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De arrabal mísero a barrio de moda: todo que ha visto la fuente de la plaza de las Peñuelas en más de siglo y medio

Fuente de la plaza de la Peñuelas

Luis de la Cruz

Madrid —

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La plaza de Peñuelas, en el barrio de Acacias, es un espacio histórico que se mira desde una gran balconada. La formada por el agradable Pasillo Verde Ferroviario, peatonal y con un carril bici central, en el Paseo Juan Antonio Vallejo-Nájeras Botas. La calle tenía antes un nombre más corto –del Doctor Vallejo Nájera–. Ahora no se puede decir sin respirar, pero al menos no está dedicada al llamado Mengele español (sino a su hijo, también psiquiatra y escritor).

En el espacio ajardinado reina por las mañanas la tranquilidad. A esas horas, abuelitos al sol parecen conversar con las palomas. Las palomas de los parques siempre están andando y cuando bajan la cabeza en ademán de picotear parecen estar asintiendo. Por las tardes, en cambio, las mesitas de ajedrez albergan cumpleaños durante lo meses de buen tiempo y la zona de columpios se llena la algarabía infantil. Se escucha entonces menos el trino de los pájaros mezclándose con el agua cayendo de lo caños de la fuente sobre el agua del pilón, como sucede por las mañanas.

La de Peñuelas es el recuerdo de las viejas fuentes de vecindad que surtían de agua los barrios y servían de punto de sociabilidad. En esta fuente de dos caños se puede leer el año de su instalación, 1860, aunque en algunas épocas se ausentó de su sitio para luego volver.

El topónimo Peñuelas podría venir de un promontorio (o peñuela) llamado de Santa Isabel, aunque coincide que el subsuelo de Arganzuela es rico en un tipo de arcillas así llamadas, a decir de los geólogos. Pocas veces se está seguro al cien por cien con los topónimos, lo que está certificado es que este tiene raigambre y nombró también unas huertas anteriores a que Madrid se derramara por el sur.

En los contornos encontramos una terraza, algún comercio, una sede de Izquierda Anticapitalista y –en la calle Peñuelas, casi en la plaza– la sede de la Fundación Anselmo Lorenzo. La FAL es la pata cultural del sindicato CNT y tiene allí una librería, un salón de actos y una valiosísima biblioteca de temática libertaria.

La política, la de izquierda tirando a radical, ha bajado en los últimos años un peldaño, desde el barrio de Lavapiés a Arganzuela, donde se han radicado diferentes sedes de agrupaciones políticas y tienen casa cooperativas laborales de distinto pelaje.

En la plaza de Peñuelas es también fácil ver a gente manejando una azada. En un extremo de la plaza se encuentra el huerto vecinal La Revoltosa, puesto en marcha hace más de diez años por un grupo de vecinos sobre un solar abandonado y hoy integrado en la red de Huertos Urbanos Comunitarios de Madrid.

Además de la fuente, nada queda del viejo barrio obrero de Peñuelas. O casi. En la vetusta cafetería Somolinos puedes encontrar, en una pared un poco escondida, varias fotos del propio edificio –hoy irreconocible– a principios del siglo XX. El inmueble, totalmente remozado, no recuerda ya en nada al del blanco y negro, con un gran portón y almacenes que daban servicio a la industria ferroviaria de la zona.

El barrio de Peñuelas fue, antes de barriada, un arrabal crecido a las afueras de Madrid y su valla fiscal a mediados del siglo XIX. Poco a poco fueron poblándose los alrededores del Portillo de Embajadores en asentamientos informales que fueron moteando de casas bajas y algunas de corredor la hondonada que quedaba entre los paseos de Embajadores y Acacias, un terreno hasta la fecha agrícola. Pero no todo fue improvisación, ya a la altura de 1857 encontramos acciones municipales de urbanización y arquitectos firmando las casas que van surgiendo en el nuevo arrabal, como señala el historiador Fernando Vicente en El Ensanche Sur: Arganzuela (1860-1931).

En 1860, año en que se aprueba el plan de ensanche de Madrid conocido como Plan Castro, el arrabal contaba con 123 edificios, en los que vivían 468 familias de jornaleros y artesanos, según explica Vicente. Igual que sucedió con el arrabal de Chamberí al norte, un trozo de ciudad ya existente se interponía en medio de los planes urbanizadores y la cuadrícula del Ensanche. Esto llevó a que los vecinos de Peñuelas se unieran, consiguiendo finalmente que sus casas se quedaran en el sitio.

Como la plaza fue siempre el corazón del arrabal y del barrio, a la fuente de vecindad pronto se unió la inevitable iglesia. En 1879 se inauguró al lado, en la calle de Peñuelas,  una iglesia dedicada al Purísimo Corazón de María hoy desaparecida. La parroquia se trasladó después de la guerra a la calle Embajadores.

El barrio de Peñuelas pronto se convirtió en sinónimo de pobreza e insalubridad. El epítome de ello eran las casas bajas de la plaza, de las que el jefe del laboratorio municipal, César Chicote, decía en 1914  que eran “una demostración bien exacta de la casa insalubre y de la manera penosa de vivir de la clase obrera”.

Una de las niñas que nació en las inmediaciones de la plaza de las Peñuelas fue la escritora Lucía Sánchez Saornil, escritora obrera afiliada a CNT y poeta ultraísta de la que a buen seguro se puede encontrar rastro en la Fundación Anselmo Lorenzo.

Pero el destino de la barriada se vio inmediatamente ligado a la línea ferroviaria de circunvalación de ocho kilómetros que unía las estaciones de Atocha y Norte (Príncipe Pío). En la cercana calle Moratines –donde hoy está el parque de las Peñuelas– la Compañía Madrileña de Almacenes Generales de Depósito y Transporte inauguró en 1908 la llamada estación de mercancías de la Alhóndiga, luego conocida como de Peñuelas.

 Las casas más humildes del barrio nacieron en los límites de la infraestructura ferroviaria y tomaron su nombre. Las llamadas chozas de la Alhóndiga fueron noticia en numerosas ocasiones como foco de marginalidad y merecieron la atención del pintor Gutiérrez Solana, que inmortalizó a sus vecinos en una de sus aguafuertes. Las chozas salieron en los papeles entre los años 1925 y 1926, cuando el Ayuntamiento de Madrid decidió hacerlas desaparecer definitivamente.

El muro de protección del tren fue barrera urbana y parte indisoluble del paisaje de la plaza de Peñuelas durante décadas. En 1978 la Asociación de Vecinos de Embajadores-Peñuelas decidió decorarlo con motivos alusivos a la obra de Francisco de Goya, con obras de una veintena de artistas.

A la altura de los años ochenta Arganzuela era ya una zona suficientemente céntrica como para verse obligada a desprenderse de los restos de su tradicional industria y expulsar las infraestructuras ferroviarias sobre cuyos raíles se había desarrollado. Se llevó a cabo un proyecto de reordenación que dio como fruto años después el actual pasillo verde ferroviario, que susituyó las vías del tren por una zona peatonal.

El entonces concejal de Urbanismo con el PSOE, Jesús Espelosín, crítico feroz de la llamada Operación Chamartín, siempre ha reivindicado la experiencia como alternativa al modelo de cesión de suelo público a terceros como método para reordenar un territorio ferroviario. Lo que se hizo a finales de los años ochenta fue crear el consorcio público Pasillo Verde, que permitía financiar el propio proyecto con la venta directa del suelo. Por esta vía, solo se tardaron siete años en llevar a cabo la reordenación de esta parte de Arganzuela.

En 2024 Arganzuela es uno de los distritos de moda y en el entorno de la plaza de Peñuelas, con un caserío visiblemente renovado, es difícil alquilar un piso por menos de 1200 euros. La fuente sigue, más de un siglo y medio después, recordando lo que hubo y aglutinando a su alrededor lo que será la plaza en los años venideros.

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