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Carta desde... Hungría, una maquinaria de propaganda al servicio de Orbán

El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, en el Parlamento Europeo, el 11 de septiembre de 2018.

Anita Komuves

Atlatszo.hu —

Correr es una de mis maneras de escapar de la rutina. Interrumpo mi trabajo y mis obligaciones familiares para salir de casa a trotar por el barrio durante media hora. Y esta época es la mejor para hacerlo: lo suficientemente cálida como para llevar solo ropa ligera y lo suficientemente fresca como para disfrutar del aire libre incluso en las primeras horas de la tarde.

Cuando regreso me siento como nueva. Han sido treinta minutos sin mensajes de texto, ni llamadas, ni alertas de noticias en el teléfono. Treinta minutos sin nuevas obligaciones. Solo de una cosa no he logrado escapar: la política. En Zugló, el barrio residencial de Budapest donde salgo a correr, los carteles están por todas las esquinas.

No son anuncios de pequeño formato, sino enormes vallas publicitarias de esas que se ven en las autopistas. Las calles de Zugló están llenas de estas vallas porque muchas personas empleadas en el centro atraviesan todas las mañanas las anchas avenidas del barrio en su camino al trabajo.

Es normal que durante la preparación de las elecciones los políticos lleven su mensaje a las calles. Pero en Hungría estos carteles no tienen nada que ver con los habituales materiales de campaña. No estamos hablando de las clásicas fotos de candidatos junto a un eslogan, sino de 'información gubernamental' que pagan todos los contribuyentes.

En manos de Viktor Orbán desde 2010, el Gobierno húngaro lleva años usando los fondos estatales para difundir su mensaje y conseguir sus objetivos políticos particulares. Se dedica a hacer campaña fingiendo que está informando a los ciudadanos sobre cuestiones que afectan a sus vidas.

Los mensajes de Fidesz, el partido de Orbán, dominan la escena. Los opositores han sido relegados a pegar sus mensajes en unos pequeños tablones instalados de forma provisoria en la acera y a la altura de los ojos. Un símbolo perfecto de la forma en que Fidesz domina el escenario político. Para su mensaje se han reservado enormes vallas publicitarias, pagadas por los contribuyentes. Para el de la oposición, pequeñas tablas de madera en la acera.

Es cierto que Fidesz tiene mucho apoyo. Según las encuestas, en las elecciones europeas del domingo hasta un 50% de los votos podría ir para ellos. Pero también es verdad que esa popularidad tiene mucho que ver con el control de los medios y sus constantes campañas de propaganda, todo ello financiado por las arcas del Estado (o sea, por los ciudadanos de Hungría).

Según la investigación de uno de mis colegas en el sitio de noticias Atlatszo.hu, el partido gobernante húngaro controla ahora mismo unos quinientos medios de comunicación. Entre ellos hay canales de televisión, cadenas de radio, páginas web, revistas, periódicos y la totalidad de la prensa regional. Sí, eso que acaban de leer no es un error: fuera de Budapest es imposible comprar un periódico local que no cierre filas con el Gobierno. Un imperio mediático inmensamente poderoso frente al venido a menos panorama de los medios independientes. Como dijo hace poco un comentarista húngaro, no son medios de comunicación, es una maquinaria de guerra.

Durante algunos años, casi todos estos medios estaban nominalmente en manos de hombres de negocios. Eran empresarios cercanos al Gobierno y a menudo se enriquecían con jugosas licitaciones públicas, pero el Gobierno podía seguir negando su relación con ellos. Orbán y sus subordinados decían que eran medios independientes que libremente escogían apoyar al Gobierno.

Hasta que el disfraz se cayó. Hace un mes, la mayoría de estos empresarios (que en la calle están siendo rebautizados como los oligarcas) donaron sus medios a la recién creada Fundación Centroeuropea de Prensa y Medios de Comunicación (KESMA, por sus siglas en húngaro). Un total de 476 medios se incorporó a la nueva fundación, dirigida por el periodista y editor Gábor Liszkay, que lleva décadas trabajando para Orbán.

La “donación” de todo un imperio mediático a una fundación sin fines de lucro y en nombre del “bien público” hace ineludible el recuerdo de la era comunista. Es la última prueba de que estos hombres de negocios nunca fueron sus dueños reales y de que el imperio mediático húngaro no sigue las reglas del libre mercado: ningún empresario en su sano juicio renunciaría a sus medios sin ningún tipo de contraprestación económica.

¿Cómo funciona entonces este mercado? ¿Cómo se financia toda esa propaganda? La respuesta es simple: con dinero de los contribuyentes empleado en “información gubernamental”. Un presupuesto que además de vallas publicitarias paga anuncios en todos los medios. Cuando el Gobierno lanza una campaña de propaganda, el mensaje se replica en televisión, radio, Internet, periódicos y vallas publicitarias. El partido Fidesz mata a dos pájaros de un tiro: difunde su mensaje y financia a sus medios de propaganda. Y todo con el dinero del contribuyente.

¿Pero qué tiene de malo que el Gobierno se comunique con los ciudadanos? Después de todo, las fotos que veo en estos carteles del Gobierno cuando salgo a correr por las tardes representan a familias felices y encantadoras. En una de ellas, una joven pareja rodeada de familiares sostiene en brazos a un bebé, todos admirando al nuevo miembro de la familia. En otra, un anciano de pelo y barba blanca sostiene a un bebé de algo así como un año de edad.

Son los carteles de publicidad de un programa de apoyo familiar que el Gobierno anunció hace pocos meses. En él, las parejas jóvenes pueden solicitar ayuda para comprar un apartamento y las mujeres de cuatro hijos pueden obtener ventajas impositivas. También hay beneficios para los abuelos dispuestos a quedarse en casa de sus hijos y ayudar con el cuidado de los nietos (lo que explica la foto del abuelito Papá Noel junto al bebé).

Este programa en concreto es uno que puede ayudar a muchos jóvenes y no parece haber nada reprobable en incurrir en gastos para informar sobre él. Pero la mayoría de las campañas oficiales no tiene nada que ver con políticas gubernamentales ni con iniciativas de ayuda. Desde 2010, casi todas las campañas han sido alarmistas y se han centrado en la creación de un enemigo para obtener beneficios políticos.

La mayoría de estas campañas tuvo lugar justo antes de las elecciones o cuando la popularidad de Fidesz caía por algún motivo. Así fue a finales de 2014 y principios de 2015, cuando un escándalo de corrupción golpeó al gobierno de Orbán. Desde la primavera de 2015, uno de los temas centrales de estas campañas ha sido la migración.

El acuerdo sobre la cuestión migratoria que la Unión Europea firmó a principios de 2016 con Turquía terminó con la presión demográfica sobre Hungría. Y casi todas las personas que llegaron al país en el punto álgido de la crisis de refugiados se fueron a otros países europeos más ricos (con la excepción de unos pocos cientos que solicitaron asilo en Hungría). Pero el Gobierno húngaro ha mantenido su propaganda anti migratoria y ha seguido alimentado el miedo a los migrantes que siente gran parte de la población con mensajes claramente alarmistas: los jóvenes de piel oscura van a invadir el país, les dicen, y convertirlo en una zona de guerra.

La mayor parte de los anuncios se ha centrado en la migración desde esa época. Ese también fue el eje de la gigantesca campaña construida contra George Soros (“un hombre que quiere traer inmigrantes a tu país”) y de los mensajes anti Unión Europea (“Bruselas quiere traer inmigrantes a tu barrio”).

En política, lo de crear enemigos y avivar los miedos para luego hacerse pasar por el gran salvador es una táctica conocida que, desde 2015, ha fundamentado gran parte del éxito de Viktor Orbán.

Además de ganar elecciones, ¿para qué más sirve esto de financiar a los amigos y medios afines sin siquiera usar el dinero del partido (para eso está el de los contribuyentes)? Atlatszo.hu, el medio donde yo trabajo, lleva años investigando el gasto oficial en propaganda. Hemos presentado solicitudes de transparencia ante el Ministerio de Antal Rogán, responsable del gasto en publicidad (y conocido coloquialmente como el Ministerio de la Propaganda).

Cada trimestre presentamos una solicitud de transparencia para que nos den el listado con todos los contratos de publicidad. Así es como sabemos el dinero gastado en cada concepto. A principios de 2019 separamos las campañas alarmistas de la información 'normal' para ver cuánto dinero se había empleado en inventarse enemigos. Esto fue lo que averiguamos: en los últimos ocho años, el Gobierno húngaro ha gastado unos 216 millones de euros en propaganda y campañas alarmistas.

Nuestras infografías muestran un crecimiento anual del dinero de los contribuyentes destinado a difundir estos mensajes. Con una sola excepción, todas las empresas que recibieron dinero para ejecutar las campañas (medios y empresas de publicidad vial) pertenecen a empresarios cercanos al Gobierno.

En esa cifra de 216 se incluyen, por ejemplo, los 40 millones de euros que solo en un año (2018) costó la propaganda contra Soros. Según los datos que nos proporcionó el Ministerio, un tercio de esos 40 millones fue a parar a los medios de Lőrinc Mészáros.

Después de ver cómo crecía su fortuna en los últimos años, el empresario Mészáros es hoy el hombre más rico de Hungría de acuerdo con la revista Forbes: se calcula que tiene más de 1.000 millones de euros. Además de eso, Mészáros es un amigo de la infancia de Orbán. Él también viene de Felcsút, el pequeño pueblo a una hora en coche de Budapest.

Al regresar a casa tras la breve carrera de la tarde tuve la sensación de haber comprendido algo. Todas las piezas del rompecabezas encajaban. Solo una cosa había fallado esta vez. La carrera no había servido para alejar las preocupaciones.

Traducido por Francisco de Zárate

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