Castilla-La Mancha Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Menos motores de combustión y más mascarillas

La recuperación de la situación económica que nos está dejando la pandemia va a requerir de un esfuerzo importante. Difícilmente, mientras no tengamos una vacuna o un tratamiento adecuado, podremos regresar a nuestra vida anterior. Escenarios como el de una pretendida inmunidad de rebaño parecen estar lejos de conseguirse en un futuro próximo. Quizá la anhelada vuelta a la normalidad no sea posible.

SARS-CoV-2 ha venido a modificar muchos de nuestros planes a corto y medio plazo. Pero también a hacernos reflexionar sobre cómo deberíamos plantearnos las cosas a largo plazo en un mundo donde la amenaza de contraer COVID-19 seguirá estando presente durante meses y quizá marque nuestras vidas personales y profesionales durante los próximos años.

La pandemia nos ha enseñado muchas cosas, entre otras lo frágil que es nuestro sistema globalizado de producción y consumo. En una misma moneda encontramos las fábricas cerradas con cadenas de suministros rotas y los transportistas sin una infraestructura adecuada para cumplir con su cometido. Millones de desempleados y centenares de miles de puestos de trabajo sin cubrir en el campo. Escasez de productos sanitarios e incapacidad para fabricarlos al ritmo que se demandan. Pérdida de confianza en proveedores sin escrúpulos que falsean homologaciones y ponen en riesgo la seguridad de los usuarios y la salud de todos.

La misma deslocalización industrial que nos tiene sin equipos de protección individual adecuados ni suficientes para proteger a los trabajadores esenciales, que tratan a los enfermos o recogen la basura que todos generamos en nuestros hogares, amenaza con más pérdidas de puestos de trabajo.

Varias corporaciones anuncian que dejarán de producir vehículos en España. Y en medio de todo esto el sector la automoción pide al Gobierno 300 millones para impulsar la demanda. La cuestión es ¿qué modelo de movilidad queremos impulsar con dinero público? ¿Puede el dinero público recuperar la demanda del sector?

Una demanda ya en crisis

Mucho antes de la irrupción de la pandemia y sus efectos en los mercados la demanda de vehículos de combustión interna ya estaba en crisis ¿Quién quiere un coche de motor diésel o gasolina cuando la siguiente tecnología está disponible y en el mercado?

Por mucho que lo traten de disfrazar la oferta del sector se estaba adaptando tarde y mal a los cambios en la demanda. Donde los consumidores quieren o esperan vehículos eléctricos con una autonomía que les permita satisfacer sus necesidades de movilidad, la industria sigue exprimiendo tecnologías obsoletas y ampliamente amortizadas.

Pero no es sólo eso. Los cambios en la forma de vida y en la organización social de los últimos años también estaban poniendo en cuestión la necesidad de disponer de un vehículo en propiedad. La generalización de distintos esquemas de uso compartido llevaba como resultando a un menor número de vehículos en las calles de las grandes ciudades.

Así pues, la crisis del sector de la automoción venía de antes, de intentar sostener un modelo de producción que no se adapta a la evolución de la demanda. Pero también de una realidad inexorable que tenemos que abordar. Y mejor pronto, que ya vamos demasiado tarde.

Uno de los retos que dejamos pendientes y nos está esperando en el regreso a la normalidad es el de las emisiones de efecto invernadero. En las últimas décadas han llegado a un nivel que amenaza nuestro modelo de vida y la supervivencia de nuestra especie en el único planeta que somos capaces de habitar.

Combustibles fósiles

Una parte importante de esas emisiones provienen de los combustibles fósiles que quemamos para mover vehículos. Otro de los resultados del proceso son gases y partículas que causan las enfermedades que ocupan los primeros puestos entre las causas de muerte en nuestros días.

Las restricciones al tráfico de vehículos con motor de combustión es una realidad que irá en aumento. Por el clima, pero también por nuestra propia salud. En condiciones normales y ante pandemias cuyos efectos se ven potenciados por la contaminación que sueltan los tubos de escape.

No nos podemos permitir el lujo de desperdiciar el dinero público en seguir profundizando el agujero que nos trajo hasta aquí. Tenemos que aprender a resolver las necesidades de movilidad generando puestos de trabajo y oportunidades para un tejido económico más local, que no dependan del capricho de grandes corporaciones. Desde la fabricación de bicicletas y componentes a los talleres de mantenimiento y reparación que podrían implantarse en algunos de esos locales cuyos cierres queremos ver levantar cuanto antes.

Favorecer los movimientos a pie y en bicicleta por nuestras ciudades no es un problema exclusivo de cuestas o de distancias. Es un problema de espacios seguros por los que sentirse cómodo. Sin la amenaza constante ni los malos humos de los motores. De priorizar los desplazarnos que no emiten gases de efecto invernadero, óxidos de nitrógeno, ni otros restos de combustión que nos ponen en peligro. De reorganizar las ciudades.

Una industria “patria” de mascarillas

Pero de la crisis no vamos a salir dando pedales. También tenemos que potenciar sectores industriales estratégicos. Todos los días se consumen cientos de miles de equipos de protección individual. Estas semanas hemos visto el coste de importarlos baratos desde China. Si no mantenemos una industria patria de mascarillas no podemos contar con ellas cuando nos hagan falta.

A diario hospitales, centros de salud, laboratorios, fábricas, talleres y otros muchos centros de trabajo demandan mascarillas. Batas. Guantes. Pantallas de protección. Calzado de seguridad. Cascos. Mantener una capacidad productiva que abastezca de los equipos de protección individual que se consumen en nuestro país nos permitiría reducir la dependencia del mercado exterior, crear puestos de trabajo y contar con una mejor capacidad de respuesta ante un futuro cada vez más incierto.

En los próximos meses habrá que destinar muchos millones de euros a reactivar la industria y a potenciar la demanda. Debemos decidir si dirigimos el esfuerzo colectivo a un modelo de producción y consumo más sostenible o a mantener una infraestructura obsoleta y amortizada que se tambaleará hasta la siguiente crisis.

Tenemos que ser muy conscientes de que del destino que demos a los recursos actuales dependerá nuestro nivel de sufrimiento futuro.

No necesitamos más automóviles de combustión interna para los que cada vez hay menos demanda. No necesitamos rescatar grandes corporaciones que ven reducidos sus beneficios en momentos de crisis. Tenemos que crear modelos de negocio que distribuyan ingresos al mayor número de personas que sea posible. Necesitamos una infraestructura de producción y consumo con capacidad de respuesta a fenómenos climáticos extremos y a futuras pandemias. Nos va la vida en ello.

La recuperación de la situación económica que nos está dejando la pandemia va a requerir de un esfuerzo importante. Difícilmente, mientras no tengamos una vacuna o un tratamiento adecuado, podremos regresar a nuestra vida anterior. Escenarios como el de una pretendida inmunidad de rebaño parecen estar lejos de conseguirse en un futuro próximo. Quizá la anhelada vuelta a la normalidad no sea posible.

SARS-CoV-2 ha venido a modificar muchos de nuestros planes a corto y medio plazo. Pero también a hacernos reflexionar sobre cómo deberíamos plantearnos las cosas a largo plazo en un mundo donde la amenaza de contraer COVID-19 seguirá estando presente durante meses y quizá marque nuestras vidas personales y profesionales durante los próximos años.