Lo único que alguien puede tener claro sobre Albert Pla (Sabadell, 1966) es el atuendo que escogerá para subirse a un escenario. Pero cuando se deshace de su característico sayo roído, es imposible saber por qué tangente se escurrirá. Puede ser que sus ojos se queden fijos en un lugar al que solo él da trascendencia, mientras su interlocutor espera una respuesta. Casi siempre, precedida de una larga pausa. Quizás estalla en risas o quizás balbucea y empieza a saltar de un tema a otro.
Albert Pla es muchas cosas pero, sobre todo, es impredecible. Tanto en lo que se refiere a su manera de ser como a su arte. Hace años que se le puede ver indistintamente en un escenario o en una pantalla. El artista acaba de volver del festival de cine de San Sebastián, donde ha recogido éxitos por su participación en 'La Mesías', la nueva serie de Los Javis. Tras más de tres décadas haciendo música, tiene una cita importante con las salas de conciertos. Concretamente, con la Apolo de Barcelona.
Después de muchos años, este sábado volverá a dar un concierto con público de pie en la capital catalana. El reencuentro no solo será con sus fans barceloneses, sino también con unos temas que cumplen 25 años: acompañado de la Surprise Band, reeditará su mítico disco 'Veintegenarios en Alburquerque' a ritmo de rumba.
Por qué este disco y no otro es algo que figura en la lista de “12.489 cosas” que Albert Pla no sabe. “Lo decidió la producción; yo lo hubiera hecho sí o sí”, asegura. Lo que sí tiene claro es que quería reeditar una obra conocida. “Se puede cantar para que la gente te escuche o para que te canten. Normalmente prefiero que me escuchen, pero también es divertido que te coreen”, reconoce el cantautor.
Asegura que no se trata de una cuestión de ego. Simplemente, dice, no le apetece “dar más la turra a la gente”. Le canten o no, está claro que Albert Pla se ha ganado un lugar permanente en la cultura popular. Prueba de ello son los fans que le paran por la calle. Sin ir más lejos, en un conocido centro cultural barcelonés, en cuyo bar se realiza esta entrevista, un trabajador -con su tarjeta identificativa al cuello- interrumpe la conversación para tomarse una instantánea con el músico.
Pla cede a la fotografía sin la típica sonrisa que ponen los, en sus palabras, “famosetes”. Mantiene una cara neutra, casi hastiada. “Es que me la suda todo”, repite en diversas ocasiones. “Soy un sociópata, por mí como si destruyen o asfaltan el Everest”, concreta.
Por si no había quedado claro, insiste: “Saldría a la calle a quemarlo todo. Mira Barcelona: sois unos pesados y unos impresentables. Todo el día llorando y no hacéis nada. ¿Por qué no cogéis a aquel o al otro y lo colgáis de los huevos boca abajo?”.
El músico que no podía hablar de música
Aparte de imprevisible, Albert Pla es un provocador. Lo que algunos dirían 'políticamente incorrecto'. La corrección es algo que no va con él, no le preocupa quedar como un excéntrico porque no cree serlo: “Yo soy normal, pero me hacen sentir como el raro de la reunión”. Ve cosas que no funcionan pero que, dice, todo el mundo ha asumido. A él, que se la suda todo, le da igual el rey, España y la represión policial. “No afectan de ninguna manera a mi vida diaria. Pero, como precisamente me la suda todo, no tengo ningún problema en decir lo que pienso de ellos si me preguntan”, asegura.
De ahí nacen todos los titulares en que Albert Pla viene a decir, en diferentes formas dialécticas, que “España es una mierda” y que “el rey es un hijo de puta”. Este papel de ariete contra el Estado nace, según rememora, casi de la mano del procés independentista. “Casi nadie sabía hasta entonces que yo era catalán, pero cuando lo supieron, los periodistas dejaron de preguntarme sobre música. Las entrevistas se endurecieron y me hicieron tomar partido”, explica.
A Pla le repulsan los “famosetes” que opinan de asuntos que sobrepasan las fronteras de su carrera pero, de nuevo, como a él se la suda todo, si le preguntan sobre el 1 de octubre o el juicio del procés, no tiene problema en responder. “Tengo muy claro quién se estaba portando como un asqueroso. Si me cuestionan, no tengo por qué decir que son buena gente”, dice, en referencia a “políticos y policías” españoles. El problema es que se convirtió en un músico a quién dejaron de preguntar sobre música.
Por eso, las entrevistas le generan cierta impresión. Hace cuatro años, en una entrevista para este medio, ya dijo que su principal miedo en ese momento era el titular que encabezaría la entrevista. Hoy lo sigue siendo: “No es que vaya diciendo por ahí que odie al rey, pero sabéis cómo soy. Y muchos periodistas tienden a preguntarme con malicia sobre lo que sea que esté de moda. Me puedo pasar una hora hablando de música para que luego destaquéis que he dicho que Shakira es una cerda”.
Albert Pla y la sombra de la censura
Pla sabe cuál es el precio que debe pagar por hacer la música que hace. “Es lo que pasa cuando tus cosas llegan a un público al que no te diriges. La gente que viene a mis conciertos sabe qué carga de sinceridad, desgana e ironía hay en mis canciones”, dice. El artista ha vivido en su piel la censura en diversas ocasiones y 'Veintegenarios en Alburquerque' tardó tres años en ver la luz a causa del tema 'La dejo o no la dejo', que narraba la historia de un hombre atormentado por su relación con una terrorista. Según la discográfica, les podía costar una acusación de apología del terrorismo.
También ha vivido cómo buscaban cancelar diversos de sus conciertos. Recientemente, el PP de Mataró (Barcelona) intentó desprogramar una de sus actuaciones. A Pla no le molestan las críticas de este estilo que le puedan hacer. “Si un policía o un tío del PP se enfada por una canción, me la suda. No querría que la escuchara. Jódete, yo también tengo que aguantarte a ti. Es más, te entiendo: 'Yo también te censuraría si pudiera'”, relata.
Lo que sí le molesta es que “se hayan hecho con todos los teatros de España”, en referencia a la cantidad de municipios gobernados por PP y Vox, en los que ya se han empezado a ver muestras de censura en la cultura. A todos los nuevos afectados, Pla les dice “bienvenidos al club”. Lo hace con un punto de resignación e ironía: “No he visto muchos artistas quejarse porque Valotònyc se tuviera que ir o cuando encarcelaron a Pablo Hasél. Solo lloran cuando les toca recibir”.
Desde la excentricidad que le caracteriza, Pla se queja de la “falta de crítica” en el panorama cultural español: “Todo es tan azúcar, moñas, normal, inocuo, soso, aburrido...”. Echa de menos canciones y libros contestatarios, con una puesta en escena provocadora, que incomode, que sea capaz de escaparse de la dictadura de “la claqueta”. Pero, ante un panorama de música “calcada”, Albert Pla se conforma con que la gente cree.
Él, de hecho, nunca deja de hacerlo. Su mente imagina nuevas letras e ideas, muchas de ellas irrealizables e imposibles de plasmar. “Quiero músicos virtuales, que no estén en un lugar que no existe”, fantasea. De vez en cuando, Pla se evade de la conversación para imaginar cómo sería un bolo con esos trompetistas hechos de píxeles. Y se le nota.
“Trabajo mucho, pero voy muy tranquilo. No entiendo esa cosa tan catalana de reivindicar tanto el trabajo. Me da mucha rabia que, cuando alguien muere, se diga de él que trabajó hasta el último momento. ¿No hizo nada mejor?”. Pla se muestra crítico con la moralidad del cumplir. Pero, a la vez, reconoce que él será de los que trabaje hasta que “espiche”.
Para él, no existe otro modo de vida que no sea el de la creación. “Siempre tengo una idea delante”, cuenta. Para él la inspiración no es algo místico, es casi fisiológico. Por eso, evita darse aires y se contrapone a esos artistas a los que “les gusta fingir que vienen de un lugar muy lejano y ahora se van a una entrevista muy importante. Yo me quiero ir a casa”.
Ante esa afirmación -quizás una indirecta-, no quedan muchas más opciones que ir terminando. Hoy no le quedan más encuentros con periodistas ni ensayos. ¿Qué hará? ¿Tiene Albert Pla algún hobby?. “No. Mis hobbys son llevar a cabo cosas que se me ocurren”, dice, para dejar paso a una de sus características y largas pausas. Un silencio que rompe con carcajadas infantiles y traviesas. “¡Mira esas cafeteras!”, estalla, apuntando a unas máquinas viejas apiladas en una esquina: “¡Dime que de ahí no puede salir algo bueno!”.