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Impactado todavía por las tremendas consecuencias de las tormentas ocasionadas por la gota fría o DANA (depresión aislada en niveles altos) en Toledo y los pueblos de alrededor, lo primordial es mostrar mi solidaridad con todos los afectados y dar las gracias a todas las personas que han trabajado a destajo para salvar vidas, minimizar riesgos, afrontar los daños y permitir recuperar la normalidad en nuestras calles. En segundo lugar, es evidente que debemos extraer conclusiones para, en la medida de lo posible, reducir los efectos de episodios similares que puedan ocurrir en el futuro.
En estas líneas no hablaré de la sucesión de fenómenos extraordinarios que estamos sufriendo en los últimos meses, sino de la influencia del urbanismo más allá de los límites del propio municipio que lo desarrolla.
Todos sabemos que en los últimos 25 años los municipios que rodean Toledo han crecido mucho generando una especie de área metropolitana. A estas zonas el Instituto Nacional de Estadística las denomina Áreas Urbanas Funcionales (AUF), sobre todo en base a criterios de influencia económica y laboral. Sin embargo, nadie tiene en cuenta las consecuencias e implicaciones ambientales, urbanísticas y estructurales que este tipo de crecimientos generan. Las citadas localidades que rodean Toledo han crecido con un modelo urbanístico muy voraz en lo relativo a uso y ocupación del suelo: viviendas unifamiliares o adosadas de baja altura que necesitan muchas hectáreas urbanizadas por viales, casas, aceras y equipamientos, por no hablar de los supuestos “jardines unifamiliares” que muchos propietarios deciden solar en vez de mantener terrizos o con césped artificial que sea capaz de drenar.
Quiso el azar que las precipitaciones más fuertes de la provincia el día 1 de septiembre se concentraran precisamente en estos municipios: Cobisa, Burguillos, Argés, Guadamur, Nambroca, además del propio Toledo. Ello supuso que una gran cantidad de agua comenzase a acumularse en estas localidades sin poder ser absorbida por infiltración en el terreno, pues ese urbanismo que comentaba impide que el agua pase al subsuelo, comenzando a discurrir por las calles buscando sus salidas naturales que topográficamente coinciden con los cursos de agua que históricamente ya figuraban en los planos de estos municipios. Arroyos y torrenteras habitualmente secos que, sin embargo, debían haberse dejado libres de obras urbanizadoras y con anchuras muy superiores a las que vemos en la actualidad.
Pero como indicaba anteriormente, este tipo de urbanismo no solo genera problemas en las localidades que lo implantan, sino que provocan una especie de “efecto dominó” que intentaré resumir. Toda el agua caída en esas localidades cercanas a Toledo, tras arrasar con mobiliario urbano, coches y casas en esos pueblos, siguió su curso en una cantidad muchísimo mayor que si esas calles no hubieran estado impermeabilizadas con asfalto y hormigón. De este modo, en su descenso topográfico hacia Toledo en busca del Tajo, una inmensa cantidad de agua, que en circunstancias normales se hubiera infiltrado en el terreno en gran parte, pasó a los arroyos que descienden hacia la capital.
El agua de Cobisa, por ejemplo, se incorpora mayoritariamente al arroyo de la Degollada, que protagonizó una crecida nunca antes vista y que en su desembocadura junto al cerro del Bú generó un tremendo lodazal. Por suerte, esa desembocadura en Toledo es un lugar no urbanizado, agreste y permeable.
Sin embargo, el agua de Burguillos termina en el arroyo de la Rosa, que desemboca en el Tajo a través del barrio de Santa Bárbara que sí es una zona urbanizada. Al llegar a Toledo, la gran masa de agua que no se había infiltrado en Burguillos, se encontró con otros problemas como son el escaso cauce que las obras de canalización del arroyo plantearon cuando se ejecutaron en los años 70 y 80, mucho antes del enorme crecimiento de los pueblos situados aguas arriba.
De este modo, a una infraestructura construida en el municipio de Toledo y probablemente infradimensionada ya hace cuarenta años en Santa Bárbara, se le añadía una enorme presión añadida generada por modificaciones urbanísticas en otros términos municipales, en este caso Burguillos. Ello provocó el total desbordamiento del arroyo de la Rosa en Santa Bárbara, que ocupó la gran avenida, dañó vehículos, inundó edificios públicos construidos en la ribera del cauce y generó un verdadero colapso circulatorio en la ciudad.
Cuando los municipios del extrarradio toledano aprobaban planes de urbanización como churros en las últimas décadas, nadie pensaba en las consecuencias de esas decisiones aguas abajo. Por puro desconocimiento o exceso de confianza, esos planes no contaban con alegaciones presentadas desde Toledo, ni por supuesto se planteaban desde los municipios la posibilidad de ayudar económicamente a que en Toledo se modificaran o construyeran infraestructuras capaces de asimilar toda el agua que ese nuevo modelo de urbanismo iba a verter aguas abajo.
Este reciente episodio ha descubierto todas las vergüenzas y carencias del modelo de desarrollo de los pueblos que rodean Toledo y de la incapacidad de las diferentes administraciones locales de coordinarse y prever las consecuencias de esos cambios en el uso del suelo. Las administraciones supramunicipales, tanto autonómicas como estatales, quedan también en evidencia al haber consentido la aprobación de todas esas actuaciones urbanísticas que generaban una bomba de relojería que ha explotado con esta gota fría. Los cálculos de avenidas y los periodos de recurrencia utilizados antaño no valen en la actualidad, no solo porque pueda cambiar el clima, sino porque lo que ha cambiado es la capacidad de infiltración del agua en el terreno al impermeabilizar buena parte del extrarradio de Toledo con urbanizaciones, viales e infraestructuras.
Esto pone sobre la mesa la necesidad no solo de planificar mejor toda el área metropolitana de Toledo con un criterio unificado, sino probablemente de modificar las actuales infraestructuras diseñadas cuando esos pueblos eran mucho más pequeños. No tenemos que olvidar que la cantidad de agua caída tampoco ha sido brutal -según datos de la AEMET se registraron 56,6 litros/m2 en 24 horas, muy lejos de los 150 o 200 acumulados en muchas zonas del mediterráneo, y lejos de los 89 litros caídos en Toledo el 11 de octubre de 2008-, por lo que antes o después este episodio volverá a repetirse y cuando eso suceda ya no podremos alegar desconocimiento.
El punto problemático es el arroyo de la Rosa junto con Azucaica y Fuente del Moro, porque como hemos visto, el resto no deben presentar problemas: el de la Degollada desemboca en una zona agreste no urbanizada, al igual que el de Pozuela, mientras que el arroyo de las Zorreras o Salchicha quedó bien resuelto en su día, así como el del Aserradero. Tampoco deben suponer un problema las aguas recogidas aguas abajo de Argés y Guadamur, pues desembocan en el Guajaraz en una zona no urbanizada, ni las de Nambroca, que vierten al Ramabujas.
Las anunciadas obras de finalización del bulevar del Paseo de la Rosa son una excelente oportunidad para solucionar este problema para siempre, ejecutando un paso de agua capaz de soportar estas crecidas, siempre que el urbanismo de los municipios situados aguas arriba como Burguillos no siga creciendo desmesuradamente. En ese caso, sería razonable desde el ayuntamiento de Toledo solicitar ayudas o compensaciones económicas para poder acometer las obras que permitan gestionar toda el agua extra que fluya hasta la capital como consecuencia de esos cambios en el uso del suelo en los municipios citados.
En definitiva, como sucede en tantos problemas ambientales, esta situación pone de manifiesto la necesidad de reflexionar sobre las implicaciones de nuestras conductas, tanto individuales como colectivas, pues a menudo afectan a terceros y modifican el escenario generando consecuencias en cadena que, en ocasiones, tienen efectos dramáticos.
Ojalá aprendamos la lección y en el futuro el desarrollo de toda el área metropolitana de Toledo se plantee de manera integral y racional.
Eduardo Sánchez Butragueño
Licenciado en Ciencias Ambientales e Ingeniero Técnico Agrícola
Impactado todavía por las tremendas consecuencias de las tormentas ocasionadas por la gota fría o DANA (depresión aislada en niveles altos) en Toledo y los pueblos de alrededor, lo primordial es mostrar mi solidaridad con todos los afectados y dar las gracias a todas las personas que han trabajado a destajo para salvar vidas, minimizar riesgos, afrontar los daños y permitir recuperar la normalidad en nuestras calles. En segundo lugar, es evidente que debemos extraer conclusiones para, en la medida de lo posible, reducir los efectos de episodios similares que puedan ocurrir en el futuro.
En estas líneas no hablaré de la sucesión de fenómenos extraordinarios que estamos sufriendo en los últimos meses, sino de la influencia del urbanismo más allá de los límites del propio municipio que lo desarrolla.