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Científicos de la Universidad de Alcalá monitorizan el suelo de la Antártida: “Ahora podremos saber el calor que acumula el suelo cada año”
Entender el estado de los suelos congelados en los polos del planeta y cómo evolucionan con el paso del tiempo. Ese es el objetivo de las diversas expediciones de científicos de la Universidad de Alcalá (UAH) a la Antártida.
“Es algo que se viene estudiando en el Ártico desde los años 40 del siglo XX”, señala Miguel Ángel de Pablo, profesor de Geología en la universidad alcalaína.
En el hemisferio norte, dice, “los suelos están muy congelados, no hay nieve en verano y hay muchas construcciones como edificios o carreteras que están apoyadas en el suelo congelado. Allí vieron que el suelo cedía debido a que se empezaba a descongelar”. Fue entonces cuanto se instaló toda una red para monitorizar lo que estaba pasando. “Se confirmó que el permafrost se estaba degradando. Posiblemente fueron los inicios del calentamiento global”.
El permafrost es una de las mayores reservas de carbono en las zonas más frías del planeta. Se encuentra congelado en el subsuelo y es una masa compuesta por tierra, rocas y sedimentos unidos gracias al hielo.
“En la Antártida no hay poblaciones humanas viviendo de manera permanente y hay muchas menos zonas libres de hielo”, explica el profesor. La ausencia de actividad antrópica que altere el terreno, convierte esta parte del planeta en un auténtico laboratorio. Por eso, dice, “resultaba muy interesante poner estaciones allí también para comprobar las diferencias entre las zonas polares del planeta y si les estaba pasando lo mismo debido al calentamiento global”.
La primera expedición, en 1988
En 1988, el profesor del Departamento de Física y Matemáticas Miguel Ramos viajó hasta la Antártida en la que fue la primera expedición de la Universidad de Alcalá (UAH) hasta esta zona del planeta para estudiar el permafrost y la variabilidad climática.
De aquella experiencia queda un recuerdo en la localidad de Azuqueca de Henares, en Guadalajara, donde vive este científico. Allí se construyó muchos años después una rotonda que homenajea los primeros pasos de la institución académica para estudiar el cambio climático.
Desde entonces la universidad lleva a cabo distintas campañas. Eso ocurre durante los veranos antárticos, entre diciembre y marzo, cuando no hay banquisa o hielo flotante que impida a los buques oceanográficos navegar con seguridad en aquellas aguas. Tras las primeras campañas, en el año 2000 se instaló una red permanente para monitorizar el permafrost, convirtiendo la iniciativa científica en sistemática.
Es la red de monitoreo Permathermal, financiada por proyectos de investigación de distinto tipo, por parte del Gobierno de España.
Miguel Ángel de Pablo ha regresado recientemente del último viaje a la Antártida donde ha permanecido entre enero y marzo. El equipo suele trabajar en las islas Livingston y Decepción que forman parte del archipiélago Shetland del Sur, en la parte occidental de la península antártica, que viene a ser la continuación natural de Sudamérica.
El continente antártico tiene cerca de 14 millones de kilómetros cuadrados. “¿Por qué no vamos a otros lugares de la Antártida para investigar? Pues porque allí es donde más rápido vamos a ver los efectos en los suelos de un posible calentamiento de la atmósfera”, explica De Pablo.
No es lo mismo, dice, la temperatura en verano en el centro de la Antártida (unos -40ºC) que en esta región más limítrofe del continente donde esa temperatura veraniega se sitúa en torno a los cero grados. “Los cambios detectados allí son relevantes porque nos dicen que, ojo, estamos en el límite de estabilidad y nos podemos quedar sin permafrost muy rápido”.
Estudiar el calor que emite o recibe el suelo antártico todo el año
De cara a los próximos años, los científicos de la Universidad de Alcalá introducirán algunas novedades en su investigación en esta parte del planeta.
“Las últimas tres campañas han sido técnicas, para intentar renovar toda la instrumentación que tenía ya más de 15 años y comenzaba a dar fallos”, señala de Pablo. Ahora, se ha logrado estandarizar toda la red que monitoriza la zona. “Hemos comenzado una nueva etapa, incorporando además sensores de flujo térmico del suelo”.
A los datos relacionados con la temperatura se sumarán otros sobre la radiación. Ya había sido medida en otras ocasiones, pero de forma puntual. “Ahora sabremos cuánto calor emite o recibe el suelo a lo largo de todo el año, por lo que podremos hacer un balance energético”.
El reto del futuro más cercano para la red Permathermal será conseguir financiación para instalar sensores de flujo térmico en todas las estaciones e instalar estaciones en la isla Horseshoe, más al sur.
“Es una de las últimas de la península antártica. Queremos estudiar allí las diferencias del calentamiento del permafrost, respecto a lo que está ocurriendo más al norte, en la zona de las Shetland. La idea es ver si el calentamiento está afectando por igual a todo el sector antártico”.
¿Qué está pasando en la Antártida y en el Ártico?
Los científicos han confirmado que la atmósfera está calentándose en la Antártida y que ese calor se trasmite al suelo. “El espesor de la capa activa del terreno, que es lo que se congela y descongela estacionalmente, está aumentando su temperatura y su espesor”.
“Hay mucha variabilidad en esa capa activa porque unos años el terreno se descongela más que otros, pero la tendencia general es que tanto su espesor como su temperatura están ascendiendo”.
Respecto al permafrost, y aunque no lo vemos, está ocurriendo lo mismo. “Su temperatura está subiendo rápidamente y se acerca peligrosamente a los cero grados. Hemos medido más de cinco metros de la capa del permafrost en algunas de nuestras estaciones y en alguna de ellas la temperatura está ya a -0,5 grados. Eso es muy poco y podemos llegar un año y encontrarnos con que el permafrost ha desaparecido”.
Esta situación viene acompañada de un incremento de la temperatura del aire. “En estos 20 años, han subido en todas las estaciones, más o menos según su situación: unas están al nivel del mar, otras a unos 400 metros de altitud o cerca de un glaciar”.
Las consecuencias de la pérdida del permafrost son muchas, tanto en tierra y como en mar. En la Antártida el proceso es algo más lento y no hay población que se vea afectada, pero en el Ártico está degradándose a una velocidad vertiginosa
De Pablo apunta al “problema” de la movilización del agua descongelada, y con ella sus compuestos químicos. “Llegarán a ríos, lagos o al océano, contribuyendo a cambiar la química de las masas de agua, su composición y su temperatura. ”Las consecuencias de la pérdida del permafrost son muchas, tanto en tierra y como en mar. En la Antártida el proceso es algo más lento y no hay población que se vea afectada, pero en el Ártico está degradándose a una velocidad vertiginosa“.
Y es que en el Ártico hay suelos orgánicos que al descongelarse emiten CO2 que contribuye a la subida de la temperatura en la atmósfera. “Afecta a todos los rincones del planeta. La preocupación es global”.
No es un proceso sencillo de revertir. “Soy pesimista, ahora queda enfrentarse a las consecuencias”, dice este investigador. “Son ya directas en el Ártico, sobre sus habitantes, la flora o los animales. En el conjunto del planeta ya estamos viendo menos precipitaciones o estaciones más extremas… Implicará movimientos de población”.
Recuerda que el clima es un proceso “complejo” y frente a quienes ponen en cuestión los modelos científicos dice que “aunque son muy diversos modelos y no siempre los resultados son iguales, la tendencia que muestran todos ellos, y los escenarios hacia los que apuntan, son todos similares”.
Añade que “podemos creer o no en los modelos y en las predicciones, pero las evidencias científicas están ahí, al alcalde de todo el mundo, y desde muy diversos campos de la Ciencia. No se trata de convencer a nadie, simplemente está pasando”.
Para quienes apuntan que en otras etapas del planeta hacía más calor da un mensaje claro: “Sí, en el Carbonífero o en el Cretácico, hace más de cientos de millones de años, había 12 grados más que ahora, pero en la Tierra las condiciones eran distintas, la temperatura no subió tan rápido y, sobre todo, los humanos no estábamos para sufrir las consecuencias”.
En su opinión, “hay que plantear la realidad sin meter miedo, explicando las consecuencias” para evitar el negacionismo. “Seguiremos comunicando a la sociedad nuestros resultados científicos. Es nuestra obligación. No hay ningún otro interés personal más que el de dar a conocer lo que vamos descubriendo”.
Confía en que los planes de acción internacionales permitan “evitar la degradación de la Antártida. En el Ártico ya no es posible. No tanto por la Antártida en sí, sino por las consecuencias que tendrá para todos, en todos los rincones del planeta”.
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