La Diputación de Toledo celebra este viernes, día 14 de junio, las cuatro décadas del cuadro “Toledo símbolo”, del artista toledano, natural de Urda, Cecilio Mariano Guerrero Malagón, que preside el Salón de plenos de la institución desde el año 2014.
A las 11.00 horas tendrá lugar un acto presidido por la presidenta, Concepción Cedillo, y los familiares del pintor, para recordar ese cuadro, donde se muestra una perspectiva muy especial de la ciudad de Toledo, del conjunto de la provincia, sus fiestas, sus costumbres y sus gentes.
Es por ello que, tras ese acto de homenaje a Guerrero Malagón y a una de sus obras más emblemáticas, se ofrecerán visitas guiadas cada media hoa desde las 11.30 a las 13.30 horas. También de 18.00 a 18.00 horas. Acabará la jornada con una conferencia de la bibliotecaria de Urda y biógrafa de Guerrero Malagón, Marivi Sánchez, titulada “Guerrero Malagón: memoria de Toledo”.
El cuadro “Toledo símbolo”
El cuadro una obra excepcional en la rica producción del artista. Destaca por su gran tamaño pero, sobre todo, por ser consecuencia de un encargo, en un raro ejemplo de este tipo de compromiso en la trayectoria vital de su creador, marcada siempre por la libertad más absoluta.
El resultado es una mezcla entre las pasiones y maneras de representar la realidad toledana que sentía el pintor y la necesidad de crear un cuadro amable, que reflejara el territorio de la provincia de Toledo y a su gente.
Hay tres elementos que construyen la composición: el paisaje de fondo; la ciudad que le da sentido y las personas que viven en ambas realidades.
El paisaje muestra a la provincia partiendo de la estética generada por la Escuela de Vallecas, en la que tuvieron un destacado protagonismo Benjamín Palencia y el toledano Alberto Sánchez. En ella aparecen pueblos y motivos reconocibles como es el cerro del Calderico de Consuegra, que sirven de base a un pueblo necesariamente austero y trabajador, en el que lo popular se dignifica e impone sobre cualquier élite.
Este entorno sirve para destacar el papel que adquiere la ciudad de Toledo en la articulación del territorio. De esta manera, en el centro del cuadro aparece una ciudad soñada, irreal, pero fácilmente identificable, como una población muerta, casi sin vida, en la que todo es piedra, pasado o ruina y en la que sobra la luz o la más mínima seña de modernidad.
Por último, hay todo un conjunto de personajes populares que, con sus peculiares ritos y creencias, muestran lo variado y excepcional de su sociedad. Entre todos los representados destacan figuras reconocibles, pero no como protagonistas de nombre identificable, sino como categorías que resumen lo mejor de cada localidad y aparecen como testigos de un acto festivo religioso que, al final, es elegido para dar sentido al cuadro. Es el Corpus toledano con el desfile de su custodia que, sin aparentarlo, se convierte para Guerrero en el mejor símbolo de lo toledano.