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Hace poco me saltaba el mensaje en red social: “Spielberg llevaba razón, los encuentros serán en la tercera fase”. Siempre fue un visionario este hombre, pero ya antes han ido llegando. Progresivamente todos hemos ido aprendiendo de esta nueva normalidad. Ya no se nos cae el alma a los pies al encontrar a un amigo y no poder abrazarle, comenzamos a guardar la distancia con naturalidad y la mascarilla es ya parte de nuestra indumentaria habitual.
La alegría ahora reside irnos encontrando, con distancia y mascarilla, pero ya reencontrándonos. Recordándonos, que como recientemente me decía una amiga, deriva del latín cordis, corazón, y significa “volver a pasar por el corazón”.
En realidad no hemos dejado de estar ahí. Las nuevas tecnologías han facilitado sin duda mantener las redes. Y hemos estado, pero en esa realidad virtual que todo lo diluye, que es útil pero por supuesto no puede sustituir el encuentro, también ha habido importantes desequilibrios, y de ellos podemos extraer grandes aprendizajes.
El confinamiento que hemos vivido nos dejó a muchos en shock, los niños a casa, hubo miles de ERTE que implicaban incertidumbre vital, y una gran mayoría vivimos en carnes lo que hasta ahora era una opción muy limitada en nuestro país, el teletrabajo. El ansiado teletrabajo, demandado en muchos sectores desde largo tiempo, de pronto en unos pocos días se hizo realidad. Resulta que se podía teletrabajar, y mucho, no ha costado tanto. Solo hemos necesitado una pandemia mundial para impulsarlo. Bien, ya hemos dado un paso más hacia el siglo XXI, muchos trabajos se pueden realizar desde casa, y con esta terrible situación lo hemos constatado. Primer aprendizaje, a partir de ahí a ver qué sacamos.
Otra cosa que hemos constatado es que este teletrabajo no tiene nada que ver con la conciliación. Igual que todos entendemos que llevar a los niños al trabajo, y mientras se colabora en sus tareas y sus juegos, mantenemos las reuniones laborales, no resulta lo más apropiado para nadie, y por supuesto no puede entenderse dentro de la categoría “conciliar”. Lo mismo sucede si hacemos eso, pero en casa. Y sí, lo hemos tenido que hacer, y sí lo curioso es que todo apunta a que desde instancias públicas se ha confundido este modo de hacer que ha atendido a una urgencia sanitaria, con la conciliación.
Y de ahí llegamos a otra constatación que sacamos de estos días de aprendizaje: la familia y por ende los niños son irrelevantes para el debate público, sus problemas no están dentro del problema del sistema. Se me hace tan raro afirmar esto, porque quien más quien menos es madre o padre, tío, abuelo y sin duda todos somos hijos. Pero en la imbricación institucional esta realidad se obvia, se diluye, la realidad familiar queda fragmentada en otras realidades y nadie se ocupa de ella como núcleo social esencial. Al contrario, tradicionalmente en España es la familia la que ha salvado al sistema, y solo en aquellas familias muy necesitadas el sistema lanza un flotador, que ni siquiera es salvavidas. Pero en algún momento nos va a venir bien realizar un reenfoque del tema, las familias necesitamos ayuda.
Se nos ha puesto en una situación límite, en varios casos insostenible. Y sí, es que los niños se han quedado en casa, durante meses sin salir de ella, ahora se confirma que seguramente de manera excesiva e innecesaria, aunque para los acalorados y vergonzantes debates políticos que van teniendo lugar, esto es algo totalmente irrelevante, nada que alegar al respecto. Por un lado estupendo, por fin más tiempo para estar juntos, pero los niños no se cuidan solos. Cómo conciliamos ese tiempo con un teletrabajo sin horario. No ha sido fácil, sigue sin serlo, y a medio plazo resulta del todo insostenible. Los padres además se van incorporando al trabajo presencial, y los niños, ¿qué hacen?, ¿se cuidan solos? ¿Con los abuelos? ¿Pero no estábamos haciendo todo esto precisamente para protegerlos? Y esto ya está pasando. Entre tanto las administraciones, mudas.
Desde asociaciones como TriBuTo se ha intentado contactar con la concejala de Servicios Sociales, seguimos a día de hoy sin respuesta. El movimiento 'Malasmadres' ha lanzado una campaña en redes #EstoNoEsConciliar, sin respuesta. Están empezando a dedicar espacios informativos al tema, sin respuesta. A nivel político tiene un espacio raquítico sobre la mesa. Hay anuncios de dinero que se ha trasladado al efecto, pero medidas concretas a nivel general de momento, cero.
Si seguimos tirando del hilo llegamos a otra verificación. En la mayor parte de las familias la carga del cuidado y educación de los hijos recae esencialmente sobre la madre. Esto ha sido así tradicionalmente, biológicamente el niño nace demandando y necesitando con urgencia a la madre, fuente de alimento y calor.
Pero más allá de esa necesidad inicial, el vuelco que se hace en gran parte de las casas de la crianza y educación sobre las madres está solo justificado por el enraizamiento de los roles tradicionales. En algunas casas esta asunción de roles llega por acuerdo, la madre voluntariamente se encarga más de esa labor, y deja el resto del peso doméstico al padre. Pero en la mayoría no hay consenso consciente, se asume como normal, eso es cosa de la madre. Si encima el padre aporta un salario superior en la casa, como es habitual porque en la mayoría de los casos son ellas quienes dejan en suspenso sus carreras durante una temporada para el cuidado de los hijos, con consecuencias ya irremediables en muchos casos, normalmente el trabajo del padre va a ser prioritario, y con él su agenda, sus reuniones, y sus horarios. En un contexto de no escolarización como el que estamos viviendo, esta realidad unida al teletrabajo flexible ha colocado a muchas madres al borde del desquicio.
Pero continuamos tirando, lo que nos lleva a otro de los grandes reclamos de muchas madres y padres; cómo pueden mandar desde el colegio tantas tareas a los niños, tareas que en realidad han tenido que dirigir, supervisar cuando no realizar los propios padres. Pero es que el origen de este desbordamiento y sordera administrativa quizás puede estar en el desenfoque de muchos contenidos curriculares, la metodología para impartirlos, y lo más importante el respeto del sistema educativo con la realidad del niño.
Hace años que se viene hablando de la necesidad de un Pacto por la Educación, desde luego en este nauseabundo clima político no se conseguirá. Pero estos meses han puesto de manifiesto la necesidad del mismo. Son muchos los contenidos curriculares que se repiten innecesariamente, un año tras otro, porque empiezan a incorporarse precozmente. Muchos de ellos son difíciles de asimilar por el niño, e impiden, por el tiempo y esfuerzo que exigen, profundizar en otros contenidos más propios y significativos para su edad y realidad. Los contenidos de lengua son paradigmáticos, los niños llegan a Secundaria hartos de las categorías gramaticales, analizadas desde los 7 años, rutinariamente año tras año, y sin embargo no saben leer porque no comprenden contenidos esenciales de textos aparentemente sencillos.
“Si no me puedo quejar”, es la frase con la que comenzamos estos días toda retahíla de reproches con la realidad que seguimos viviendo. La realidad se ha presentado tan apabulladoramente negra, que cualquier lamento corre el riesgo de sonar banal, pero no lo es. Más allá de esta pandemia, las vidas continúan y es obligación de todos, incluidos los poderes públicos, ofrecer las herramientas a nuestro alcance para intentar salir lo más indemnes posibles de esta situación, y si podemos mejor de lo que estábamos.
Sí, hay situaciones peores, por supuesto. Y no se pude frivolizar sobre el tema, no cabe duda. Pero los estados de urgencia no pueden enmascarar ni ocultar otras de real importancia.
Y bueno, siempre nos queda es frase de Proust: “Aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia”. El cambio está en cada uno, aunque si las instancias públicas y la mayoría como sociedad nos movemos por el cambio, más impacto tendrá sin duda.
Feliz no conciliación.
Hace poco me saltaba el mensaje en red social: “Spielberg llevaba razón, los encuentros serán en la tercera fase”. Siempre fue un visionario este hombre, pero ya antes han ido llegando. Progresivamente todos hemos ido aprendiendo de esta nueva normalidad. Ya no se nos cae el alma a los pies al encontrar a un amigo y no poder abrazarle, comenzamos a guardar la distancia con naturalidad y la mascarilla es ya parte de nuestra indumentaria habitual.
La alegría ahora reside irnos encontrando, con distancia y mascarilla, pero ya reencontrándonos. Recordándonos, que como recientemente me decía una amiga, deriva del latín cordis, corazón, y significa “volver a pasar por el corazón”.