En un escenario aún herido por los pasados atentados del 30 de noviembre, estas dos semanas de reuniones han tenido toda la atención internacional: es el momento, ahora o nunca, de establecer medidas reales, aplicables y efectivas para no empeorar aún más el daño medioambiental; algo imperantemente urgente.
Y para ello hay que fijarse en el uso de las armas en épocas de paz y en épocas de guerra puesto que son factores agravantes del deterioro de nuestro planeta.
Por supuesto que la emisión de CO2 de nuestros coches es en parte la causante de todas esas fotografías de ciudades cubiertas de niebla gris. Pero similar contaminación tuvo el Agente Naranja cuando se desperdigó en la guerra del Vietnam así como el uso de metales pesados, combustibles, lubricantes y materiales energéticos (como el RDX y l TNT) especialmente en las bases militares, tal y como ha sido demostrado científicamente. Puede que pienses que desde el fin de la guerra del Vietnam en 1971 ha llovido mucho. Y lo ha hecho. También muchos conflictos se han abierto y cerrado, como por ejemplo, el de la Guerra del Golfo en Iraq en 1991 cuando “se derramaron unos diez millones de metros cúbicos de petróleo sobre el desierto”, como nos recuerda la revista Ambientum. “Según el Instituto de Investigación Científica de Kuwait, los vehículos militares y los movimientos de terreno, afectaron más de 900 kilómetros cuadrados de desierto. Como consecuencia, las dunas avanzaron” y “los tanques, camiones y demás maquinaria que se utilizó, traspasaron el suelo y asolaron la vegetación”. Además del daño causado por el derrame petrolífero.
Para contaminación petrolífera, además de señalar los diferentes incidentes ocurridos como el del Chapapote, hay que mencionar la guerra entre Israel y Hezbollah en 2006. Durante el conflicto, tanques de gasolina de la planta Jiyyeh Power en Líbano fueron atacados y ardieron durante 27 días, liberando contaminantes altamente tóxicos en la atmósfera. Por otro lado, entre 10,000 y 15,000 toneladas de gasolina se vertieron en el Mediterráneo.
Otros elementos más mundanos como los polígonos industriales abandonados o dañados, la desmilitarización de las armas tóxicas y químicas, la fabricación y las pruebas de armas y municiones; las bombas y su explosión, el abandono de material militar, … todo ello libera toxicidad que se va acumulando en nuestra atmósfera
O se va absorbiendo, como sucede con los restos de explosivos de guerra (ERW por sus siglas en inglés) abandonados después de los conflictos; ya sean armas, ya sean minas. Estos remanentes que permanecen durante años en el suelo se van desgastando, destruyendo y diluyendo en el subsuelo fértil contaminándolo enormemente. Ello significa que, además del peligro que supone su mera existencia en ese lugar; los medios de subsistencia de las comunidades de los alrededores, la agricultura y la ganadería, se ven directamente afectadas, disminuyendo su fertilidad y capacidad de crecimiento, en el primer caso y enfermando en el segundo. Así se realiza un triple efecto: la muerte de inocentes civiles cuando pisan minas, la contaminación de nuestro suelo fértil y ganado y el desarrollo de enfermedades por consumo de productos insanos. Afganistán, Angola, Bielorrusia, Camboya, Iraq, Laos, Libia y Vietnam son algunos países con importante presencia de estos artefactos.
En un país más conocido, Siria, el conflicto no sólo genera incalculables daños humanos sino que está afectando terriblemente a su medio natural. La agencia de noticias Inter Press Service se hizo eco de un informe de PAX, siglas que representan a la organización holandesa Pax for Peace. La agencia resume que “en diciembre de 2014 se constató que 1,3 millones de casas, o un tercio de todas las viviendas del país, estaban destruidas. (…) Los escombros liberaron sustancias nocivas, como metales, bifenilos policlorados – más conocidos como PCB – y amianto. Estas toxinas, que también se liberan por el empleo de las armas, pueden deteriorar la salud pública”. También se destacan los daños “a la infraestructura, como las refinerías de petróleo y las fábricas, que generan contaminación atmosférica e intoxican la tierra y el agua, produciendo más consecuencias negativas para la salud a largo plazo”. A fecha de la publicación del artículo, 19 de noviembre de 2015, 196 instalaciones petrolíferas sirias han sido dañadas por Estados Unidos. “Sin embargo, el impacto a largo plazo que las actividades militares tienen sobre el ambiente y la población en general sigue en gran medida ignorado y sin atenderse”, termina.
Cómo sucede estos días. Estos días se está hablando mucho de cuotas, nuevas energías, hay cierta oposición a la regulación de la agricultura y producción de carne, se perciben buenas intenciones y muchos puntos de discordia. También resalta el silencio acerca de la militarización como factor indiscutiblemente contribuyente al cambio climático. Qué mal señores, pensaba que esta cumbre era para buscar soluciones y medidas a todas las causas del calentamiento global.