Por más que se empeñen los negacionistas, los últimos años los fenómenos meteorológicos han dado cuenta de que estamos ya inmersos en lo que se ha dado en llamar “cambio climático” y, no cabe duda, de que el Patrimonio cultural se está viendo dañado por los efectos del mismo.
Ya lo vimos con Filomena, cómo la nieve y los hielos afectaron a las cubiertas de los inmuebles declarados, a estructuras pétreas y a otros elementos de nuestro patrimonio cultural, lo mismo que ocurrirá con las grandes granizadas o las lluvias torrenciales. Variaciones extremas y repentinas o cambios en la amplitud en los ciclos diarios y estacionales de humedad y temperatura pueden causar roturas, grietas, descascaramientos y polvo en materiales y superficies. La cantidad anual de ciclos de congelación/derretimiento son perjudiciales para las estructuras construidas al aire libre. Por no hablar del efecto que el uso de los aparatos de aire acondicionado hace sobre los espacios interiores (frío) y exteriores (calor), además de vibraciones y otros efectos no deseados.
Las partículas en suspensión, la concentración de CO2 en la atmósfera y otros gases afectan igualmente a edificios, monumentos y estatuas expuestos al aire libre, al depositarse en su superficie formando eflorescencias, pátinas o costras negras, en las cuales los aerosoles, las esporas, el polen, el polvo y toda clase de materia particulada se encuentra atrapada por la matriz mineral.
En nuestra región, con gran presencia mudéjar, las maderas, los yesos y cubrimientos cerámicos pueden sufrir más intensamente estos cambios, especialmente la madera y otros materiales orgánicos podrían conocer un aumento de infecciones biológicas como resultado de la migración de parásitos hacia otras latitudes o hacia áreas que no sufrían tales problemas en el pasado.
Los yacimientos arqueológicos también sufrirán el incremento de sequías o inundaciones, cambios en acuíferos y capas freáticas, ciclos de humedad, el cambio en el momento de las precipitaciones o en la química del suelo. Los cambios en los ciclos de sequedad y humedad afectarán también a la cristalización y disolución de sales, tanto de la arqueología enterrada como de las pinturas, frescos y otras superficies decoradas, incluyendo el arte rupestre.
Y no sólo lo será por estos fenómenos virulentos, sino que las alteraciones en los ciclos climáticos también tendrán efectos colaterales en la conservación del patrimonio vegetal, el paisaje y ecosistemas declarados.
Y, no hay bien que por mal no venga. La sustitución de los motores movidos por energías contaminantes está siendo sustituidos por la tracción eléctrica, por lo que los efectos químicos sobre los muros y otros elementos de interés patrimonial disminuirá.
Por último, en una economía como la nuestra basada en el turismo que genera el patrimonio cultural, tendremos que programar un turismo cultural adaptado al cambio climático y que genere el menor impacto posible de carbono, consumo de agua e impacto directo sobre los espacios declarados.
No pretendemos ser catastrofistas, pero más vale prevenir que curar. Preparemos planes de contingencia y realicemos los proyectos de gestión sobre el patrimonio cultural pensando en el cambio climático que ya está aquí.