Esta es mi calle de cada día, la misma que veo al levantarme y casi con el mismo aspecto. Pocos paseantes a primera hora del día en este recoveco de la judería toledana. Luego, más entrada la mañana, sí que se nota la ausencia del trasiego de los turistas que vienen y se paran justo delante de la pequeña tienda de alimentación de la esquina. Allí compran agua fresca o algún tentempié.
Hoy, esta tienda es el centro neurálgico del barrio. Aquí está la única actividad, y no sólo porque los vecinos tenemos la posibilidad de aprovisionarnos para este confinamiento que ya parece sin fin, sino, sobre todo por la intensa actividad que realizan para llevar hasta la puerta de los vecinos mayores y de todos los que están en aislamiento, las provisiones necesarias. En un rincón como éste, dónde viven muchas personas ancianas, otras impedidas que no deben exponerse al virus, es una labor impagable.
Y me impresiona sobre todo el absoluto silencio de la mañana a la noche. No se escucha el parloteo de mis vecinas octogenarias cuando van a tomar el sol hasta el mirador de la Virgen de Gracia. Tampoco el saludo de Pepe, que nos falta ya desde hace muchos días, desde que cayó enfermo mucho antes de que nos enclaustrásemos; porque Pepe, el que cada día nos saludaba en su puerta con una sonrisa e invitaba a los turistas a pasar a ver su patio que tenía impoluto, el que siempre tenía ganas de echarse una parrafada, dejó el barrio para siempre, más silencioso, más triste, menos amable.
Esta es mi calle de cada día, la misma que veo al levantarme y casi con el mismo aspecto. Pocos paseantes a primera hora del día en este recoveco de la judería toledana. Luego, más entrada la mañana, sí que se nota la ausencia del trasiego de los turistas que vienen y se paran justo delante de la pequeña tienda de alimentación de la esquina. Allí compran agua fresca o algún tentempié.
Hoy, esta tienda es el centro neurálgico del barrio. Aquí está la única actividad, y no sólo porque los vecinos tenemos la posibilidad de aprovisionarnos para este confinamiento que ya parece sin fin, sino, sobre todo por la intensa actividad que realizan para llevar hasta la puerta de los vecinos mayores y de todos los que están en aislamiento, las provisiones necesarias. En un rincón como éste, dónde viven muchas personas ancianas, otras impedidas que no deben exponerse al virus, es una labor impagable.