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La naturaleza nos ha proporcionado cerebros individuales y estructuras sociales gregarias. Tenemos un modo de pensar individualista, pero a la vez neuronas espejo que nos hacen conectar con las emociones de los demás. Podemos gritar todos a la vez en un concierto, miles de personas sintiendo que son una sola durante unos minutos, pero a la vez sentirnos aislados y desconectados del resto.
Las nuevas tecnologías tratan de poner solución a un problema que ya existía antes: nos sentimos con mucha frecuencia solos, desconectados y vacíos. Antes rellenábamos los huecos con dioses y mundos transcendentes. Hoy en día, tantos aparatos tencológicos, tanta accesibilidad e inmediatez nos llenan de estímulos, no nos dan tiempo a aburrirnos y sentirnos solos. Pero no solucionan el problema, provocan muchas veces más angustia y más sensación de urgencia.
Mi abuela, para lo único que es vulnerable es la soledad. Aunque de lo que siempre habla es de lo feliz que es cuando está físicamente al lado de sus seres queridos. Y de lo agradecida que está por el cuidado que tienen sus hijos con ella. El mundo es muy irónico, porque el antídoto contra a soledad de una buena parte de su familia es pensar en ella, incluso cuando físicamente no están juntos. No hay nada mejor para sentir que no estamos solos que sentirse querido, aunque sea en la distancia. La dulzura es el mejor antídoto contra la soledad. No existe la soledad cuando en tu vida tienes a personas como ella.
Mi familia paterna es un grupo de seres humanos rodeados de mi abuela. Si observas solamente las apariencias, ella es la que tiene siempre a personas a su alrededor, pero luego, en la conversación en la intimidad, es ella la que nos abraza con cada palabra, con cada gesto. Está por todos sitios con nosotros, en cada una de nuestras decisiones, en cada uno de nuestros momentos brillantes y cuando nos hundimos en la miseria.
Los que ejercen el poder dicen que muchas veces, en el momento de las grandes decisiones, se sienten solos. La sensación de que nadie puede tomar la decisión por nosotros, que no hay nadie a quién poder acudir para que nos ayuden.
Yo me di cuenta paseando por el Parque Natural de la Tejera Negra, mientras la lluvia caía lenta, los turistas huían, las ranas croaban y mi compañera de viaje dormía en el coche a pierna suelta. Descubrí mientras recorría el parque que la única manera de no sentirse solo era sentirse cerca de los demás, aunque físicamente estén lejos. Supongo que para la mayoría de las personas esto que digo es una obviedad, que ya lo habíais descubierto hace tiempo, pero para mí ese fue el momento en el que de verdad me di cuenta.