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Saben los lectores habituales de esta columna que no nos prodigamos precisamente en elogios, sino que mantenemos una constante línea de crítica constructiva hacia la protección de nuestro patrimonio, pero hoy, vamos a hacer una excepción.
En los últimos años hemos asistido a una serie de descubrimientos que nos hacen ver una época de esplendor en la práctica arqueológica. No sólo el crecimiento de excavaciones arqueológicas programadas o la aparición de inmuebles y piezas de excepcional valor, sino también por la apertura de yacimientos visitables, la multiplicación de conferencias, la realización de exposiciones -permanentes o temporales- o la publicación de monografías y artículos sobre los mismos, tanto científicos como divulgativos.
Y esto no sucede porque sí. Ha hecho falta que varias generaciones de arqueólogos trabajen en cátedras universitarias y a través de intervenciones actualicen la ciencia y técnica de la arqueología, de un administración que ha sabido acompañar las exigencias de la prevención, protección y divulgación de los yacimientos y descubrimientos arqueológicos y de unos museos que han actualizado sus proyectos museográficos en el montaje y divulgación de las piezas arqueológicas, de la restauración de piezas y del acondicionamiento y apertura de yacimientos para el disfrute de la ciudadanía.
He pedido a conocidos y amigos que me completen la lista de los imprescindibles. Ha sido imposible. Son decenas los arqueólogos y arqueólogas que a través de un callado y arduo trabajo no han cejado en creer en sus proyectos de intervención, casi siempre con poquísimos medios y mucho empeño.
Todos los que hemos estado en contacto con la arqueología, ya sea haciendo intervenciones -procedo de una época en que se llamaban “excavaciones”-, formando o divulgando sus resultados, tenemos en mente a un puñado de profesores y arqueólogos que han pateado la región.
Hemos sufrido por la destrucción y el vandalismo hacia muchos yacimientos, la acción de los expoliadores o el descuido en la conservación de restos arqueológicos. Hemos clamado por la publicación de resultados, la celebración de congresos que se quedaban a lo sumo en una primera edición o la falta de divulgación de los resultados de las intervenciones para que la ciudadanía conociese y valorase un patrimonio que es de todos.
Por último, hemos visto cómo los museos restaban espacio y prestancia a los restos arqueológicos a favor de la exhibición de colecciones más oportunistas que desmerecían el esfuerzo realizado durante tanto tiempo y por tantos.
Afortunadamente, no hay semana en la que un periodista especializado no nos dé primicias sobre recientes descubrimientos, inesperadas piezas o hipótesis de trabajo novedosas. Las conferencias se llenan de un nutrido público deseoso de saber y algunas instituciones museísticas realizan montajes o exposiciones monográficas dignas del mejor elogio.
Ello no obsta a que sigamos creyendo en la excelencia. En que sigamos, como lo hemos hecho en esta columna, pidiendo ampliar líneas de investigación, exijamos la correcta conservación preventiva de los yacimientos, que se castigue a los expoliadores y a los vándalos, y que reivindiquemos el espacio que merecen las piezas arqueológicas en los museos, especialmente para explicar a la ciudadanía aquellos momentos de nuestra historia en que el relato escrito falta y sólo el resultado de tanto trabajo nos puede mostrar gran parte de nuestro pasado y de nuestro patrimonio.
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