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Las nuevas narrativas rurales, también desde las escuelas

Profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales. UCLM. —
11 de septiembre de 2022 13:46 h

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Hace apenas seis años, en 2016, 'La España Vacía', “vaciada” apostillaron con razón, de Sergio del Molino supuso un giro de guion en la narración de una España interior que descrita con boina, fotos descoloridas, veranos infantiles silvestres, chistes de salvajes y que, para muchos, seguía siendo aquella que Buñuel retrató en las Hurdes, donde “el director cuenta que aquella escuela es como cualquier otra. Los niños aprenden geometría y a distinguir el sujeto del predicado. Y, por supuesto, aprenden moral y religión. Como en cualquier otro lugar. (...) No son salvajes, dice sin decirlo, tan sólo pobres”, escribe Sergio del Molino en su ensayo. 

Posiblemente ahí radica el problema, que en la escuela rural siempre ha sido “como cualquier otra” desde que los adalides de la Ilustración no tuvieron interés en comprender las culturas tradicionales, ni mucho menos en integrarlas en un corpus académico, donde esos conocimientos considerados atávicos y salvajes nunca tuvieron cabida. Ni con los liberales, ni con los conservadores, ni con dictaduras, ni con democracias. Aún hoy apenas podemos encontrar el concepto “pueblo”, en su concepto de población, en el currículo de Primaria, construido desde lo urbano, como si lo urbano fuera lo único posible. 

Un día despertamos y vimos que el mundo rural todavía estaba allí, pero que no se parecía en nada al que habían contado durante décadas. Ni siquiera se parece ya al lacrimoso mundo abandonado de las crónicas de supervivencias heroicas. Es también tarde para ese lamento condescendiente de cocodrilo. El modelo que una vez fue, ya no es posible en un mundo acelerado, hiperconectado y que habita en el neoliberalismo despiadado. El mundo rural tal como lo habíamos conocido está dando sus últimos suspiros, pero una nueva ruralidad está latiendo bajo las yedras y esa nueva ruralidad necesita nuevas narrativas, también desde la escuela. 

Como en más de una ocasión hemos escuchado al poeta Héctor Castrillejo, “La intención es recoger la tradición, pero no para ponerla en una vitrina como algo intocable, en un museo, donde se muere. La tradición lo es cuando está viva. Cuando rompe lo anterior, pero conservando la raíz, el ADN”, o como dijo en su día el novelista W. Somerset Maugham, considerado el escritor más popular y mejor pagado de su tiempo, “La tradición es una guía, no un carcelero”. No hay duda que las culturas tradicionales contienen elementos retrógrados que hay que podar a través de nuevas lecturas contemporáneas, pero también integran muchos elementos extremadamente válidos para el futuro, que ha de articularse a través de nuevas narrativas que habiten lo rural y lo tradicional desde la diversidad contemporánea.

El ser humano es un animal narrativo que necesita interpretar el mundo en forma de relatos. “En cada momento del tiempo, somos los herederos del funcionamiento cognitivo del software de los miles de millones de personas que nos han precedido. Ninguna otra especie se esfuerza tanto en explorar territorios imaginarios. Ninguna otra está tan decidida a convertir lo ficticio en real”, escribe Brandt Anthony en 'La Especie Desbocada. Este nuevo relato del mundo rural que ha de construirse desde el arte, en sus múltiples facetas, pero también desde la ciencia, desde la educación y desde las escuelas, rompiendo esa dicotomía urbano-rural que ya sólo existe en los libros de texto. Nuevos discursos artísticos, nuevos códigos, que abandonen ese discurso de supremacismo urbano y supere las retóricas de emigración, abandono, atraso y decadencia que tanto daño han hecho. 

En la construcción de estas nuevas narrativas que incluyan la sabiduría ancestral de los mayores, conjugadas con las inquietudes contemporáneas donde “el papel de la escuela rural en el proceso de transmisión social y cultural resulta crítico”, según palabras de Benito Burgos, o como recogió en sus conclusiones el I Foro de Cultura y Ruralidades, “La innovación pedagógica y las prácticas culturales conectadas con el territorio en las escuelas rurales han de ser objetivo prioritario de las políticas públicas dirigidas al mundo rural (...) tanto para asentar población como para generar identidad colectiva, para transmitir el sentido del lugar y el sentimiento de pertenencia a una comunidad, para propiciar la transferencia intergeneracional de la propia cultura y estimular una nueva producción cultural capaz de atender a otros tiempos y sentidos y por su potencial para el desarrollo de proyectos innovadores”.

Estos nuevos procesos educativos, tanto formales como informales, deben construir nuevas narrativas que sirvan para articular una nueva relación entre los saberes tradicionales y las generaciones futuras, desarticulando estereotipos y visiones paternalistas sobre el medio rural, cambiando, en definitiva, la visión que nos sugiere ese constructo cultural que llamamos ruralidad.  

Una nueva generación de músicos, narradoras, poetas y artistas plásticas están creando desde lo rural, superando las miras de una cultura rural pensada para el veraneante, la turista o el festivalero ocasional, pues hay que diferenciar “el consumo cultural en los entornos rurales y lo rural como objeto de consumo en sí”, como analiza la socióloga Alexia Sanz.

La mirada intuitiva de los creadores y creadoras avanza muchos pasos por delante, pues como dijo Lévi-Strauss, “el arte esclarece la realidad, constituyendo cada obra una información sobre el mundo”, convirtiéndose en un instrumento clave para la enseñanza de esta nueva ruralidad de manera intuitiva y natural. Para ello es necesario abrir las puertas de las escuelas de par en par a la creación contemporánea, fortaleciendo las relaciones entre maestras y maestros con la creación contemporánea. 

Este conocimiento mutuo entre las artes escénicas y las aulas, especialmente en las escuelas rurales, debe servir para construir nuevas narrativas educativas que generen una nueva forma de ver la cultura rural contemporánea, alejada de los clichés que tanto daño han hecho al prestigio del mundo rural y a su escuela. 

Con este objetivo, esta semana se reunirán en Tragacete dentro de la Semana de la Cultura Rural Innovadora, docentes y artistas, en el curso de la Universidad de Castilla-la Mancha, con el patrocinio de la Fundación Los Maestros que lleva por título “Nuevas Narrativas Rurales desde las Escuelas”. Es sólo un paso, pero sumado a otros muchos pequeños pasos que se están dando desde muchos lugares, debe dar sus frutos. Nos va mucho en ello. 

Hace apenas seis años, en 2016, 'La España Vacía', “vaciada” apostillaron con razón, de Sergio del Molino supuso un giro de guion en la narración de una España interior que descrita con boina, fotos descoloridas, veranos infantiles silvestres, chistes de salvajes y que, para muchos, seguía siendo aquella que Buñuel retrató en las Hurdes, donde “el director cuenta que aquella escuela es como cualquier otra. Los niños aprenden geometría y a distinguir el sujeto del predicado. Y, por supuesto, aprenden moral y religión. Como en cualquier otro lugar. (...) No son salvajes, dice sin decirlo, tan sólo pobres”, escribe Sergio del Molino en su ensayo. 

Posiblemente ahí radica el problema, que en la escuela rural siempre ha sido “como cualquier otra” desde que los adalides de la Ilustración no tuvieron interés en comprender las culturas tradicionales, ni mucho menos en integrarlas en un corpus académico, donde esos conocimientos considerados atávicos y salvajes nunca tuvieron cabida. Ni con los liberales, ni con los conservadores, ni con dictaduras, ni con democracias. Aún hoy apenas podemos encontrar el concepto “pueblo”, en su concepto de población, en el currículo de Primaria, construido desde lo urbano, como si lo urbano fuera lo único posible.