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Nadie quiere ser pastor

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Parece que tanto la cantidad y gravedad de los incendios forestales como la crisis global de suministros que apunta a la distribución de alimentos, amenazando nuestra cómoda dieta occidental, nos han hecho abrir los ojos.

Tanto los medios de comunicación como las tertulias de bar han llegado a la misma conclusión: la solución a todos nuestros males está en el campo. El ganado en el campo acabaría con el desastre del fuego y nos permitiría seguir comiendo carne sin remordimientos. Todo solucionado.

Ahora viene la pregunta incómoda ¿Por qué no hay ovejas en el monte? Es la cuestión que hay que responder. No vale la añoranza de un tiempo pasado en el que todos éramos más jóvenes, más guapos y con menos achaques. Hay que plantearse qué pasa en nuestra sociedad actual. Y la respuesta corta es el título de este artículo: nadie quiere ser pastor.

Pasar el día guiando un rebaño de ovejas por el campo, todos los días de tu vida, es una tarea que nadie quiere asumir. Sí, es un trabajo tan digno como otro cualquiera. Seguro que puede ser una profesión gratificante. Incluso podemos encontrar ejemplos de pastores felices, realizados y con una vida plena. Pero ¿quieres ser pastor? ¿el resto de tu vida laboral? No hablo de ser ganadero. Hablo de ser pastor. Que pueden ser, y en muchos casos son, dos cosas diferentes.

Dónde están los pastores que paseaban esos rebaños a los que el imaginario colectivo añora actualmente

Deberíamos preguntarnos dónde están los pastores que paseaban esos rebaños a los que el imaginario colectivo añora actualmente. Muchos de ellos hicieron un importante esfuerzo para que sus hijos se fuesen a estudiar a la ciudad. Dedicaron todo el dinero que generó su sudor en el campo para comprar un piso en una capital de provincia, pagar carreras universitarias y, llegado el caso, ayudar a emprender una profesión liberal.

Quien más, quien menos, empujó a la siguiente generación a trabajos mejor vistos. El modelo de éxito era escapar del mundo rural. Huir del estigma que suponían el olor a estiércol y la piel curtida por la intemperie. El relevo generacional al frente del ganado ni fue un objetivo, ni tuvo interés en su momento para ninguna de las partes implicadas. Lógico y normal. Era preferible un sueldo a fin de mes en una fábrica o un trabajo menos sufrido en una oficina.

Es más, tras una guerra civil y una postguerra hambrienta que esquilmaron el campo dejándolo exhausto, el abandono de la agricultura y la ganadería extensiva se presentaron como un alivio para un medio castigado hasta la desertificación.

Nadie quiere ser pastor y la pregunta debería ser ¿Por qué nadie quiere ser pastor? Yo no quiero ser pastor porque difícilmente me generaría el nivel de ingresos que necesito para mantener mi calidad de vida actual. Pero también porque condicionaría las opciones vitales de mis hijos de un modo que he decidido no asumir.

En el fondo, la cuestión es si la jornada de pastor es compatible con la realización personal en la sociedad en la que vivimos ¿Contribuye al reparto de tareas en el hogar? ¿Permite llevar a los hijos a judo después del cole? ¿Qué hay de las copas afterwork? No creo que sea muy fácil conciliar vida personal, familiar y laboral siendo pastor.

El medio también juega en contra

El pastor vive de los recursos que consigue con su ganado. Como cualquier persona necesita una serie de bienes y servicios a los que puede acceder, si están disponibles, con dinero. Y si comparamos el dinero que se consigue moviendo ovejas de un lado para otro con el que se consigue en otras profesiones existe un incentivo claro para dedicarse a oficios menos sacrificados.

No es solamente un problema económico, por supuesto. El medio también juega en contra. Las ovejas no se pastorean por el centro de las grandes ciudades. Salvo unas pocas, dos días al año.

Y en el pueblo ni hay ludoteca para entretener a los niños, ni hay gimnasio para socializar con la excusa de torturar el cuerpo. La telefonía brilla por su ausencia varios meses al año y las conexiones a internet, cuando existen, requieren de paciencia infinita. Acceder a servicios esenciales puede ser una carrera de obstáculos y si no dispones de tu propio tractor o de un vehículo todoterreno en condiciones y presupuesto para combustible, la movilidad se reduce significativamente.

Ser pastor implica vivir en un medio rural abandonado e intencionadamente vaciado durante décadas. Analizar esto en detalle excede el objetivo de este artículo, pero nos quedaremos con el papel que juega la propia industria agroalimentaria, que prefiere controlar el negocio desde macro instalaciones en las que consigue proteínas baratas a costa de la salud de todas las personas. Para ello satura el mercado, consiguiendo controlar el precio y desincentivando las prácticas extensivas, lo que condena la profesión de pastor.

Porque, no se nos olvide, las ovejas bomberas -esas que limpiarían los montes y evitarían incendios forestales- serían aquellas que pacieran por el campo. Si las tenemos estabuladas y las alimentamos de pienso no retiran biomasa vegetal y no sirven al bucólico propósito para el que las queríamos. Por cierto, donde pone ovejas lea cabras, vacas o cerdos.

Y para alimentar al ganado de biomasa vegetal hay que tenerlo muchas horas en el monte. Esto implica, para el pastor, dedicación de jornada completa ¿Cuánto tiene que cobrar una persona que dedica todo su día a mover el ganado? ¿Cubrimos su sueldo en el precio que pagamos cuando comemos carne? ¿Estamos dispuestos a pagarlo?

A pesar de todo podemos encontrar pastores en el campo. Es cierto. Si salimos de paseo y observamos veremos que hay algunos rebaños de ovejas pastando en algunos territorios. No es recomendable acercarse mucho, ya que lo normal es que los perros que lo custodian traten de mantenernos alejados del ganado. Especialmente si el pastor ha dejado el rebaño solo mientras se dedica al resto de labores de su día a día.

Quizá podamos fijarnos en la persona y charlar con ella. Un paquistaní que nos habla en perfecto inglés, un marroquí con el que nos entendemos mejor en francés… Se dedican a eso como forma de conseguir un contrato en su país de origen que les permita migrar legalmente para ejercer en Europa la profesión para la que se han formado. Sí, estarán un par de años moviendo rebaños y será una anécdota de superación personal que podrán contar en el futuro, pero resulta que ellos tampoco quieren ser pastores.

Una tarea compleja

Hay ganaderos. Necesitan explotaciones de varios miles de ovejas para generar los ingresos mínimos para continuar con la profesión y asegurar la presencia de ganado en el campo. Pero, en la medida de lo posible, tienen que delegar la tarea de pastor en alguien que la asuma al menor coste. Los pocos cientos de ovejas que puede atender a la vez una sola persona no dan para ganar un sueldo medio.

Y sí, también hay pastores que asumen su forma de vida después de haber pasado por formación universitaria o experiencias vitales en la gran ciudad. Quedan los entusiastas que nunca se fueron y los que decidieron continuar la tradición familiar. Pero entre todos suman una cantidad que no cubre todo el territorio que podría acoger ganadería extensiva.

Ahora bien ¿tiene solución? Pues posiblemente sí. Lo ideal sería revisar el modelo de consumo, penalizando la ganadería industrial y favoreciendo la producción extensiva. Que la carne barata incorporase los costes sociales, ambientales y de salud pública que genera, de modo que no hiciese competencia desleal a la ganadería extensiva.

Pero también puede moverse el lado del pastor. Analizar qué necesita una población con una alta tasa de paro para dejar de estar desempleada en la ciudad e instalarse en el campo a mover ganado. O, mejor todavía, cómo conseguiríamos que una persona dejase su cómodo trabajo de oficina para convertirse en pastor.

Entiendo que para ello sería necesario frenar los motores que están vaciado el medio rural y revertir una tendencia que nos lleva al colapso. Pero estos son otros temas a los que habrá que dedicarles varios artículos, espero, en un futuro próximo.

Parece que tanto la cantidad y gravedad de los incendios forestales como la crisis global de suministros que apunta a la distribución de alimentos, amenazando nuestra cómoda dieta occidental, nos han hecho abrir los ojos.

Tanto los medios de comunicación como las tertulias de bar han llegado a la misma conclusión: la solución a todos nuestros males está en el campo. El ganado en el campo acabaría con el desastre del fuego y nos permitiría seguir comiendo carne sin remordimientos. Todo solucionado.