Adaptación del cómic de Jacques Lob y Jean-Marc Rochette, “Snowpiercer” señala los peligros del cambio climático y las desigualdades sociales como trasfondo para un drama de tintes épicos, cuyos fotogramas alternan la acción y el compromiso, la intriga y la reflexión. Se diría que el cine de Joon-ho hace valer a sus personajes por encima de la pirotecnia y del efectismo tan habitual en este tipo de producciones. Y eso que “Snowpiercer” puede presumir de presupuesto: se trata de la primera película de Joon-ho orientada al mercado internacional, con un reparto que mezcla actores de diferentes procedencias y una vocación por abarcar a un público mayoritario. Sin embargo, nada de esto supone una merma en las obsesiones del director. De nuevo nos encontramos con los dudosos márgenes entre el bien y el mal, con el cuestionamiento de los preceptos morales y las relaciones de poder. Y la violencia, claro está. La violencia como castigo y como redención, la violencia como catarsis y como atributo inherente a la naturaleza humana.
“Snowpiercer” relata la odisea de un grupo de rebeldes a lo largo del tren donde se resguardan los últimos humanos, una especie de Arca de Noé que recorre incesantemente el mundo sitiado por el hielo. Su peripecia transcurre desde la cola donde malviven como esclavos hasta la locomotora, base de operaciones de Wilford, el sumo hacedor que domina el corazón de la máquina. Entre medias residen los privilegiados, que harán todo lo posible porque los insurgentes no alcancen su destino. Wilford podría ser el Mago de Oz o el Coronel Curtz, de la misma manera que el líder de los rebeldes supone una revisión del mito de Ulises enfrentado a mil peligros en busca de su identidad. Joon-ho echa mano de los referentes y los lleva a su propio terreno, creando un puente entre la tradición y la modernidad que es una de las señas de identidad de su cine.
Esa capacidad para reinterpretar los géneros clásicos dota a sus películas de un elemento sorpresa que, en el caso de “Snowpiercer”, se vuelve casi estupefacción. Tanto el desarrollo del argumento como el acabo visual resultan fascinantes, proporcionando al espectador una sensación parecida al ensueño. Las escenas están atravesadas por la garra de su autor, con un dominio del tempo y de la intriga que trasciende el simple entretenimiento. Es un film de acción, desde luego, pero también hay emoción, suspense y ese humor tan característico de Joon-ho, que roza a veces la caricatura. Sensaciones que se ven reforzadas por el diseño de los decorados y del vestuario, por la fotografía y por el sonido, por el abultado plantel de actores que pueblan el tren.
Al habitual Song Kang-ho se unen nombres conocidos como los de Tilda Swinton, John Hurt, Ed Harris o Jamie Bell, además de una estrella emergente como Chris Evans. Un reparto heterogéneo que pone rostro a las emociones del film, abundantes y de gran intensidad. “Snowpiercer” cuenta con altas dosis de adrenalina, con una puesta en escena diseñada al detalle, con coreografías precisas… lo que no impide que Bong Joon-ho termine recurriendo a ciertos tics de estilo y a subrayados innecesarios. El ejemplo más claro se encuentra en los ralentizados, que unas veces pueden alcanzar el lirismo (el combate con los soldados armados con hachas) y otras veces el amaneramiento (el clímax final). A pesar de esto, conviene tener en cuenta “Snowpiercer” para comprobar que el cine comercial no siempre es idiota, y que es posible encontrar calidad y talento en una gran producción cuyas ambiciones no son sólo económicas.