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Las mujeres como garantes de la soberanía alimentaria y la vida en las zonas rurales

Cristina Maestre

Diputada en el Parlamento Europeo por el Grupo de Socialistas y Demócratas —

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Cada 15 de octubre celebramos el Día Internacional de las Mujeres Rurales. La Asamblea General de las Naciones Unidas quiso fijar esta efeméride, un día antes de la conmemoración del día Mundial de la Alimentación, precisamente para destacar el importante papel que desempeñan las mujeres rurales en la producción de alimentos, así como en el desarrollo agrícola y económico.

Así es, las mujeres participamos, desde el nacimiento, en ese primer vínculo entre la vida y la alimentación de los seres humanos. A través de la lactancia materna, proporcionamos la primera y más esencial fuente primaria de alimentación nutritiva y cargada de anticuerpos, que refuerza el sistema inmunológico de los bebés, en sus primeros momentos de vida.

De manera similar, en muchas comunidades rurales alrededor del mundo, las mujeres desempeñan un papel central en la producción, preparación y distribución de alimentos.

Son responsables de la siembra, el cuidado del ganado, la recolección, la transformación e incluso de la comercialización. Todo esto lo hacen mientras compaginan las tareas domésticas y la crianza familiar.

Desde la antigüedad, en muchas sociedades agrícolas el rol de las mujeres ha estado vinculado a la fertilidad de la tierra. El acto de sembrar, era visto como una actividad que requería cuidado, paciencia y una relación cercana con la naturaleza. Las mujeres también eran las encargadas de transmitir el conocimiento sobre las semillas, los ciclos de cultivo y las prácticas agrícolas. En muchas comunidades rurales, eran quienes garantizaban la seguridad alimentaria de la familia, actuando como administradoras de los huertos y desarrollando habilidades en el manejo de la tierra y los cultivos.

Sin embargo, el rol de las mujeres en la producción alimentaria comenzó a ser relegado por los hombres durante la Revolución Agrícola y se consolidó más claramente en la Revolución Industrial. Con el desarrollo de la agricultura a gran escala y la introducción de herramientas y tecnologías más pesadas para el trabajo en el campo, el trabajo agrícola comenzó a asociarse más con la fuerza física, un rasgo tradicionalmente atribuido a los hombres. Esto marcó el inicio de la marginación de las mujeres en los trabajos productivos del campo, concentrándose más en tareas domésticas o agrícolas menores, mientras los hombres asumían roles más visibles y decisivos en la producción.

Además, a medida que las sociedades avanzaban hacia estructuras económicas más formalizadas, la propiedad de la tierra se convirtió en un factor crucial. El derecho a poseer y administrar tierras quedó, en su mayoría, limitado a los hombres, lo que relegó a las mujeres a roles subordinados en la producción agrícola. Esto también fue reforzado por sistemas patriarcales que otorgaban a los hombres el control sobre los recursos productivos, incluidos las tierras y otros bienes inmuebles.

A pesar de esto, las mujeres rurales, aunque invisibilizadas, nunca han dejado de ser esenciales. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que las mujeres representan el 43% de la fuerza laboral agrícola a nivel mundial. En algunas regiones, como el Sur de Asia y África, la proporción es aún mayor. Sin embargo, su contribución sigue siendo subestimada y, a menudo, no reconocida formalmente. A nivel mundial, las mujeres solo poseen el 13% de la propiedad de las tierras agrícolas. Sin acceso a la tierra, las mujeres encuentran serios obstáculos en el acceso a recursos financieros, como los créditos, lo que a su vez dificulta el acceso a recursos tecnológicos y formativos. La FAO calcula que, si las mujeres tuvieran el mismo acceso a los recursos productivos que los hombres, se podría aumentar el rendimiento agrícola entre un 20% y un 30%, lo que contribuiría significativamente a reducir el hambre en el mundo.

Habrá quien cometa el error de pensar que esta realidad solo ocurre en las zonas más empobrecidas del mundo, pero incluso en los países desarrollados, sigue existiendo una clara infravaloración del papel de las mujeres en las zonas rurales y agrícolas. En España, las mujeres constituyen en torno al 30% de la población agrícola activa y menos del 25% de las explotaciones agrarias están registradas a nombre de mujeres, a pesar del impulso que se dio a la Ley 35/2011 de Titularidad Compartida del Gobierno de España.

En el ámbito autonómico el desarrollo normativo ha sido bastante raquítico. De hecho, la única Región de España en legislar para promover la titularidad compartida de la tierra es Castilla- La Mancha, que desde 2015 ha multiplicado por ocho el número de explotaciones compartidas. Siendo un dato extraordinario, queda mucho por avanzar. Es necesario un mayor esfuerzo en la difusión de estas normativas y los beneficios que conlleva esta regularización, como el acceso a las subvenciones agrícolas y a prestaciones de desempleo y jubilación. Esto ayudaría a reducir la brecha económica y de pensiones del 30% que existe entre hombres y mujeres del medio rural.

Además de la falta de difusión, otro obstáculo para el avance de las mujeres en la titularidad de tierras es la sobrecarga que enfrentan. Las mujeres rurales combinan las tareas agrícolas con las de cuidadoras informales, históricamente atribuidas en exclusividad a nosotras, en zonas con altas tasas de envejecimiento demográfico y donde no siempre es fácil el acceso a los cuidados formales.

En la Unión Europea, hemos abordado este problema durante la elaboración del Pacto Rural Europeo, enmarcado en la Visión a Largo Plazo para las Zonas Rurales, que busca empoderar a las mujeres rurales y reconocer su papel esencial en las economías rurales. Este instrumento aboga por mejorar el acceso a la financiación, a la formación y el fomento del emprendimiento femenino, facilitando la creación de redes y proyectos empresariales sostenibles y generar ingresos autónomos.

La PAC (Política Agrícola Comunitaria) y el FEADER (Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural) también han incluido medidas clave para apoyar la titularidad compartida e incorporar mujeres jóvenes en el sector agrícola. El Plan Estratégico 2023-2027 presentado por el Gobierno de España desarrolla estas importantes medidas, y otras más, en coordinación con las Comunidades Autónomas.

Por último, conviene significar la enorme importancia de promover la diversificación económica y el emprendimiento rural, fomentando la creación de empresas rurales lideradas por mujeres en sectores como el turismo rural, la agroindustria y otros servicios rurales.

El camino se está construyendo, ladrillo a ladrillo, en lo que es uno de los retos más importantes y necesarios para el desarrollo humano, la seguridad alimentaria y la competitividad de nuestro territorio.

Cada 15 de octubre celebramos el Día Internacional de las Mujeres Rurales. La Asamblea General de las Naciones Unidas quiso fijar esta efeméride, un día antes de la conmemoración del día Mundial de la Alimentación, precisamente para destacar el importante papel que desempeñan las mujeres rurales en la producción de alimentos, así como en el desarrollo agrícola y económico.

Así es, las mujeres participamos, desde el nacimiento, en ese primer vínculo entre la vida y la alimentación de los seres humanos. A través de la lactancia materna, proporcionamos la primera y más esencial fuente primaria de alimentación nutritiva y cargada de anticuerpos, que refuerza el sistema inmunológico de los bebés, en sus primeros momentos de vida.