Palabras Clave es el espacio de opinión, análisis y reflexión de eldiario.es Castilla-La Mancha, un punto de encuentro y participación colectiva.
Las opiniones vertidas en este espacio son responsabilidad de sus autores.
En una profesión como el Trabajo Social, basada en la relación de ayuda, donde las capacidades y aptitudes del profesional deben ser las principales herramientas de la intervención social, y el establecimiento del vínculo interpersonal es determinante; parece evidente que el esfuerzo de las instituciones se destine a cuidar estos recursos personales, facilitando los soportes necesarios para mejorar su formación y capacidades, y reducir los factores de riesgo que puedan afectar a su estado emocional, cognitivo, fisiológico y de comportamiento.
Sin embargo, tanto las instituciones como los propios profesionales aún no somos del todo conscientes del riesgo que conlleva el no cuidarnos, tanto a nivel personal como a nivel profesional, cuando los servicios ofrecidos se destinan a mejorar el bienestar social de las personas atendidas.
Los trabajadores sociales desarrollamos nuestra intervención diaria en un contexto social lleno de incertidumbres donde el aumento de las desigualdades y la vulnerabilidad social, genera cada vez más sectores de población que demanda ayuda para hacer frente a sus dificultades y no caer en situación de pobreza y exclusión social, o para salir de las mismas.
Gran parte del trabajo es escuchar activamente las demandas y problemas de otros durante horas, días y años; lo que influye de manera muy directa sobre la vida personal, familiar y profesional del trabajador social. Si bien, pocos son los recursos de apoyo y la documentación existente sobre los riesgos psicosociales de los Trabajadores Sociales, cómo prevenirlos y cómo tratarlos.
Por ello, la escasez de recursos, los dilemas éticos a los que nos enfrentamos y, en ocasiones, la falta de apoyo estratégico de las instituciones, nos genera una sobrecarga emocional y laboral, así como sentimientos de incomprensión ante la falta de apoyo y recursos para desarrollar nuestro trabajo; generando situaciones de frustración y queme profesional, convirtiendo el trabajo en una prisión, lo que puede llevarnos a no prestar una intervención de calidad, lo que afecta directamente al bienestar de las personas que intentamos ayudar; así como a sufrir nosotros y nosotras mismas enfermedades psicosociales, bajas laborales e incluso abandono del trabajo.
Es importante que, tanto las organizaciones como los profesionales, reconozcamos la necesidad de reflexionar sobre aquello que se hace, como instrumento de mejora continua; así como la necesidad de incorporar estrategias de apoyo para aumentar el desarrollo personal y profesional, considerando a los profesionales del Trabajo Social como un valor en alza para la sociedad.
Si bien, como reflejan diferentes estudios y autores, a los trabajadores sociales (igual que a otros profesionales de la salud y el bienestar) nos cuesta reconocer que sufrimos desgaste y que tenemos que aprender a pedir ayuda. Necesitamos reconocer que las diferentes etapas del ciclo vital por las que todos pasamos al igual que situaciones de enfermedad nuestras o de nuestros familiares más cercanos, situaciones de incapacidad, o muerte de un ser querido; necesitan que nos paremos para elaborar lo sucedido y darnos un tiempo para retomar con nuevas energías nuestra vida y poder continuar ayudando a los demás de forma positiva.
Como señala Carmina Puig (2011)1 , las organizaciones y los profesionales deben destinar los recursos suficientes para evitar el grave riesgo que comporta no atenderse y no cuidarse; por rentabilidad económica, por razones de prevención ante el desgaste y la no implicación en la organización, así como por razones de calidad del servicio que se ofrece a las personas.
Dicha responsabilidad se refleja en diferentes normativas y códigos éticos, como por ejemplo en la Declaración de Principios de la Federación Internacional de Trabajadores Sociales (FITS) aprobada en 20042 , la cual recoge la obligación de los trabajadores sociales de hacer lo necesario para cuidar de sí mismos profesional y personalmente en el lugar del trabajo y en la sociedad, para asegurarse de que puedan ofrecer los servicios adecuados.
Así mismo, las diferentes Leyes de Servicios Sociales aprobadas en nuestro país en los últimos años recogen la importancia del factor humano dentro de los servicios sociales, haciendo referencia en todas ellas al derecho de apoyo a los profesionales, como metodología de mejora de las propias organizaciones, cuyo fin último es el aumento de la calidad del servicio prestado a las personas.
Por todo ello, ha de promoverse el interés por ayudar al que ayuda, dotando a los profesionales del Trabajo Social de herramientas y de mayores competencias para enfrentarse a las dificultades que se presentan en el día a día de la intervención social.
Herramientas y recursos como pueden ser: comisiones deontológicas, servicios de supervisión de apoyo, formación continua, talleres de coaching, refuerzo de equipos de trabajo e implementación de la figura de coordinador de equipo, reorganización de los tiempos de trabajo, y por supuesto, inversión pública en los recursos de bienestar social.
En un momento como el actual, en el que las restricciones presupuestarias hacen que los profesionales de la acción social emerjan con más valor, si cabe, presentándose como el principal recurso de las instituciones; se hace imprescindible el cuidado y apoyo de los profesionales, convirtiendo la crisis en una oportunidad para la formación y el bienestar de los trabajadores sociales, lo que sin duda repercutirá directamente en la calidad de los servicios prestados y el bienestar de la ciudadanía a la que dirigimos nuestros servicios.
En una profesión como el Trabajo Social, basada en la relación de ayuda, donde las capacidades y aptitudes del profesional deben ser las principales herramientas de la intervención social, y el establecimiento del vínculo interpersonal es determinante; parece evidente que el esfuerzo de las instituciones se destine a cuidar estos recursos personales, facilitando los soportes necesarios para mejorar su formación y capacidades, y reducir los factores de riesgo que puedan afectar a su estado emocional, cognitivo, fisiológico y de comportamiento.
Sin embargo, tanto las instituciones como los propios profesionales aún no somos del todo conscientes del riesgo que conlleva el no cuidarnos, tanto a nivel personal como a nivel profesional, cuando los servicios ofrecidos se destinan a mejorar el bienestar social de las personas atendidas.