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La escritura de Semprún situada en Toledo

Jorge Semprún.

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Es impresionante la figura de Jorge Semprún Maura, nacido en Madrid en 1923 y fallecido en París en 2011. Procedía de una familia de la alta burguesía. Su abuelo, Antonio Maura, político conservador, fue cinco veces presidente del Gobierno en el reinado de Alfonso XIII. La familia, a pesar de ser de derechas, se mantuvo fiel a la República; el padre, José María Semprún Gurrea, fue gobernador civil republicano.

Otros familiares eran asimismo destacados políticos y hasta aristócratas por su condición de consortes. Su madre falleció pronto, casándose su padre con la institutriz que enseñó alemán a sus hijos. Al producirse el golpe del 18 de julio del 36, estando de vacaciones en el País Vasco, el padre, su mujer y los hijos se exiliaron. Desde Hendaya partieron a la Haya, donde el padre fue embajador, y desde aquí a París, para establecerse definitivamente en la capital francesa. En la Sorbona, Jorge Semprún realizó estudios de filosofía.

Cuando Francia fue tomada por los alemanes, el luego escritor participó como partisano en la Resistencia y en 1942 se afilió al Partido Comunista de España; un año más tarde, fue detenido, sufrió tortura y finalmente se le deportó al campo de concentración de Buchenwald, cerca de la ciudad alemana de Weimar, donde permaneció dos años, no sufriendo una muy mala estancia gracias a dominar el idioma alemán. Desde los años 1953 a 1962 era enviado clandestinamente a España para reclutar a jóvenes entusiastas del comunismo. Su nombre de guerra fue Federico Sánchez; la policía no logró detenerle, con esa pinta de buen burgués que Semprún siempre tuvo. En 1965 fue expulsado del PCE por divergencias con la línea oficial. Una de las razones es que abogó por la reconciliación y el eurocomunismo, una de las tendencias que posteriormente Santiago Carrillo llevó como bandera.

A partir de aquí, inició su carrera literaria, escribiendo toda su obra, salvo en dos ocasiones, en francés. Su libro inaugural fue ‘El largo viaje’ (‘Le grand voyage’), contando su llegada a Buchenwald. Su libro ‘Autobiografía de Federico Sánchez’, escrito en castellano, obtuvo el Premio Planeta, y ahí cuenta su expulsión del partido comunista. También Semprún se dedicó al cine, dirigiendo una película y siendo guionista en otras muchas, como las galardonadas ‘Z’, de Costa-Gavras y ‘La guerra ha terminado’, de Alain Resnais, que de algún modo cuenta la trayectoria política personal del propio Semprún. Porque el autor ha abusado, si se puede decir así, de la autobiografía.

Entre 1988 y 1991 ejerció como ministro de Cultura en el Gobierno socialista de Felipe González. Aunque su ministerio estuvo, en buena parte, marcado por su enfrentamiento con Alfonso Guerra, durante su mandato realizó acciones valiosas, como las negociaciones para la adquisición de la Colección Thyssen, ubicada en el antiguo palacio de Villahermosa. Decretó una importante ayuda para la cinematografía, elaboró un “Plan de Catedrales” y firmó con la Generalidad de Cataluña el acuerdo para el reparto del legado del pintor Salvador Dalí. Salió del ministerio trasquilado.

La segunda, y última, de las obras que escribió directamente en castellano, fue la novela titulada ‘Veinte años y un día’, situada, principalmente, en el pueblo toledano de Quismondo, en una finca denominada La Maestranza. También aparece el barrio judío de Toledo capital, lugar de procedencia de uno de los protagonistas, el hispanista “gringo guapo” Michael Leidson. El eje temporal, central en el argumento, es una ceremonia expiatoria celebrada en la finca durante los veinte años consecutivos anteriores. Corre 1956 y en ese verano, concretamente el día 18 de julio, se rememora la matanza, por parte de los campesinos, del heredero de la propiedad, José María Avendaño, paradójicamente el único liberal de los hermanos. “Los campesinos de la hacienda –escribe el propio Semprún- tenían que reproducir el famoso asesinato: fingir que lo reproducían, por supuesto.” Así, esta clase era vilipendiada año tras año, sobre todo por el señorito José Manuel, el primogénito, que ejerce el derecho de pernada en la viuda del asesinado José María. Esta celebración, entre comillas, se asemejaba a un auto sacramental.

En la novela aparecen personajes reales, como Domingo Dominguín, el “rojo” hermano del famoso torero y amigo verdadero del novelista. Precisamente, esta ceremonia, verídicamente ocurrida, se la contó Domingo a Semprún. Dominguín era dueño de la finca La Companza, existente en Quismondo y modelo de la inventada finca La Maestranza. Para colmo, en la novela se narra que ese mismo día iban a depositar en la misma cripta de la capilla de la finca, a José María Avendaño y a su asesino Chema El Refilón. La opinión facha encomiaba el hecho, pues recordaba a la conformación del glorioso Valle de los Caídos. Se pensó también, para denostar al régimen legal de la República, repetir esa ceremonia expiatoria en el madrileño Cerro de los Ángeles, donde un pelotón de soldados republicanos fusiló al Cristo de piedra. El cineasta Luis Buñuel, sin embargo, sostenía que es más humanitario fusilar a un objeto de piedra que a humanos de carne y hueso.

En cierto sentido, la novela es policíaca, policíaca de la brigada político-social de entonces. En la finca se encuentra el comisario Roberto Sabuesa, deformación lingüística que, sin embargo, hace identificar claramente a Roberto Conesa, empeñado en detener cuanto antes a Federico Sánchez, alias de Semprún, pensando que entre los asistentes en La Maestranza, hay amigos y cómplices del buscado comunista. Si la policía no logró pillar a Federico Sánchez fue porque esa policía era una mierda (son palabras de Jorge Semprún), ya que sólo mostraba competencia para tener éxito yendo detrás de los que se habían significado en la guerra civil, como Simón Sánchez Montero, Lucio Lobato o Julián Grimau.

Ya al final de la novela, lo autobiográfico se acrecienta, apareciendo como personajes, y como referencias y escenarios de la ficción, José María Semprún Gurrea, padre del escritor, el novelista Juan Benet, algún título de las novelas del autor, o la casa donde vivió en Madrid antes de exiliarse. En esas líneas postreras se detalla el proceso de escribir la novela misma, “la coagulación de tanta materia narrativa difusa, acabando convertida en un proyecto concreto de escritura”. Y como él mismo atestigua, “a cada paso, a cada página, me topo con la realidad de mi propia vida, de mi experiencia personal, de mi memoria: ¿para qué inventar cuando has tenido una vida tan novelesca, en la cual hay materia narrativa infinita?” Así es; la vida de Semprún es absolutamente novelesca, si bien él reconoce que “la novela auténtica es un acto de creación, un universo falso que ilumina, sostiene y acaso modifica la realidad. Habría que poder decir como Boris Vian: en este libro todo es verdad porque me lo he inventado todo. Yo también quisiera inventármelo todo…”

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