Nos encontramos ante el cambio de paradigma más radical y global que la Humanidad ha conocido, donde el valor por la vida y los cuidados se van anteponiendo a los deseos individuales de crecimiento económico sin límites. El consumismo extremo, la cosificación y mercantilización de los cuerpos como meros bienes de compraventa ha tocado techo. Este sistema de injusticia, precariedad y desequilibrio se está viniendo abajo.
Pero, ¿qué relación tiene esta crisis socioeconómica con la abolición de la tauromaquia? Existen innumerables ejemplos de las consecuencias nocivas que conlleva usar y explotar animales para satisfacer nuestros deseos, por más banales que sean. El consumo de animales, así como la deforestación y una terrible situación de pobreza, suponen el caldo de cultivo idóneo para que surjan nuevas y virulentas pandemias. Pero para que estos factores se den, tiene que haber una estructura social y política que los provoquen. Sintetizando: el crecimiento económico subyuga al derecho natural a una vida digna.
En España todavía es legal el polo más extremo de maltrato animal: la tauromaquia. Esta anacrónica práctica constituye en sí misma la banalización del resto de violencias y la perpetuación de este sistema de desigualdad jerarquizado. Durante los 'festejos' taurinos se cosifica la vida sintiente, se apuntalan los roles de género y se rompen los lazos de empatía intrínsecos de nuestra especie. Lo peor de esta cuestión es que dichas prácticas son promovidas, protegidas y subvencionadas con dinero público.
Ante la situación de escasez, desprotección e inestabilidad que ha provocado el coronavirus, aún existen reductos en nuestro país que se afanan por organizar los últimos eventos tauricidas que se celebrarán. Este es el caso de Torija, que ha autorizado un concurso de recortadores para este sábado 18 de julio. Estos concursos no suponen una muerte en público de las reses, ni está permitido infringir heridas a los animales. Sin embargo la humillación, el estrés y las vejaciones son el sustento de la cara 'amable' de la tauromaquia. El simple desplazamiento de los animales desde las dehesas hasta las plazas, suponen una alteración en su organismo que les lleva a perder hasta 40 kilos de peso. Indudablemente si estos eventos se ensañaran con cualquier otro animal, sería un flagrante caso de abuso animal.
Por contrapartida, suponen además un peligro gravísimo para la seguriad ciudadana y víal. El año pasado uno de estos 'festejos' le quitó la vida a un hombre en la localidad de Horche, decenas de heridos y cuantiosos daños materiales por toda la provincia. Sin ir más lejos el jóven recortador Rafa Espada recibió una cornada de 6 centímetros en el abdomen en el Coso de las Cruces en 2019. Deseamos que el sector taurópata proceda a reconvertir sus negocios, hacia una economía sostenible enfocada hacia el ecoturismo rural, suponiendo una fuente de ingresos inmensa, que a diferencia de la finalidad cruel y sádica que mantie la tauromaquia, tuvieran como objetivo dar a conocer al toro bravo en libertad, generando empleos de calidad y atrayendo un turismo respetuoso y ético, que en consecuencia permitiría a la sociedad rural poder vivir en nuestros municipios sin depender de los vaivienes de la maltrecha industria taurina.
La desaparición de la tauromaquia es inminente. Alentamos a los cargos políticos, a los promotores, ganaderos y profesionales taurinos, así como a la sociedad en su conjunto, para elaborar un plan integral de transformación que proteja y dignifique a nuestro animal más emblemático.