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Las cuevas-bodega de Méntrida se convertirán en centro de interpretación o museo

Que las cuevas-bodega de la localidad toledana de Méntrida se conviertan en museo o en centro de interpretación está cada vez más cerca. Sergio Isabel Ludeña, Ángela Crespo Fraguas, María Quejigo García y Miguel Ángel Díaz Moreno son equipo de ‘Cota 667. Arqueología y Patrimonio’ y desde hace unos meses trabajan en un proyecto de investigación histórico-arqueológica y de revalorización del conjunto de estructuras subterráneas que horadan el cerro del Castillejo en este municipio.

En una primera fase del proyecto se ha procedido a su documentación, limpieza y excavación arqueológica. Uno de los principales problemas identificados en cuanto a la conservación de las entradas de las cuevas fue la existencia de abundante vegetación, cuyas raíces afectaban a su estructura arquitectónica, además de la acumulación de humedad en su interior tras haberse tapiado las puertas y cegado varios de sus respiraderos.

Las labores de limpieza arqueológica han servido para localizar un suelo empedrado que cubre todo el recorrido de las cuevas, los apoyos para las tinajas construidos en las hornacinas y unas escaleras de acceso en una de las dos puertas.

También se han desarrollado labores de documentación arqueológica y un estudio histórico, incluyendo un levantamiento topográfico del cerro del Castillejo y una planimetría del interior de las cuevas, con apoyo en este caso del equipo de topógrafos de la Diputación Provincial de Toledo.

Ahora se ha pasado a una segunda fase de restauración y adecuación del espacio para resolver los daños producidos por la acción de las raíces de la vegetación y la humedad a lo largo del tiempo. De hecho una de las cuevas se encontraba inundada. Después se trabajará en los accesos, la iluminación y otros elementos para la futura creación del museo o centro de interpretación, algo que sucederá en la tercera y última fase del proyecto.

Once cuevas, dos de ellas municipales

El cerro del Castillejo alberga un total de once cuevas aunque actualmente una de ellas es inaccesible. La propiedad de la mayor parte de ellas es privada, y solo dos a través de una donación, son municipales y pertenecen al conjunto del pueblo de Méntrida. Es en estas dos cuevas municipales en las que el Ayuntamiento ha apostado por llevar a cabo un proyecto vinculado a la gran tradición vitivinícola de la localidad.

“Este tipo de patrimonio cultural, correctamente tratado, ofrece amplias posibilidades a la hora de generar desarrollo local en Méntrida, con impactos notables en ámbitos sociales, turísticos y culturales”, señalan desde Cota 667. Por eso, el objetivo final del proyecto es la correcta adecuación de este espacio patrimonial para su aprovechamiento como museo o centro de interpretación de la cultura vitivinícola aunque no se descarta incorporar otros elementos de interés vinculados directamente con la historia o la arquitectura tradicional de la localidad.

Las cuevas de Méntrida poseen una estructura alargada y en línea recta y disponen de hornacinas para situar grandes tinajas así como un número variable de respiraderos (entre uno y tres) con impresionantes tapas piramidales graníticas o cónicas de ladrillo y mortero de cal. Fueron construidas en la propia tierra, con refuerzos de ladrillo en las áreas de las entradas o cercanas a los respiraderos, únicos puntos donde eran necesarios debido a la adecuada composición del terreno.

Solo hay referencias de las cuevas desde el siglo XVIII

El origen de las cuevas sigue siendo aún un misterio, al menos en parte. Los investigadores solo han logrado constatar, hasta la fecha, de acuerdo a la documentación que existe en el Archivo Municipal de Méntrida que las estructuras ya existían a comienzos del siglo XVIII. “Seguramente cuenten con algunos siglos más de antigüedad”, comentan.

Lo que sí parece más claro es el uso que se las ha venido dando y que, parece que, gracias a la adecuada temperatura, se conservaba el vino en el interior de las tinajas especialmente durante el verano, cuando el calor puede echar a perder el producto.

Posteriormente, con la introducción de los métodos industriales en la vitivinicultura se dejó de tratar el vino de esta manera tradicional y las cuevas se convirtieron en lugares para el cultivo del champiñón. Cuando esta práctica se abandonó, este patrimonio “entró en un declive progresivo y abandono, con utilizaciones únicamente por colectivos como las peñas en las fiestas locales”, explican desde Cota 667.