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Primavera de 1999. Estoy en una aldea perdida de un Kósovo en guerra. Falta un par de minutos para que suene la cabecera del telediario. Por la línea interna pregunto si han llegado a Sigüenza los primeros refugiados albanokosovares. “Sí, ya están… Pero tú no lo cuentes que lo llevamos más abajo, hacia el minuto 20”. “Arrancamos cuando me digáis”, contesto...
Patrimonio es un término manoseado por euros o maravedíes, pero el patrimonio no es solo un cúmulo de objetos personales ni tampoco es un montón de piedras colocadas con mejor o peor fortuna. El verdadero patrimonio es inmaterial y se traduce en los valores que heredamos de nuestros padres.
Gracias a la labor -generosa y efectiva- de ACCEM, la Alameda es una pequeña ONU. Se escucha wolof o mandinga, se lee en farsi o ucraniano. Por nuestras calles centenarias se han sentido seguras más de 10.000 personas a quienes el destino enfrentó a la gran decisión de sus vidas: arrancar sus raíces y plantarlas en otras tierras.
De Irak a Afganistán, de Congo a Nicaragua, no hay conflicto para el que Sigüenza no preste cobijo y cariño. La solidaridad es un tesoro heredado e intangible, digno también de ser valorado por la UNESCO.
… Aquella primavera de 1999, Ana Blanco me pregunta por los últimos bombardeos de la OTAN. Se los cuento, y añado con jactancia que Sigüenza se convierte ese día en la primera ciudad de España que acoge refugiados albanokosovares. “Te dijimos que no lo contaras” escucho por línea interna al final de la conexión. “Lo siento, os escucho fatal, hasta luego”. A veces, el patrimonio también encapsula pequeñas dosis de orgullo y rebeldía.
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