Palabras Clave es el espacio de opinión, análisis y reflexión de eldiario.es Castilla-La Mancha, un punto de encuentro y participación colectiva.
Las opiniones vertidas en este espacio son responsabilidad de sus autores.
En Cuenca, la fama, muy merecida, la tiene Fernando Zóbel por haber situado a la ciudad en un alto pedestal del arte moderno español a partir de la implantación del Museo de Arte Abstracto Español hace ya casi 60 años. Pero no hay que olvidar que Gustavo Torner tuvo mucha implicación en todo esto, pues junto a Zóbel y Gerardo Rueda fue cofundador de este museo. Zóbel quería instalar la colección especialmente en Toledo. Mas no cuajó el proyecto.
Decisión comprensible, pues Toledo, tan ceñida a la Historia y al arte histórico, no vio clara la ubicación, entre sus callejuelas legendarias, de una colección permanente nada menos que de arte abstracto. La propuesta se formuló en la cochambrosa España de entonces. Al cabo, tuvo lugar la feliz combinación de un arte innovador, un casco urbano pintoresco y una agreste naturaleza.
Torner, además de un pintor orientado al informalismo (tendencia bautizada por Juan Eduardo Cirlot), escultor, monumentalista –ha realizado obras de gran tamaño, como la de la madrileña Plaza de los Cubos (llamada así por su escultura) o el Monumento Conmemorativo del I Congreso Mundial Forestal, ubicado en la serranía de Cuenca-, es un acreditado diseñador de espacios. Fernando Zóbel puso la colección de pinturas abstractas, pero Torner ideó su lugar de acogida rehabilitando, para tal fin, las Casas Colgadas. También ha efectuado diseños en el Museo del Prado, la Academia de Bellas Artes de San Fernando, tiendas de la firma Loewe y escaparates del Corte Inglés.
En Cuenca, además de no pocas salas, hay tres destacados museos de arte moderno. En primer lugar, señero, el ya nombrado Museo de Arte Abstracto Español, inaugurado en 1966, dependiente de la Fundación Juan March. Lo dirige Manuel Fontán. En 1998 se abrió el museo de la Fundación Antonio Pérez, que ostenta el nombre del gran coleccionista seguntino abierto a una variedad de artistas. Emplazado en un antiguo convento de carmelitas, dispone nada menos que de 35 salas repartidas en cuatro plantas. Hay muchos nombres, buena parte internacionales. No contiene exclusivamente de arte abstracto, pero casi, en gran medida. Está financiado por la Diputación de Cuenca y su director es Jesús Carrascosa.
De 2005 data la apertura del Espacio Torner, en la iglesia de San Pablo, aneja del convento del mismo nombre, de dominicos, que hoy es Parador Nacional. Es recoleto interior que recoge 40 obras del artista. Diseñado por él, deviene producto exquisito que delata un soberbio contraste entre el estilo del siglo XVI y el radical, resuelto y limpio arte de los cuadros de Torner, abrigados en selectas y muy adecuadas y decorativas mamparas. Mamparas que se pueden quitar y permitir un espacio diáfano, con el objeto de celebrar conciertos, especialmente en la Semana de Música Religiosa en Semana Santa. El Espacio Torner se sustenta con el presupuesto de varias administraciones.
Su directora es Marta Moset, hija de Miguel Ángel Moset, un pintor conquense prematuramente desaparecido. Además, hecho muy significativo, las vidrieras de la Catedral de Cuenca son vidrieras abstractas, diseñadas por Gerardo Rueda, Bonifacio Alfonso, Henri Dechanet y ¡Torner!
Existe un libro sobre la vida, obra y el pensamiento de Gustavo Torner (‘Insistiendo en la excelencia. Gustavo Torner: un collage’), editado por la Diputación de Cuenca en 2006 y escrito por José Ángel García, quien, madrileño de nacimiento, lleva ya muchos años entregado completamente a la ciudad. Es uno de los más cuidadosos comentaristas de las muchas aventuras culturales conquenses. Redactor de Radio Nacional en su sede regional de Cuenca, en varias ediciones, retransmitió conciertos en vivo de la Semana de Música Religiosa.
Poeta, escritor polifacético y miembro de la Real Academia Conquense de Artes y Letras. Al comenzar el libro declara que en el volumen hay abundante cursiva que recoge la “palabra misma de su protagonista tomada de fragmentos de sus escritos, espigada en sus intervenciones públicas o recogida de las conversaciones que otros o yo mismo con él hemos mantenido, que es el propio Gustavo Torner quien a sí mismo se describe, explica o descubre”, siendo “la imagen que de mi Torner he conseguido poner sobre el papel”.
Al comenzar los años cincuenta comenzó a pintar y a desarrollar una imparable singladura artística, pidiendo la excedencia en su trabajo de perito forestal, profesión que mantuvo hasta 1965, descollando ya como buen dibujante. Se le encargó confeccionar 150 láminas que aparecieron en la obra ‘Flora Forestal de España’. El artista dilucida, queriendo alcanzar un planteamiento beneficioso, que “me gustaría poder separar claramente en la obra terminada todo lo que tiene de pura creación humana, de interioridad, de la técnica o artesanía que la han hecho posible”. Zóbel dice de Torner que “no tiene un estilo de hacer, sino un estilo de pensar”, lo cual, especifica José Ángel García, “conduce, inevitablemente, a una forma de hacer... y de vivir”. La clave, para un artista autodidacta como él, ha sido mirar, mirar todo lo que ha podido.
Este libro desvela que Torner prefiere ser artista no figurativo que artista abstracto, diferenciación que considera “meramente tecnicista, pero necesaria”. Para él la no figuración puede estar, relacionada con la realidad, mientras que en el arte abstracto no se da esta posible relación de ninguna de las maneras. La aventura del museo conquense de arte abstracto, en realidad se fraguó en Venecia. En 1962, Torner participó en la Bienal (antes lo había hecho en la de São Paulo) y conoce, en el mismo día, a Zóbel, Eusebio Sempere, Gerardo Rueda y Manuel Mompó.
Enseguida, Zóbel le visita en Cuenca, comprándole uno de sus cuadros, a pesar de querer regalárselo, y al poco se reúnen en Madrid. Es cuando Torner le comunica al pintor y mecenas filipino que las Casas Colgadas estarían disponibles para instalar el museo -que luego sería “el pequeño museo más bello del mundo”, en palabras de Alfred Barr, director del MOMA de Nueva York-, siendo entonces cuando Zóbel le replicó a su amigo: “¿Qué se me ha perdido en Cuenca?” José Ángel García puntualiza que a Torner entonces le salió “el conquense que siempre ha palpitado en el corazón del, por otro lado, tan cosmopolita”.
Las primeras obras de Torner eran paisajes, influidos por la singular panorámica conquense, “nada común, que no tiene horizontales, es todo verticales; la catedral y las rocas llegando hasta el río, todo marcado por verticales”. Nutriendo, agresivamente, la esencia matérica del arte de Torner. El artista nos cuenta que era Cuenca “el único lugar de España, o casi el único, donde estábamos al tanto de lo que ocurría fuera”. Ciudad llena de artistas. “Lo cierto -escribe José Ángel García- es que a la hora de vivir de continuo, de fijar su residencia habitual, incluso de establecer su principal espacio de trabajo [en su piso de Madrid solo dispone de una mesa de dibujo, no de estudio], ha sido fiel a la tierra que le vio nacer”.
0