargo. Además, Merkel todavía no está segura sobre las virtudes de que sea precisamente un alemán el que dirija un banco obligado a tomar una y otra vez decisiones impopulares para los ahorradores alemanes (como la política de tipos de interés bajos de Mario Draghi).
Alemania y el juego de cargos europeos
Es importante que nuestros vecinos sepan que Merkel no siempre ha tenido suerte en lo referido a nombramientos de personal. Por ejemplo, cuando hubo que seleccionar a los presidentes federales en Alemania, demostró una tendencia a tomar la decisión equivocada (Horst Köhler, Christian Wulff) o se vio obligada a aceptar a los candidatos de otros partidos (Joachim Gauck). Hace tan solo unos meses, su propio grupo parlamentario en el Bundestag le metió un gol con el rechazo a Volker Kauder, el fiel líder de la facción Merkel.
A nivel europeo, por el contrario, Merkel se destaca por cierta sofisticación en el juego de los cargos. Incluso antes de ser elegida canciller, la líder de la CDU se las arregló en 2004 para impedir que la presidencia de la Comisión recayera en Guy Verhofstadt. El cargo fue para el portugués (y político del Partido Popular Europeo) José Manuel Barroso. El excanciller Gerhard Schröder parecía demasiado viejo para el puesto. Un año después lo expulsaron.
El juego de los cargos que comienza ahora también servirá para saber cuánta influencia le queda a Merkel en Bruselas. La reputación de la canciller se vio afectada por la crisis del euro y no todo el mundo estuvo de acuerdo con la decisión de abrir las fronteras de Alemania a los refugiados (otoño de 2015) que puso a prueba durante meses a toda la UE.
Pero lo más importante es que la canciller ha tenido que ceder la presidencia de la CDU a Annegret Kramp-Karrenbauer en diciembre. La nueva líder del partido ya está intentando dejar su marca en la política europea. El ensayo sobre Europa que publicó a toda prisa AKK, como también la llamamos para simplificar, no fue bien recibido en toda la UE y tampoco en Alemania. Entre otras cosas, principalmente cometía el error de pedir la abolición de la segunda sede del Parlamento de la UE en Estrasburgo, una exigencia que no iba a mejorar la disposición de los franceses a ceder en otras cuestiones.
Pero la clave es que AKK ha demostrado su intención de involucrarse en la política europea. Cuando habló en la sede de Bruselas de la Fundación Konrad Adenauer fue recibida entre aplausos, aunque no dio ninguna pista de lo que piensa sobre la política europea.
Durante mucho tiempo, Kramp-Karrenbauer ha sido la primera ministra del pequeño estado alemán de Sarre. Tal vez eso contribuya, si llega a canciller, a una línea más parecida a la de Helmut Kohl (y menos a la de los últimos años de Merkel), en la que se preste más atención a los países pequeños de la UE.
Todavía no se sabe si Merkel agotará la legislatura hasta otoño de 2021 o si le pasará un año antes el cargo de canciller a Kramp-Karrenbauer. El calendario es relevante para Europa: Alemania asume la presidencia del Consejo de la UE en el segundo semestre de 2020 y Merkel ya tiene grandes planes para ese momento. Uno de ellos es la cumbre junto a China de los 27 (¿o 28?) países de la UE.
En cualquier caso, el marco financiero plurianual de la UE para los siete años que comienzan en 2021 tiene que ser aprobado de una vez. Por muy bien que los funcionarios preparen las decisiones, los jefes de Estado y de gobierno deberán ponerse de acuerdo en Bruselas para llegar a un resultado que satisfaga a todos. Un duro bautismo de fuego, por decirlo suavemente, para la novata Kramp-Karrenbauer.
Mucho dependerá de la capacidad de Merkel (o de su sucesora) para llegar a un acuerdo con el presidente francés Emmanuel Macron sobre el ambicioso programa de reformas. Por supuesto, Merkel y Macron siguen mostrándose radiantes de alegría cada vez que se encuentran en cumbres de la UE, entregas de premios o consultas de los gobiernos. Besos por aquí, besos por allá, chere Angela, querido Emmanuel… Pero los dos están cada vez más en desacuerdo sobre las políticas generales, como se ha hecho evidente en Bruselas en varias ocasiones.
Una de ellas fue cuando Francia decidió, en el último minuto de una reunión del Consejo, ponerse del lado de los críticos al polémico gaseoducto Nordstream2 del Mar Báltico. Una discusión que sólo después de muchas dificultades se pudo volver a encauzar. Macron tampoco parecía particularmente preocupado por el futuro de la industria automotriz alemana cuando hizo falta darle autoridad a la Comisión para que negociara con Donald Trump alejar la amenaza de aranceles punitivos a los automóviles de la UE. Hace poco, los alemanes y los franceses llegaron a adoptar posturas radicalmente enfrentadas con relación a la fecha del Brexit.
Aquellos años en que los dos grandes países de la UE hacían concesiones para que el resto de la Unión aceptara las medidas parecen cosa del pasado. Está claro que Macron ya no tiene ganas de mostrarse considerado con Merkel. Después de todo, desde su punto de vista la canciller le ha dejado colgado con sus reformas integrales en la UE, como el presupuesto de miles de millones de euros que pedía para los países en crisis económica.
Nuestros amigos de Francia no se daban cuenta de que Merkel estaba atada de pies y manos desde el principio. Desde las elecciones de otoño de 2017, el Bundestag ha sumado a un montón de euroescépticos del Partido Democrático Libre (FDP) y, por primera vez, a representantes de Alternativa para Alemania (AfD). Para las elecciones europeas, las encuestas le dan 10% o más al partido AfD. Aunque el porcentaje es menor que durante las elecciones al Bundestag, sigue siendo alto. Merkel no podrá permitirse mucha indulgencia y menos aún si se trata de dinero.
Por tanto, es poco probable que en su última fase como canciller Merkel se tome la libertad de organizar con el presidente francés una gran y cara reforma europea. En las últimas etapas de su mandato Merkel mantendrá la política de pequeños pasos que durante casi 15 años le ha asegurado el éxito como canciller. Y eso lo hará, ya lo dijimos, fuera de Berlín.
Traducido por Francisco de Zárate