Blog dedicado a la crítica cinematográfica de películas de hoy y de siempre, de circuitos independientes o comerciales. También elaboramos críticas contrapuestas, homenajes y disecciones de obras emblemáticas del séptimo arte. Bienvenidos al planeta Cinetario.
‘La La Land’, de Damien Chazelle: para quedarse a vivir
El cine puede ser un gran acto de rebeldía. Una experiencia liberadora que nos permite soñar sin temor a ser sorprendidos y, en el mejor de los casos, recuperar la alegría de vivir. Este motín emocional es un acontecimiento que sucede, por ejemplo, cada vez que un espectador se abandona y disfruta de los musicales clásicos de Vincente Minnelli, Stanley Donen o Gene Kelly. Sencillamente, dan ganas de quedarse a vivir en ellos para siempre. En el cine de nuestros tiempos, sin embargo, se ha perdido algo de aquella valiente ingenuidad, de aquella magia absurda que se producía en nuestra mente cuando veíamos, por ejemplo, a un tipo con cara de chiste que bailaba ‘subiéndose por las paredes’ o a una pareja que se dejaba querer entre pasos de danza clásica, claqué y un París impresionista. 'La La Land', un musical de nuestros tiempos que está recorriendo un camino plagado de éxitos y cuenta con 14 nominaciones a los Oscar 2017, es uno de esos lugares asombrosos donde a muchos no les importaría echar raíces.
Su autor, Damien Chazelle, tiene 31 años, es un joven que tuvo una prometedora, pero truncada carrera como batería de jazz y acabó dando con sus huesos en la industria del cine. Un negocio donde ha sabido reivindicar su potente personalidad artística y convertirse en un autor admirado casi desde el primer momento, cuando sorprendió con su segunda película como director, 'Whiplash'. Chazelle es también un romántico irremediable. Un realizador que quería, en La ciudad de las estrellas, rendir un homenaje a los musicales de siempre y, en especial, a 'Los paraguas de Cherburgo' (Jacques Demy, 1964). Lo ha logrado resultando, al mismo tiempo, original y audaz.
Para dotar alma a su propio musical, escogió Los Ángeles como telón de fondo. Una ciudad que se deja atrapar fácilmente por los atascos y los clichés sobre el éxito y el fracaso, pero desde la cual Chazelle nos habla de las ilusiones y de sus desdichas, de los sueños prestados por los que se lucha ciegamente y de los propios, que se soportan como un calvario que anula cualquier rastro de humanidad. Y por supuesto, habla del amor, pero de una forma que engancha: como ese inconveniente que habría que evitar a toda costa, pero al que no hay manera de darle esquinazo.
'La La Land' es una película creíble, que resulta perfectamente respirable dentro de su atmósfera de ensoñación. Quizás sea por esa historia de amor que parte del fastidio y que mantiene su tensión en un estupendo tira y afloja, en la mejor tradición de la ‘screwball comedy’. Tal vez tengan algo que ver detalles como esos pies que intentan retener el movimiento, pero no pueden evitar escaparse y perderse en un fabuloso número musical, el primero, que comparten los protagonistas con Los Ángeles al fondo. Puede que nos la creamos por la crudeza con la que al espectador le llegan a doler los sueños rotos o por ese desenlace que acaba dando rienda suelta a un cinismo inesperado, que se apura con mucha clase.
La mayor parte de las canciones guardan la magia de un sonido que suena a inédito, pero su carácter instrumental y su interpretación rezuman melancolía por los clásicos del género a los que rinden homenaje. Y dan pie a un buen puñado de imágenes y coreografías espectaculares: como ese atasco cotidiano que acaba huyendo hacia un espectáculo coral o el vaporoso y redundante baile interpretado por la pareja protagonista sobre las estrellas de un planetario. Ryan Gosling y Emma Stone abordan con frescura y una habilidad encantadoramente imperfecta todos los números musicales a los que se entregan con una pasión y un entusiasmo contagiosos.
Pero no es la única aventura insólita que nos espera en la película. Porque en 'La La Land' hay un beso inolvidable. Un beso que nos sorprende a traición y que nos lleva a vivir uno de los desenlaces más emocionantes y catárticos de la historia del cine. Un final enfermo de nostalgia por un tiempo que habitó, alguna vez, en la imaginación de las personas condenadas a tomar decisiones.
El cine puede ser un gran acto de rebeldía. Una experiencia liberadora que nos permite soñar sin temor a ser sorprendidos y, en el mejor de los casos, recuperar la alegría de vivir. Este motín emocional es un acontecimiento que sucede, por ejemplo, cada vez que un espectador se abandona y disfruta de los musicales clásicos de Vincente Minnelli, Stanley Donen o Gene Kelly. Sencillamente, dan ganas de quedarse a vivir en ellos para siempre. En el cine de nuestros tiempos, sin embargo, se ha perdido algo de aquella valiente ingenuidad, de aquella magia absurda que se producía en nuestra mente cuando veíamos, por ejemplo, a un tipo con cara de chiste que bailaba ‘subiéndose por las paredes’ o a una pareja que se dejaba querer entre pasos de danza clásica, claqué y un París impresionista. 'La La Land', un musical de nuestros tiempos que está recorriendo un camino plagado de éxitos y cuenta con 14 nominaciones a los Oscar 2017, es uno de esos lugares asombrosos donde a muchos no les importaría echar raíces.
Su autor, Damien Chazelle, tiene 31 años, es un joven que tuvo una prometedora, pero truncada carrera como batería de jazz y acabó dando con sus huesos en la industria del cine. Un negocio donde ha sabido reivindicar su potente personalidad artística y convertirse en un autor admirado casi desde el primer momento, cuando sorprendió con su segunda película como director, 'Whiplash'. Chazelle es también un romántico irremediable. Un realizador que quería, en La ciudad de las estrellas, rendir un homenaje a los musicales de siempre y, en especial, a 'Los paraguas de Cherburgo' (Jacques Demy, 1964). Lo ha logrado resultando, al mismo tiempo, original y audaz.