Antaño, durante la siega, solían escucharse coplillas como la que sigue: “El cielo está raso y nublo / y el tiempo no quiere llover. / El trigo se ha puesto caro / y yo vendo la mujer”. Canciones que despertarían la risa o la abnegación, según se mire o se sufra. La estrofa encierra en su manojo de palabras una realidad arraigada durante centurias: el trato vejatorio a la mujer.
Una verdad aún más dolorosa, quizá, en el campo. Sembraban, labraban, segaban, cuidaban de los animales… Porque las mujeres han trabajado desde siempre en las labores ganaderas y agrícolas, aunque nunca se les haya reconocido. Esta es una historia de silencio. Un silencio pesado e invisible. Ahora, en este primer cuarto del siglo XXI, el relato de los hechos ha comenzado a cambiar.
Al fin y al cabo, Tierra siempre ha sido un nombre de Mujer. Para intuir como la igualdad va ganando terreno en el mundo rural de Castilla-La Mancha, hemos hablado con algunas mujeres. A través de sus voces, comprendemos que al camino todavía le faltan muchos pasos. Pero la travesía ha empezado. El viaje vital de Montse Fernández Pereira se inició años atrás y cientos de kilómetros más allá de La Vegallera.
En esta pedanía de la localidad albaceteña de Molinicos, su día a día transcurre entre oliveras y papeleos. “He ido buscando la manera de integrarme en el campo”, explica a nuestros lectores. Montse empezó con los cursos de incorporación, siguió con los de plagas y hoy gestiona 83 hectáreas. Unos bancales, principalmente de olivar, que trabaja junto a su marido, Cristian. Aunque llegar hasta aquí no ha sido rápido ni fácil.
Los avatares del destino son lentos. Tras conocerse en Mallorca y ganarse la vida con la hostelería, la pareja decidió venir a la Sierra del Segura. Primero, a Riópar y ahora, a La Vegallera, donde él tiene su origen y familia. La de Montse queda más al norte, en la comarca ourensana de O Carballiño. “Allí aborreces el agua y aquí la extrañas”, bromea la gallega. Montse no se enreda en morriñas. Sus preocupaciones son las climatológicas, cosechar la aceituna antes de que empeore el tiempo y seguir educando a su hijo de catorce años. El chico es el único en la pedanía y todos los días tiene que desplazarse hasta Elche de la Sierra para continuar con sus estudios de secundaria.
Tres cuartos de hora por una carretera que durante un buen tramo transita por montañas escarpadas. Más de uno se ha perdido para llegar a La Vegallera. Un lugar enclavado en un paisaje excepcional y en el que viven poco más de cuarenta vecinos. Apenas un consultorio médico local, una tienda ultramarinos y un bar que ya está cerrado. Montse lo mantuvo abierto casi como centro social, pero los gastos de la luz le hicieron desistir del negocio y se centró al cien por cien en la agricultura.
Raíces desconocidas
Este otoño han adelantado la recolecta de la oliva ante el temor de que los temporales acaben tirando todo el esfuerzo al suelo. Por la orografía de sus fincas, en propiedad y arrendadas, necesitan contratar una cuadrilla de seis personas para “echar una campaña de 21 ó 22 días”. El trabajo en su mayoría sigue siendo manual. El resto del año, Montse y su marido manejan un tractor cada uno para las labores de poda y labresca. Además, ella es la encargada de la administración de la empresa y pertenece a diversas cooperativas de la zona.
Cuenta la agricultora: “Soy la única mujer del Consejo Rector de la Cooperativa Almendras Sierra del Segura porque no les quedaba otra; porque ahora con el Plan de Igualdad, todas las cooperativas están obligadas a incorporarlas”. Montse también pertenece a la sociedad de Villaverde de Guadalimar y, especialmente, se siente orgullosa y contenta de pertenecer al grupo de mujeres de Cooperativas Agroalimentarias.
“Siempre he dicho que somos como raíces desconocidas”, afirma Montse y considera que “los consejos rectores formados por más de una mujer funcionan mejor”. De momento, son minoría, pero están mejor organizadas que antes. Hasta 80 mujeres participaron hace unas semanas en el VI Foro de Mujeres Cooperativistas de Castilla-La Mancha celebrado en la localidad conquense de San Clemente.
Un encuentro, organizado por Cooperativas Agro-alimentarias de Castilla-La Mancha con la colaboración del Instituto de la Mujer autonómico y CaixaBank, y con el que se pretende fomentar la incorporación de las mujeres a las cooperativas y sus órganos de gobierno. Según los datos ofrecidos en este evento, las mujeres representan el 29% de la base social de las cooperativas. El trecho es largo. Aunque, posiblemente, menos lejano que antes de 2019.
“Hemos avanzado, pero sin duda tenemos que seguir creciendo hasta alcanzar la igualdad real y efectiva”, responde a nuestras preguntas la viceconsejera de Política Agraria Común y Política Agroambiental de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Gracia Canales Duque afirma que “el Estatuto de las Mujeres Rurales, aprobado en noviembre de 2019, es la piedra clave sobre la que pivotan todas las medidas de la Consejería de Agricultura y la gran herramienta con la que estamos impulsando la igualdad en el medio rural, ofreciendo más oportunidades como instrumento de transformación y progreso social”.
Añade la viceconsejera: “Tengo que decir que hemos priorizado a las mujeres en todas las convocatorias de la Consejería lo que ya va dando sus frutos; ya hay alrededor de 30.000 solicitantes mujeres de la PAC, un 35% del total”. En cuanto a la incorporación al sector, Canales Duque indica que “hemos pasado de una tasa del 16% en 2014 a un 32% en 2021 y hasta doce grupos de desarrollo rural están bajo la dirección de una mujer”.
En la última década, la tendencia ha empezado a cambiar. De hecho, en un estudio sobre la mujer rural en Castilla-La Mancha, realizado en 2010 y dirigido por María José Aguilar Idáñez, se señalaba a la comunidad autónoma como una de las regiones con menos mujeres afiliadas al Régimen Especial Agrario de la Seguridad Social. Estas cifras se están revirtiendo. E incide la viceconsejera: “Para reforzar esta dinámica, por ejemplo, hemos decidido integrar el Estatuto de la Mujeres Rurales en este nuevo periodo como parte de las obligaciones de los grupos de desarrollo rural”.
Sector masculinizado
Gracia es ingeniera agrónoma por la Universidad de Castilla-La Mancha e hija de ganaderos, como conocedora del medio reconoce que “estamos en un sector masculinizado, pero es cierto que cada vez vemos muchas más mujeres en las explotaciones o en puestos de dirección en entidades y empresas agrarias; están más presentes, aunque es un trabajo que tenemos la obligación de seguir haciendo para dar a las mujeres el papel que merecen y que puedan disfrutar de los mismos derechos, es nuestra obligación”.
Desde La Vegallera, de nuevo, escuchamos a Montse Fernández: “El año que yo me incorporé, un hombre de setenta años me dijo, delante de todos, que una mujer no pintaba nada en el campo, este tipo de comentarios hunden. Aquí nunca vamos a llegar a ser mayoría, es muy complicado, pero lo que fastidia es que en pleno siglo XXI aún estemos como en temas de antes. Si nos dejaran podríamos aportar muchas cosas”.
En el otro extremo de la sierra, ya rozando la comunidad murciana, se encuentra Tazona, una pedanía de Socovos. Acá, Vanesa González Rivas, ha hecho de la ganadería su modo de vida. “Cuando a mi jefe le comenté que me venía, me dijo que tenía más valor que treinta tíos juntos”, describe el momento en que abandonó su trabajo en la ciudad de Murcia para regresar a su pueblo.
Vanesa no sabe qué opinar acerca de la discriminación a la mujer en el sector primario. Resopla ante una cuestión que ocupa poco tiempo en su devenir diario desde el año 2015. Lo primero que hace al levantarse es “preparar la mochila del colegio de mi hija” y, en seguida, a la nave con sus 300 cabras. Junto a su marido, arreglan a los animales, les dan de comer y luego, durante dos o tres horas, las ordeñan.
Sigue relatando la ganadera: “La gente me ha dicho que soy muy valiente, esto es muy duro y sacrificado; en nueve años me sobran dedos de la mano de los días que he librado. Los animales no entienden de lluvia ni de días de fiesta”. Insistimos con la pregunta, a lo que vuelve a responder: “Habrá gente que diga otras cosas, pero no me lo dicen a la cara, de momento, no he sentido discriminación; la verdad es que se sorprenden de ver a una mujer ganadera”.
Quiso cambiar de aires y aquí está, trabajando en su negocio. “Me dejé a mi hija con veinte días y me vine aquí a dar biberones. Me pilló con la paridera y me tuve que venir; pensaba que era una mala madre. Mientras mi madre le daba el biberón a mi hija, yo estaba dándole el biberón a una cabritilla. Es duro”, confiesa Vanesa y reflexiona sobre el sacrificio necesario para mantener esta explotación ganadera de la que es titular.
Dice: “Yo no me puedo ir, son seres vivos y hay que hacerlo bien”. Pese a sus desvelos y “calentamientos de cabeza”, para Vanesa sus animales son seres muy queridos. A algunas cabras les han cogido un cariño tan especial que tienen su propio nombre. No son solo números de una explotación estabulada. “Lola es la cabra más mimada, es la primera que crie a biberón, porque no quería nodriza”, explica emocionada sobre los vínculos con su ganado.
Temporeras
Estos son los cuidados intangibles de una empresaria nacida en un lugar forjado por el esfuerzo. Comenta Vanesa: “Las mujeres de este pueblo son muy guerreras y luchadoras”. Trabajan cosiendo, como autónomas o en granjas de cerdos. Trabajan como siempre lo han hecho. Aquí, en los confines de la región. O lejos, en el espacio y en el tiempo. Décadas atrás se sumaban en cientos y cientos las mujeres castellanomanchegas que marchaban a Francia a hacer la vendimia. En aquel tiempo final de dictadura donde además de trabajar, podían hablar libremente de política. Muchas aún recuerdan aquellos años de transición y cómo con aquel dinero construyeron sus viviendas o ayudaron a las familias.
El historiador Sergio Molina acaba de comisionar la exposición itinerante “Huir de la miseria. Los temporeros españoles en Europa (1948-1990)”. El investigador explica para este reportaje que la provincia de Albacete, en 1978-1979, aportó 8.126 habitantes a la vendimia francesa, siendo la cuarta provincia española de la que más trabajadores partieron. Puntualiza Molina y destaca: “La mitad eran mujeres. Además de trabajar en las mismas condiciones que el hombre, al terminar la jornada, las mujeres tenían que encargarse de la comida, los niños y la limpieza de la ropa y del alojamiento”.
En este viaje de ida y vuelta que es la historia de Europa, hoy son mujeres de otros países quienes llegan a España como temporeras para el sector agrícola. Balazote, el pueblo albaceteño del ajo, es un claro ejemplo de esta nueva realidad en la que ahora somos un país receptor de mano de obra. El campo, otra realidad impalpable, que, a veces, solo brota en las televisiones cuando los tractores bloquean el tráfico en las grandes ciudades. O como ha escrito Manuel Pimentel: “La sociedad, lejos de agradecerles su sacrificado esfuerzo, les apunta con el dedo acusador”.
Los consumidores hemos olvidado el afán que hay detrás de cada producto. Vanesa González es más descriptiva: “La gente tendría que tener una granja para saber el esfuerzo que requiere, el trabajo de un pastor para sacar sus corderos adelante; no un día de voy a ordeñar en plan divertido, sino una semana aquí. No te estás matando, pero hay que venir todos los días”. E insiste en que “los consumidores se están comiendo el queso y no saben que la leche procede de aquí; se piensan que todo es abrir grifos y ya está todo”. “Es que la gente no sabe nada”. Quizá ha faltado didáctica. Tal vez sobra burocracia. El sector agrícola y ganadero es más complejo de lo que pueda parecer en un vistazo rápido. Un sector económico en el que la tecnología juega cada vez un papel más determinante y en el que la combinación de normativas y competencia de otros mercados hace de la supervivencia un difícil equilibrio.
Los testimonios de Montse y Vanesa coinciden en que hay un “papeleo excesivo”. Y sintonizan también en el agradecimiento hacia los técnicos que ayudan en los trámites. La gestión está en un proceso de transformación y en esta continua adaptación a los cambios, funcionarias de la administración autonómica como Josefa Fernández Corredor desempeñan una labor vital para el sector. Estudian, se patean los campos y, finalmente, sintetizan para hacer accesible la información.
La historia de esta profesional es igualmente el relato de una superación. Mientras estudiaba, realizó todo tipo de trabajos para pagarse la formación y después consiguió su plaza en una oposición pública.
Con su experiencia en la provincia de Albacete, afirma Fernández Corredor: “El sector agrario es un reflejo de la sociedad actual. Es cierto que se ha abierto el camino para la incorporación de la mujer a las explotaciones agrarias, se está haciendo mucho esfuerzo por parte de las administraciones en la realización de políticas positivas para que la mujer se incorpore a la empresa agraria, con ayudas que ofrecen más puntuación por ser mujer. Las cifras evolucionan lentamente, pero aumenta el número de titulares de explotaciones agrarias. Hay mucho que hacer, desde luego, en ello estamos”.
En las oficinas comarcales agrarias, trabajan a diario mujeres como auxiliares de la administración, veterinarias, conserjes o técnicas. Aunque no son mayoría, están. Son un tercio de la población activa en esta área.
Titularidad compartida
En el campo castellanomanchego, el porcentaje de mujeres titulares de explotaciones agrarias ronda el 30%. Para aumentar este número, reconocer y remunerar el trabajo de las mujeres en el sector primario, surgió la figura de la titularidad compartida.
Volvemos a escuchar a la viceconsejera: “En los últimos años, Castilla-La Mancha se ha convertido en la segunda comunidad autónoma en número de titularidades compartidas, con 258 de las 1.361 que hay en estos momentos en España y que supone algo más del 19% del total, es decir, una de cada cinco de toda España”.
Y expresa Gracia Canales Duque su aspiración: “Nos gustaría avanzar en este sentido consiguiendo dar un paso más para que aumenten las titularidades compartidas, ya que hay muchas explotaciones agrícolas y ganaderas de carácter familiar en las que trabajan muchas mujeres que comparten las tareas con los hombres, pero que en la mayoría de los casos no figuran como titulares, lo que dificulta que se valore adecuadamente su participación y se dimensione el papel que realmente desempeñan en el medio rural”.
Las ayudas a jóvenes, las medidas europeas de la PAC o programas ministeriales como “Crecemos Juntas” pretenden ensanchar el camino de acceso de la mujer al mundo del campo. Aunque, como ocurre en todo tipo de convocatorias, es importante “leer la letra pequeña” sobre requisitos y compromisos a cumplir. Conviene no llevarse a engaños porque el mundo del campo siempre ha sido difícil, duro y distante para quien no ha crecido en su seno. Para la mujer, trabajar la tierra nunca fue una labor ajena.
Una pintura rupestre del Tolmo de Minateda (Hellín) muestra a una mujer junto a una cabra. Posiblemente, miles de años atrás ya había pastoras dominando estas sierras y llanuras. Porque, en verdad, y esto es lo paradójico, ellas siempre estuvieron aquí, aunque la historia las haya despreciado.
En ocasiones, su presencia fue aprovechada por la propaganda política. “Brillan las hoces blandidas altas como adornos de los anchos sombreros de paja y brillan contentos los ojos de estas mujeres que saben trabajar riendo”, publicaba un periódico albaceteño durante la guerra civil para ensalzar el compromiso de las vecinas con la causa republicana.
Otras veces, la mayoría, la contribución de la mujer las tareas agrícolas y ganaderas ha pasado desapercibida. O aún peor. Su existencia ha significado la nada. Como han recogido los autores Jordán Montes y De la Peña Asencio en la obra “Sierra y Llanura”, libro clave para entender nuestras raíces: “Mi mujer está de parto / y la mula está muy mala. / Lo primero es lo primero: / me tengo que ir a la cuadra”. Una estrofa de las que se escuchaban antes.
Este es el pasado en vías del olvido. El presente discurre por un camino de conciencia, de asociacionismo, de innovación, de políticas valientes. El ahora lo construyen emprendedoras como las que han participado en este reportaje. Mujeres que no idealizan el campo, sino que lo viven con la intensidad de la supervivencia. No hay otra. La vida es así. Sencilla y laboriosa. Como Amparo, una mujer de ochenta años que sigue trabajando la huerta en una pedanía de Chinchilla de Montearagón. Sin heroicidad. Sin darle mayor importancia. Sin más. Solo porque necesita hacerlo. En el futuro en barbecho al que caminamos, ellas son nuestra raigambre.