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Hace no tanto tiempo, en esta ciudad, Alberto San Andrés y la asociación Gozarte se inventaron un festival de títeres y teatro total al que pusieron por nombre Titiriguada. El Ayuntamiento de Guadalajara le ayudó a crecer durante seis años, lo apoyó y lo alimentó económicamente. Además, presumía de él siempre que tenía ocasión; en las ruedas de prensa, el entonces concejal de Festejos sacaba pecho y hablaba de lo exitoso que era, el alcalde aprovechaba las mañanas soleadas para pasear a María Dolores de Cospedal entre títeres y niños felices.
Incluso se anunció que, como la criatura había crecido sana y fuerte, se iba a sacar del programa de Ferias y Fiestas, que tenía entidad y público suficiente para independizarse y campar libre por el calendario cultural de la ciudad.
No era para menos, cuentan (y algunas personas hemos tenido la suerte de poder verlo con nuestros propios ojos) que al Titiriguada venían compañías de todo el mundo: Polonia, Alemania, Austria, Croacia, Italia, Francia o Portugal, entre otros muchos países. Espectáculos sugerentes, propuestas alternativas, teatro de objetos, lenguajes distintos, maestros titiriteros que hacían las delicias de niños y mayores. Se podían juntar más de una veintena de compañías, de allí y también de aquí, porque los artistas locales siempre tenían hueco en el escenario para mostrar su trabajo a sus convecinos.
Cuentan que, durante los días en los que se celebraba el Festival, se han llegado a ver marionetas de más de cinco metros paseando por las calles de la ciudad y espectáculos de títeres que llegaban con gran algarabía y alboroto a los centros escolares. Que todo eso era posible gracias a la colaboración de los titiriobreros, gente creativa y laboriosa, que ayudaba a poner alma a un festival con un presupuesto que no superaba los 30.000 euros.
A las gentes de Guadalajara les gustaba el festival, el público iba creciendo año tras año, en número y en estatura. No sólo estaba pensado para el disfrute de los pequeños; el Titiriguada contaba con una programación de mañana, tarde y noche con opciones y calidad suficiente para interesar a todas las edades.
El festival podría haber seguido creciendo, consolidándose y convertirse en seña de identidad de una ciudad a la que las actividades culturales le sientan muy bien. Pero no pudo ser, el Ayuntamiento decidió cambiar el formato, sacarlo a concurso para que lo acabase gestionando una empresa de animación e ir año tras año destrozando la idea inicial. Así llegamos al 2016 y, lo que era Titiriguada, se llama ahora Festitiriguada, lo que era una programación con 24 compañías de todo el mundo ha quedado reducido a “Títeres, marionetas, talleres, animación y ocio infantil”. No se da ninguna información de las compañías ni del tipo de espectáculo, como si no importara quién lo hace y qué es lo que hace, vale todo tenga la calidad que tenga.
Apenas una docena de obras y muchos hinchables, que los niños salten y suden, se pinten la cara y hagan cola para conseguir un globo con forma de perro. La creatividad, la sorpresa, el deleite, las buenas historias, la ensoñación que pueden producirnos los titiriteros que manejan con arte sus marionetas se ha perdido en el camino.
Hay personas que tienen cualidades especiales, el rey Midas tocaba las cosas y las convertía en oro, en este Ayuntamiento hace tres años el entonces concejal de Festejos, Jaime Carnicero, tocó el Titiriguada y lo convirtió en… unos hinchables, para desgracia de la agenda cultural de esta ciudad y de todas las personas que vivimos en ella.
Es una pena que los cuentos no tengan finales felices, pero es necesario que los contemos en su versión original: el lobo se comió a Caperucita y eso es mejor saberlo, así andaremos prevenidos cada vez que paseemos por el bosque, e incluso por los festivales de títeres para que no nos den gato por liebre, Festitiriguada no es Titiriguada.