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Espacio de divulgación científica y tecnológica patrocinado por la Universidad de Alcalá (UAH), con el objetivo de acercar el conocimiento y la investigación a la ciudadanía y generar cultura de ciencia

Los científicos en el siglo XVI: “Es falso que la Inquisición prohibiera la práctica de diseccionar cadáveres”

'El cirujano' o 'La extracción de la piedra de la locura', obra de Jan Sanders Van Hemessen

Carmen Bachiller

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¿En qué contexto científico nació la Universidad de Alcalá? ¿Había Ciencia en el siglo XVI? Gonzalo Gómez es historiador y explica que en aquella época “lo importante fue el cambio de mentalidad. Se pasó de la estructura medieval y de la relación vertical de la persona con Dios al modelo del Humanismo, es decir, la relación de la persona con su entorno, con la sociedad y con la naturaleza”.

Este profesor honorífico de Historia Moderna de la Universidad de Alcalá (UAH) tilda de “clave” el cambio que trajo el Humanismo a nuestro país, ya que “permitió desarrollar la Medicina, las Matemáticas, la Arquitectura, la Geografía…”

Fue el cardenal Cisneros, fundador de la universidad alcalaína quien jugó un papel determinante en este proceso, debido a su propia experiencia personal. “Había estudiado en Salamanca, estuvo en Roma y también fue administrador eclesiástico en Sigüenza como mano derecha del cardenal Mendoza”.

Era un humanista convencido y cambió la historia universitaria porque apostaba por que la formación no solo fuese teórica, sino también científica. Creía que además de la Teología, el Derecho Canónico o la Medicina había que apostar por la Filosofía. “En concreto por la que propugnaba Aristóteles: la Retórica, pero también por la Política, la Economía, las Matemáticas… Todo eso se englobaba entonces en la Filosofía. Fue la formación humanística que introdujo Cisneros”.

“El científico del siglo XVI quería controlar el entorno porque formaba parte de su formación humanística” y por eso la época se caracterizó por ser la del “método científico del contraste porque el Humanismo es un pensamiento crítico”, señala Gonzalo Gómez.

Hace ya cinco siglos que “el científico era el que investigaba, pero también analizaba y contrastaba. Eso se aplicaba de la misma forma a la Historia o a la Medicina”.

En el caso de los médicos, bebieron de referentes como Hipócrates y Galeno, pero partiendo de los textos originales y evitando las versiones ‘opinadas’ de los traductores medievales árabes. “Miraban los textos originales y los contrastaban con su propia experiencia personal. Por eso el siglo XVI fue el ‘siglo de las anatomías’. Es falso que la Inquisición prohibiera la práctica de diseccionar cadáveres”, señala el historiador, recordando que el propio médico de Felipe II, Fernando de Mena que era natural de Socuéllamos (Ciudad Real), fue diseccionado por su discípulo Francisco Díaz, otro gran médico y urólogo.

También pone como ejemplo al historiador Ambrosio de Morales. “Iba por los monasterios copiando documentos antiguos por encargo de Felipe II. En aquella época el gramático y el historiador ya eran considerados científicos”.  En ellos confiaba el rey cuando envió al médico Francisco Hernández, procedente de la Universidad de Alcalá a elaborar un inventario de las plantas medicinales del Nuevo Mundo.

El siglo XVI fue rupturista hasta el Concilio de Trento. En el XVII la Ciencia colapsó y se paró totalmente

Frente a los tópicos establecidos, Gonzalo Gómez explica que “se tiende a ver la Edad Moderna como un todo, cuando en realidad el siglo XVI fue rupturista”. Y lo fue hasta la aplicación del Concilio de Trento a finales de ese siglo porque “estableció fronteras entre lo que estaba bien y lo que estaba mal. Posteriormente, con la llegada del Barroco, en el siglo XVII la Ciencia colapsó y se pararía totalmente”.

Las universidades del siglo XVI eran instituciones autogestionadas que escapaban de cualquier autoridad externa. Eso cambió cuando el Concilio de Trento estableció “control” sobre el ámbito educativo, hasta el punto de llegar a eliminar la Cátedra de Filosofía Moral de la Universidad de Alcalá basada en las teorías de Aristóteles. Y no solo eso. “Había muchos problemas económicos y se paró la inversión en Ciencia que floreció con Carlos V y Felipe II”.

Y eso a pesar a los avances y a casos como el del científico español, Diego de Zúñiga. “Estableció y publicó la teoría heliocéntrica en 1591. Y lo hizo bastante antes que Galileo”, destaca el historiador. Sin embargo, el avance científico tuvo que esperar hasta el siglo XVIII. Entonces se recuperó el espíritu crítico que “desembocará en las obras de Voltaire, en la independencia de las colonias americanas o la revolución francesa. Fue la consecuencia de lo que se inició en el siglo XVI”.

Se supone que el siglo XVIII fue el siglo académico, cuando en realidad lo que se pasó es que se recuperó lo iniciado dos siglos antes

En este sentido, recalca Gonzalo Gómez, “se supone que el siglo XVIII fue el siglo académico, cuando en realidad lo que se pasó es que se recuperó lo iniciado dos siglos antes”.

La Ciencia había dado en aquel momento el salto de las aulas (mera teoría) a su aplicación práctica. De ello tuvo ‘la culpa’ en parte el catedrático de Matemáticas de la Universidad de Alcalá Pedro Esquivel, cuando en 1540 “se empeñaba en explicar cómo podía utilizarse el Astrolabio para realizar una triangulación. Lo hacía saliendo de las aulas para observar esa información retornaba después a las propias aulas en una especie de retroalimentación”.

Nombres científicos del siglo XVI y “la falsedad histórica de Francisca de Nebrija”

El de Pedro Esquivel no fue el único gran nombre científico de la época vinculado a la Universidad de Alcalá: el ideólogo de la primera ciudad universitaria, Pedro Gumiel, Antonio de Nebrija, fray Diego de Zúñiga - que recuperó a Copérnico y la teoría heliocéntrica, y sus obras fueron prohibidas junto a las de Copérnico en 1616- , el urólogo Francisco Díaz, Juan Alonso de Fontecha, nacido en Daimiel (Ciudad Real) que “fue un gran obstetra y defensor de la mujer porque en 1590 ya decía que sabía hacer las mismas cosas que cualquier hombre y todavía más, aunque hoy nos parezca obvio”, Francisco Hernández, como estudioso de las plantas, Francisco Vallés y Covarrubias, médico de Felipe II que estableció la relación directa entre la historia clínica del paciente y la anatomía patológica o “los historiadores científicos de referencia hasta el siglo XIX”, Ambrosio de Morales y Jerónimo Zurita.  

En este punto el historiador aprovecha para aclarar una “falsedad histórica” y es “Antonio de Nebrija no tuvo ninguna hija llamada Francisca ni le sucedió en la cátedra de Retórica. A mí me interesan las mujeres del día a día, me gusta la verdad histórica y siempre que puedo hago hincapié en aquellas mujeres que hicieron historia, aunque no hayan pasado a la historia. Es una deuda de los historiadores”.

De hecho, las mujeres no quedaron del todo al margen en todo este afán por saber. Cisneros fundó dos centros para ellas en Toledo y otro en Alcalá de Henares, el Colegio de Doncellas de Santa Isabel. “Los jóvenes tienen que saber incorporarse a la vida adulta y en aquella época se hacía estudiando a los autores grecolatinos. El acceso a las cátedras no era posible para la mujer, pero creo que no era porque se las considerase inferiores. Eso cambió en el siglo XVIII, con la primera doctora en Filosofía y Letras, Isidra de Guzmán, precisamente en la Universidad de Alcalá”.

La “necesidad de saber” en el siglo XVI que llevó a fundar universidades en América

La importancia de la Ciencia también quedó patente con los viajes transatlánticos iniciados durante el reinado de los Reyes Católicos. El investigador lo recoge en su libro Sanar cuerpos y guardar almas. La medicina humanista en España y América en el siglo XVI.

“Hay una necesidad de aprender. Por ejemplo, Medicina. Y hablo de aprender de las personas naturales de América, de sus plantas, de las posibilidades del continente para la Ciencia… Se crearon universidades en las que estudiaban tanto personas procedentes de España como los propios nativos. Hubo integración y lo mismo ocurrió en los hospitales que allí se abrieron”, explica.

Gonzalo Gómez recalca que “España no fue allí a enseñar la civilización. No fue así. También aprendía de sus lugareños: se publicaron libros en lenguas nativas, se encargó la elaboración de Cartografía de la Península Ibérica y de las Indias... Era una necesidad de saber. Es lo que ocurrió en el siglo XVI”.

El Humanismo llegó a España tras la etapa de los “saberes clásicos” de judíos y musulmanes aplicados por ejemplo a la Medicina. El propio historiador cuenta una anécdota sobre Cisneros cuando, en 1503 estando en Granada, estuvo a punto de morir. “Lo cuenta Juan Vallejo, uno de los primeros en escribir su biografía. Relata cómo ningún médico de la Corte sabía solucionar su enfermedad. Le desahuciaron y al final tuvo que ser una morisca la que le curó. Vivió 14 años más”.

La corriente humanística ahondaría más en la necesidad de aprender, a partir del siglo XVI. Un siglo en el que empezó a ‘profesionalizarse’ la asistencia sanitaria en Europa. Los ‘sanitarios’ ya no eran frailes o monjas y empezaban a cobrar por el trabajo.

“La monarquía se interesó por la administración de los hospitales. Dejaron de ser una obra de misericordia. Ya no se atendía a los enfermos para sanar el alma, sino para curar. Los sanitarios y los enfermos eran tratados con dignidad por los administradores del hospital. Eso es el Humanismo. El trasfondo fue el respeto a la persona”. 

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