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Joan Margarit: “El castellano me lo ha dado Franco a bofetones, pero no estoy dispuesto a devolvérselo”

Joan Margarit

Pau Rodríguez

Joan Margarit (Sanahuja, 1938) viaja siempre con un folio doblado en el bolsillo. Esa hoja contiene el boceto de un poema. De un lado, el catalán. Del otro, el castellano. “Meses de trabajo caben aquí”, señala. Por ese estadio han pasado miles de versos suyos que hoy, a sus 81 años, le merecen el reconocimiento de ser uno de los poetas españoles vivos más trascendentes y laureados, recientemente con el Premio Cervantes 2019 y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

Arquitecto de profesión y catedrático de la UPC, defiende que, como en su oficio, la poesía también consiste en construir estructuras sólidas. En este caso, con un fuerte compromiso con la verdad, una cualidad que trasciende a su obra y le lleva a hablar sin tapujos sobre temas tan variopintos como el arte, la vejez, Barcelona –ciudad a la que siempre ha sido “fiel”, según recita en su poema Ciutat d'ahir– o el conflicto catalán, para el que no ve una solución a corto plazo.

Ha recibido este mes dos grandes premios, con sus correspondientes compromisos y entrevistas. ¿Ya le da tiempo de leer y escribir?

Sí, claro. Yo no escribo grandes cosas, los poemas se hacen de uno en uno. Lo máximo que llevo yo de equipaje es una hoja con un poema, con el catalán por delante y el castellano por detrás. La faena del poeta es difícil, pero en el fondo lo llevas en una hoja de papel. Cuando era arquitecto iba a las visitas de obra una hora y media antes y buscaba dónde estaban los bares. Eso me daba unas zonas de tranquilidad para escribir. Pero para poder concentrarte en los bares ruidosos hay que ser joven.

El jurado del premio Cervantes destacó que su obra “representa la pluralidad de la cultura peninsular en una dimensión universal”. ¿Mucha responsabilidad en los tiempos que corren?

¡No! Una ventaja de tener más de 80 años es que las responsabilidades se te han acabado. Este es un sufrimiento típico del joven, porque la valoración de lo que hagas hoy será tu posibilidad del mañana. Es una cadena que parece que no acaba nunca, pero sí acaba. Llega un momento en el que esto deja de preocuparte y, en cambio, los poemas salen igual.

Se le reconoce también haber enriquecido tanto la lengua catalana como la castellana… ¿Se considera un poeta bilingüe?

El poeta bilingüe no existe. La poesía no es literatura; si se parece a algo es a la música. Y el hecho de que se usen palabras no es suficiente para equipararlo a la novela, igual que el funcionario municipal también usa palabras para redactar sus impresos y nadie considera que hace literatura. No hay ningún gran poeta en la historia de la humanidad que haya escrito en una lengua distinta a la materna. Nadie. Nunca. Esto me costó mucho entenderlo. Pero claro, si tú naces en medio de la Guerra Civil española, y está prohibida la enseñanza del catalán, y tus padres tratan de silenciártelo porque están acojonados, te encuentras con 18 años sin saber catalán. Solo el que hablas. Y con una cultura reducidísima en castellano. Con esa poca cultura a tus espaldas empiezas a trabajar. Si la poesía es cultura, y mi cultura es en castellano, ¿en qué idioma voy a escribir? Pero, ¡amigo!, el poema entonces no sale. No escribes el poema que quieres escribir.

Hasta que otro poeta catalán, Miquel Martí i Pol, le sugiere que escriba en catalán.

Sí. Entonces te encuentras con una lengua materna y otra que hace 20 años que utilizas, el castellano, que te lo ha dado Franco a bofetones, pero que tú no estás dispuesto a devolvérselo.

¿Por qué?

¡Porque una lengua, cuando la tienes y la haces tuya, la quieres! La lengua no la hacen los generales ni los ejércitos, la hace tu relación con la cultura. Si has leído a Quevedo, Góngora, El Quijote, Delibes, amas esa lengua. Porque te ha dado muchas cosas. Por lo tanto, tengo dos lenguas, sí, pero el poema tiene que salir en una. Y entonces, cuando ya lo tienes, luego sí puedes hacer el castellano. Pero no es una traducción, porque cuando los dos poemas están arrancados cada uno sigue su camino. Una novela en dos idiomas es casi lo mismo; un poema, no.

Al día siguiente de recibir el premio usted dijo en TV3 que el president Quim Torra no le había llamado. Luego acabó haciéndolo. ¿Le molestó?

No me saques este tema porque es absurdo. Que si llama primero el presidente o el ministro, que si en cambio Torra lo hace por la tarde, pero luego Laura Borrás... Plantear este tema es menospreciar a los políticos, que ya les cuesta trabajo suficiente mantenerse dignos. Que quede claro que no me molestó. Como si me dices que no me ha felicitado, ¿por qué tendría que felicitarme? Cada uno es libre de felicitar a quien quiera.

Usted suele decir que la poesía debe tener un compromiso con la verdad. Aunque sea cruel. ¿Qué le ha llevado a esa conclusión?

Es que no he encontrado ningún poema que funcionase que no fuera verdad. Tú cuando lees un buen poema de Cernuda –que, como todos, también los tiene malos– la verdad te salta al cuello. La belleza muchas veces enmascara la verdad y puede conducirte a ella, pero no es la verdad. El puñetazo lo notas en una obra de arte cuando de dice verdades; cuando te dice belleza, solo te acercas.

En 'Para tener casa hay que ganar la guerra', donde bucea en las experiencias vitales que le condujeron hasta su escritura, habla de la poesía como una estructura que le ha servido a usted para protegerse. ¿Una coraza?

Esto es muy paulatino. A medida que descubres la potencia del arte ves que se trata de un instrumento para ayudarte a conocerte, y así empiezas el único camino posible para obtener cierto descanso en la vida. Porque mientras te desconoces a ti mismo vas asustado por la vida. No sabes qué eres ni adónde vas. El arte es el sitio en el que las personas que te han precedido han puesto todo lo que son y que eres tú. Porque tú no eres diferente de tu abuelo, ni él de Miguel Ángel. A una persona no le pasan cosas raras, le pasa lo mismo. En lo que somos diferentes es en cómo nos contamos lo que nos pasa, a nosotros y a los demás. Y aquí es donde vemos que uno es Miguel Ángel y el otro un patata, o un mal poeta. Si alguien escribe porque cree que lo que le pasa es extraordinario, es que es tonto. Pueden pasarte cosas espantosas o maravillosas, pero no extraordinarias.

En ese libro reflexiona también sobre la relación entre Catalunya y España, que todavía ve marcadas por la tragedia de la Guerra Civil.

Es que la mitad de los muertos de la Guerra Civil siguen enterrados en las cunetas.

¿Cree también que la situación política en la Catalunya de hoy está todavía marcada por ese episodio?

No. Esto viene marcado por algo más universal. El mundo está dando un vuelco. Lo que pasa hoy no se puede estudiar en los términos tradicionales del 'usted me oprime y yo me quiero ir, y yo disparo contra usted para que me deje'. Esto pasaba en el siglo XIX pero está cambiando. Y a las personas que a las que coja este cambio, unas serán proyectadas a un sitio agradable y otras, sin merecerlo, acabarán en prisión. Son épocas tumultuosas, de cambios rápidos, también de injusticia.

¿Se refiere con esta injusticia a los presos independentistas?

Esta podría ser una, pero es que no es sencillo. No es que aquí tengamos a una mala persona delante y enfrente a una que es inocente... No. Todos estamos en una época tumultuosa y ninguno de los dos, tres o cuatro actores que intervienen en esta obra de teatro han hecho lo que deberían haber hecho.

¿Le ve usted una salida a medio plazo al conflicto?

Una solución rápida, no. Ya le digo, se mezclan temas de más envergadura. Viene un mundo distinto. Por un lado, la extrema derecha. Por otro, manifestaciones que mueven cosas importantes y profundas. También la economía... Con todo este revuelo, decir que lo que a ti te pasa es que te duele la muñeca... A mi me gusta mirarlo más globalmente.

El 2010, poco después de la sentencia contra el Estatut, usted pronunció el pregón de las fiestas de la Mercè de Barcelona. Ya entonces parecía anticipar lo que iba a ocurrir y comprendía la indignación de una parte de la población.

A los artistas no nos interesa la indignación, porque obnubila y no deja comprender. Yo en ese pregón decía que me gustaría que Catalunya fuese como Dinamarca o Noruega, evidentemente. Pero si no lo somos no es solo porque estemos en España. Los catalanes no somos daneses y noruegos.

En ese pregón recitó también varios poemas...

¡De eso no se acuerda nadie!

Uno de ellos es el poema 'Llibertat'. La libertad, dice, es “cuando comienza el alba en un día de huelga general”, es “el rey saliendo en tren hacia el exilio”, “es una librería”, “ir indocumentado”... Esto lo ha convertido en uno de sus poemas más usados en manifestaciones y proclamas. Hasta en redes sociales. ¿Qué le parece?

La poesía se usa. Hay un tipo de utilización, la más habitual, que es la de una persona solitaria para quien el poema es una suerte de espejo en el que se ve. Y cuando te ves reflejado en un sitio te reconoces y te consuela. Es como si respirases aliviado. ¿Para qué escribo yo? ¿Para que admiren lo que hago? Yo lo que hago es ayudar a que una persona salga de sus problemas haciendo un buen poema, porque le explica quién es él. Este es el milagro. Por lo demás, no me molesta. Es mi oficio: hacer herramientas que sirvan a la gente.

Cerró ese pregón de la Mercè con un poema sobre Barcelona, 'Ciutat d'ahir'...

Sobre Barcelona es más bonito el poema 'Barcelona'. El que acaba diciendo 'desolada ciudad que haces de puta'. [Lo busca en su ordenador].

¿Cree que Barcelona se ha prostituido?

Se ha vendido.

¿A quién?

A los fondos de Hong Kong que atraen a esas masas de gente que no saben adónde van. Es esta orgía actual del viaje que no va a ningún sitio. La idea de tener que ir a hacer submarinismo a Australia sin saber qué es Australia. Es el mundo que viene. Es una descripción, no una crítica. Si coges un plano de Barcelona desde la Diagonal hasta el mar y miras de quién son los solares y edificios, te vas a llevar un susto. Lo que era una ciudad con gente que vivía en ella ha acabado siendo una orgía económica. La ciudad desaparece.

Sobre cómo ha cambiado Barcelona, hay toda una generación de intelectuales que es muy nostálgica de la ciudad de los 70 y 80. ¿Usted también?

Siempre que pasa el tiempo y pierdes algo sientes nostalgia. Yo de mi patio no tengo nostalgia, porque lo veo. Siento nostalgia de la gente que estuvo en el patio y ya no está. Que yo tenga nostalgia de una ciudad solo desvela eso, mi nostalgia, no dice nada de la ciudad. Quien trata de acusar a alguien de su nostalgia se equivoca. Es algo absolutamente privado y casi no te puedes rebelar contra ello. Pero no porque ese sitio sea mejor o peor, sino porque es algo natural.

Le rehago la pregunta. ¿Cree que la Barcelona de hoy es menos estimulante para un artista como usted que aquella?

No. Sería un error que yo le intentase hacer ver a un joven que la ciudad que está viviendo a su edad, con sus problema sentimentales, sus errores y aciertos, es una mierda de sitio. Pero ver que toda una parte central de mi ciudad está destinada básicamente a dar cobijo a turistas, entre hoteles y cafeterías carísimos, pues no me satisface. Y esto es objetivo. Yo disponía de una ciudad y ahora ya no. Mis padres vivían al lado de la Rambla y mi sobrina duró tres meses cuando intentó vivir allí con sus hijos. Era una ciudad para familias y ahora ya no. Sin yo enterarme me han echado. ¿Tú vas al Café de la Ópera?

No.

Pues yo me pasé allí la vida. He ido con mis amigos íntimos y he aprendido a hacer poemas. Tengo nostalgia del café; ahora ya no es lo que era. Una parte de culpa es mía, porque me he hecho mayor; pero otra parte no. Yo no me quejo de la Barcelona que he perdido yo, sino de la que has perdido también tú. Aunque tú luego me dirás que el mundo está hecho de pérdidas, que las cosas se gastan y se renuevan. Y te diré: pues tienes razón, evidentemente.

Sus últimos libros de poesía van sobre la senectud, una etapa de la vida a la que dice que hay que llegar preparado. ¿En qué sentido?

Para hacer frente a los baches de la vida necesitas herramientas. Pero estas no las puedes fabricar cuando llega el bache. Tienes que ir construyéndolas. En eso consisten la educación y la cultura, son herramientas que sabes que te van a servir y que las tienes a punto para usarlas. Lo que no puedes hacer es decir 'espera que me atracan: ¡una pistola!' o 'espera que esta mujer no me quiere, ¡dadme otras!'. La vejez es un bache que te manda al olvido, y la vida no te prepara para el olvido. Si no, no habría carne en el supermercado, tú no estarías haciendo esta entrevista y ella no estaría sacando fotos [señala a la fotógrafa]. Si ganase el olvido, y vieses que esto no vale la pena, ¿para qué hacer estas fotos? Si esto funciona es porque todos nos lo creemos. Pero ahora viene una etapa en la que no te lo crees tanto, porque ya te vas al otro barrio, y no te queda más esperanza y horizonte que el olvido. El tuyo de todo y el de todo hacia ti. La cultura te prepara para eso.

El poema 'Un invierno fascinante' plantea que el olvido puede ser tranquilizador.

Tiene esa faceta de calma. Eso existe. Te interese o no, es así, porque al final será total. A lo que me refería es que todo eso, que te llega de golpe, te tiene que pillar leído. Lo que no puede ser es que que te echen del trabajo, te den un subsidio, tus hijos se vayan de casa, y te preguntes qué pasa, que dicen que hay algo que se llama poesía... La educación es enseñarle al joven que le espera un largo camino en el que necesitará muchas cosas, desde valor a consuelo.

¿Es la poesía una herramienta para amortiguar los baches?

Es evidente. Una de las más potentes. Y la otra es la música. También lo es la pintura, pero esta no la puedes llevar en el bolsillo. Es así de simple.

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