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La mentira, así como la sinceridad, son unas herramientas sociales que no son ni buenas ni malas por definición. Si se utilizan mal, tanto la mentira como la sinceridad son igual de perjudiciales para la comunicación entre personas. Lo importante es el papel que juega el mensaje en la interacción con los demás. En general, la mentira frecuente es un factor que obstaculiza las relaciones sociales porque genera desconfianza, mientras que la sinceridad sin medida genera graves conflictos interpersonales.
El día 23 F millones de espectadores se sentaron ante el televisor seducidos por Jordi Évole y su equipo, no sólo por sus anteriores programas de Salvados, sino por la campaña de publicidad que habían realizado, que prometía un final espectacular y sorprendente. Tanta expectación teníamos, que la mayor parte de los espectadores nos creímos una mentira digna de Orson Wells. El debate estaba servido y las conversaciones que generó al día siguiente me parecieron muy interesantes, la mayoría bañadas por un espíritu crítico y con la duda presente, algo que me parece francamente genial. La mentira que desvelaba era de grandes proporciones, así que la sensación de haber sido engañados desde la transición estaba provocando mucha desconfianza en el sistema. Al descubrir que la mentira era el programa en sí, la desconfianza se volvió contra el propio Évole. Y al decir la verdad hicieron sentir estúpidos a muchos espectadores (entre ellos a mí) generando una gran conflicto que durará días. Y todo este lío me parece divertido e interesante, así como los argumentos a favor y en contra del uso de la falsedad y la sinceridad.
La mentira no difiere en su aspecto de la verdad. Los argumentos que se utilizan y la retórica, son mucho más importantes que el contenido. La tierra era plana, daba igual que Galileo dijera lo contrario, independientemente de la realidad. Solo el peso de argumentos rotundos acabó por convencer. Pero en la mayor parte de las cosas que suceden en el mundo de las relaciones humanas, las cosas nos son blancas o negras, no hay unos hechos completamente verificables y por tanto las interpretaciones personales superan en importancia a la realidad.
La mentira puede ser un problema psicológico muy grave cuando se vuelve crónica, cuando la persona no tiene control sobre ella. En estas ocasiones acaban mintiendo sin darse cuenta, como si se creyeran sin problemas lo que están diciendo para darse cuenta más tarde de que en realidad estamos siendo falsos, ocultado nuestra verdadera realidad. Puede empezar con una mentira sobre algo importante que para no ser desvelada nos lleva a mentir de manera cada vez más generalizada. O puede partir de una inseguridad personal, de una barrera para no mostrar la realidad de nuestras debilidades ante los demás. Luego está la mentira premeditada, utilizada como una herramienta de manipulación más, pero esto ya no es un problema psicológico sino un problema social.
En cambio, la sinceridad excesiva suele provenir de la autosuficiencia, de un sentimiento de superioridad que conlleva en ocasiones falta de empatía con los demás; o justo del polo contrario, provocado por una inseguridad que pone a las personas a la defensiva. Gracias a individuos como José Mourinho y a algunos concursantes de Gran Hermano, la sinceridad ha pasado a ser para muchos una excusa para decir lo que piensan sin preocuparse por el efecto que tenga en los demás. Puedes decir la burrada más grande que se te ocurra, que parece que ya está justificada si dices inmediatamente después: “Es lo que pienso, yo no me callo las cosas como otros”.
Así que ahora espero que la mentira que no reconocida así como la sinceridad sin medida que se emplean de manera sistemática, sean interpretadas con el mismo espíritu crítico que la mentira reconocida de Évole, porque en la vida diaria suponen un peligro mucho más grave.