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'Parásitos', la película surcoreana dirigida por Bong Joon Ho que ha triunfado en los Óscar, nos recuerda que las clases sociales existen, así como la desigualdad rampante y la pobreza. Está bien que los votantes de la Academia del Cine reconozcan su existencia, pero sus implicaciones van más allá del arte y el entretenimiento.
La pobreza y la precariedad no respeta países. No es solo un problema de asiáticos o de africanos. España ha acogido durante doce días a Philip Alston, relator de las Naciones Unidas, que ha venido a comprobar qué está pasando en una de las mayores potencias económicas de la Unión Europea para que se produzca una tasa tan elevada de pobreza infantil. Entre sus primeras valoraciones, Alston ha apreciado que el sistema de protección social español está fracturado, y las autoridades conocen los problemas, pero se pasan la pelota los unos a los otros. Las políticas para salir de la crisis han beneficiado a las clases más altas, pero las personas más vulnerables se sienten abandonadas.
También un reciente informe elaborado por Svetlana Vtyurina para el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha constatado la ineficiencia del sistema español respecto a las trasferencias sociales para reducir la pobreza, observando que las clases medias y los pensionistas salen mejor parados que las familias de rentas bajas y los jóvenes.
Las familias de rentas bajas son usuarios frecuentes -por necesidad- de la red de servicios sociales. Y en esa red se encuentran con las enormes limitaciones presupuestarias y burocráticas de la cartera de prestaciones económicas para atender situaciones de emergencia social y para la cobertura de unos ingresos mínimos de inserción. Aquí, la Administración Central y las Comunidades Autónomas gastan muy poco. Tanto la cobertura como la intensidad protectora quedan muy por debajo de las necesidades reales.
Las profesionales que se dedican al ejercicio del Trabajo Social forman parte de la red de servicios sociales y ven todos los días la cara de personas acosadas por la precariedad. Pero en el intento de conseguir una vida digna para todos, se encuentran con la parte más mezquina e hipócrita de nuestra sociedad: los presupuestos destinados a la lucha contra la exclusión son insuficientes mientras que una parte de la población está convencida de que a los más pobres, a los inmigrantes y a los gitanos les están regalando viviendas y ayudas económicas de mil euros. Es así, una parte de nosotros piensa que ya contribuye bastante en el complejo problema de la pobreza llevando unos kilos de lentejas y pasta a un banco de alimentos. Pero ni los pobres son los parásitos en el sistema capitalista, ni a la pobreza se la combate con juicios morales, sino con recursos económicos eficientemente gestionados.
El ejercicio profesional del Trabajo Social no consiste en hacer de portera de una discoteca con un aforo pequeño en la que se debe seleccionar estrictamente quien entra y quien se queda fuera. El artículo 39 de su código deontológico dispone que “El/la profesional del trabajo social debe dar a conocer a los/las responsables o directivos/as de la institución u organismo donde presta sus servicios, las condiciones y los medios indispensables para llevar a cabo la intervención social que le ha sido confiada, así como todo aquello que obstaculice su labor profesional”.
Es posible que a los responsables de las instituciones no les guste que los Trabajadores Sociales exijan más medios para la gente precaria o en riesgo de exclusión, pero es que forma parte del imperativo ético de su profesión. Para eso existen, para eso los contratan, y es lo que legitima a esta profesión en una sociedad tan desigual.
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