Dormir cinco horas al día, no recordar los nombres de las personas más cercanas, presión en el pecho, envejecimiento físico y cognitivo, hematomas, falta de sensibilidad en pies y manos, edemas y cefaleas son solo algunos de los síntomas que África y Estefanía, ambas sanitarias en Albacete, sufren o han sufrido desde hace un año y medio, cuando el coronavirus llegó a sus vidas.
Un abanico muy amplio de hasta 200 síntomas recoge el COVID persistente, pudiendo padecer una persona 20 y 30 distintos. “Es un infierno con el que convivimos cada día, con síntomas incompatibles con una vida ni siquiera medio normal”, explica la enfermera África Martínez Amezcua a esta redacción, calificando de “agotadora” una situación que se alarga en el tiempo.
Y es que, tanto África como Estefanía Callejas dieron positivo por coronavirus en marzo de 2020, cuando todo empezaba, siendo este el inicio de su “calvario”; indica Estefanía, que, además de auxiliar de enfermería es la presidenta del 'Colectivo Covid Persistente de Castilla-La Mancha'. En concreto, 22 pertenecen a Albacete, 25 a Toledo, 15 a Ciudad Real, 10 a Cuenca y 5 a Guadalajara.
Síntomas que se han manifestado en sus organismos tras la COVID-19, y a los que no les gusta llamar “secuelas”; ya que tienen la esperanza de que “no se queden para siempre y se puedan resolver de alguna manera”, sostiene África, denunciando que, cuando fue contagiada por una paciente se consideró como “accidente laboral”, aunque ahora, tras 14 meses de baja laboral y aprovechando sus últimos días de vacaciones, se encuentra “en la tesitura de tener que incorporarse a trabajar encontrándose todavía enferma”, apunta.
Así, indica que el COVID persistente es “difícil de diagnosticar, pues las pruebas normales no dan resultados con alteraciones claras, ni con valores aparentemente son preocupantes”. Estefanía se encuentra en una situación laboral similar: “no se me han hecho pruebas, por lo que en la revisión del Instituto Nacional de la Seguridad Social no puedo aportar datos nuevos y me van a mandar incorporarme”, lamenta.
Una realidad “desesperante”; pues, “cuando superas un síntoma, llega otro”, entre los que persisten en Estefanía se encuentran la disnea y la presión en pecho. Por ello, solicitan el reconocimiento de incapacidades temporales, y que se reconozca, en el caso de trabajadores y trabajadoras del sector sanitario, como enfermedad profesional.
“Dejadez institucional”
Por todo ello, piden que se investigue esta enfermedad que afecta a personas con un rango de media de edad comprendido entre los 30 y los 50 años, y que en toda la región afecta, que se sepa, a 70 personas distribuidas por las cinco provincias; agrupadas en este colectivo que está en trámites de constituirse en asociación.
Además de la investigación, “necesitamos acompañamiento y seguimiento de nuestros síntomas para descartar que tengamos alguna afectación orgánica que desconocemos y que pueda evolucionar a más”; también rehabilitación, con la “posibilidad de acceder de forma temprana a terapias tanto físicas, respiratorias y neurocognitivas para minimizar los síntomas y que no resulten limitantes e incapacitantes”, refleja Estefanía.
Desde el colectivo apuntan a cierta “dejadez sanitaria, que ha podido estar vinculada a las saturaciones de las olas de la pandemia y al desconocimiento de los propios profesionales sobre el tema”, una realidad que hay que cambiar, pues lejos de ser una enfermedad “aislada” e “invisible” para muchas personas, es una enfermedad que “ha venido para quedarse”.