Del Ku Klux Klan a las Pussy Riot: todo lo que esconde el uso de las máscaras
“Hoy en día puedes encontrar máscaras de Anonymous en protestas anticapitalistas, pero también en manifestaciones de extrema derecha o de Jusapol [el sindicato policial]. La máscara no está libre de ser utilizada de maneras contrarias e, incluso, de ser empleada en contextos totalmente opuestos”, afirma Jordi Costa, jefe de exposiciones del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Desde este miércoles, este espacio acoge una muestra dedicada a las máscaras, un recorrido por los diversos usos sociales, políticos y reivindicativos que ha tenido esta singular prenda –aunque también otras que sirven para cubrir el rostro, como los pasamontañas o los antifaces– desde finales del siglo XIX hasta la actualidad.
Al principio de la exposición se presenta una réplica de una máscara neolítica del Museo de Israel datada en el 7000 a.C., que relaciona el empleo de este objeto con el ámbito mágico y de los rituales de comunicación con los muertos. Justo a continuación, un antifaz, un pañuelo, un pasamontañas y una mascarilla FFP2 aparecen como ejemplos de prendas más cotidianas y actuales.
“Aunque pueda parecer lo contrario, esta exposición no es un caso de oportunismo, pues se empezó a gestar en 2019, antes de la pandemia, con la publicación de Algunas cosas oscuras y peligrosas. El libro de la máscara y los enmascarados de Servando Rocha”, asegura Costa. “Pero tampoco podíamos ignorar lo que estábamos viviendo, así que en la última parte de la muestra hemos incluido algunas reflexiones sobre la mascarilla quirúrgica”, añade.
La exposición no es un recorrido ni histórico ni antropológico por el uso de la máscara a lo largo de los siglos, explica Costa, sino una selección de siete ejemplos distintos, bien detallados, del uso de estas caretas.
El primero de esos ejes temáticos es 'El carnaval salvaje' y retrata la evolución de la indumentaria del Ku Klux Klan. El primer grupo supremacista blanco que tuvo este nombre se fundó en Tennessee (EE. UU.) en 1865. “Los sudistas, que acababan de perder la guerra civil estadounidense, no podían soportar que los afroamericanos hubiesen conseguido la carta de ciudadanía y que tuviesen los mismos derechos, a pesar de que como sabemos todavía quedaba mucho por hacer”, dice el jefe de exposiciones del CCCB.
Los primeros atuendos utilizados por Ku Klux Klan eran vestimentas rudimentarias, de inspiración carnavalesca. “Querían crear una doctrina del miedo y asustar a los afroamericanos, que ellos consideraban que eran muy supersticiosos”, dice Costa. “Se vestían como demonios y monstruos y querían hacer ver que los muertos de la guerra civil habían vuelto para pedir justicia y venganza”, añade. En cambio, a partir de la publicación de The Clansman de Thomas Dixon y, en especial, tras el estreno de la película El nacimiento de una nación, se extendió la idea de que el segundo Klan debía adoptar un atuendo homogéneo con un nuevo objetivo: “Demostrar que eran un ejército organizado y un poder invisible”.
En segundo lugar, se hace un itinerario por la historia de varios expertos criminales de múltiples rostros, como el Fantômas, un personaje francés creado por Marcel Allain y Pierre Souvestre; la banda Bonnot que llevó a cabo varios atracos y asesinatos a principios del siglo XX o Eduardo Marcos, un ladrón y estafador mallorquín que se consideraba el Fantômas español. Es también a principios de 1900 cuando surgen las primeras políticas de control sobre el rostro, como la creación de fichas policiales con retrato, y los estudios de antropometría que intentaban demostrar que los rasgos faciales reflejan las tendencias delictivas y criminales.
El mito masónico y las vanguardias artísticas
'El gran fraude' es la historia de Léo Taxil, pseudónimo del escritor francés Marie Joseph Gabriel Antoine Jogand-Pagès, que había sido expulsado de una logia masónica y se había reconvertido al catolicismo gracias a la absolución del papa León XIII. Taxil generó todo un relato e imaginario en torno a la masonería, que la vinculaba con el satanismo, pero que no era cierta. “Podríamos considerarlo precursor de las fake news”, asegura Costa. No obstante, la mentira tuvo tanto éxito que muchas de las características que él planteaba perduraron.
La Primera Guerra Mundial tuvo un gran impacto en el mundo del arte. Las máscaras antigás y los rostros mutilados de los que habían luchado en la guerra inspiraron movimientos artísticos en ese momento rompedores como el dadaísmo y el expresionismo. En el CCCB se pueden ver algunas obras originales creadas para esta exposición, como una pintura de José Lázaro llamada La máscara de Emmy Hennings delante de su espejo. Hennings fue, junto a Hugo Ball, una de las figuras centrales en el nacimiento del dadaísmo y que, según se puede leer en la muestra, “solo ella y Ball vivieron la fuerza transformadora de Dadá hasta las últimas consecuencias”. En la misma sala, se sitúan máscaras de diversas partes del mundo como las que habían inspirado a la artista Hannah Höch a crear una serie de fotomontajes llamados De un museo etnográfico.
Una gran colección de máscaras de luchadores mexicanos e imágenes del documental Caminantes de Fernando León de Aranoa sitúan al visitante en el terreno de la fuerza social sin rostro y de las luchas indígenas. “El pasamontañas del ejército zapatista quería transmitir que bajo el pasamontañas del subcomandante Marcos no había una identidad, era igual saber quién era en realidad, porque lo que había detrás era una comunidad indígena que estaba protestando por su invisibilización en México”, argumenta el jefe de exposiciones del CCCB.
Los movimientos políticos subversivos han utilizado las máscaras para proteger su identidad a lo largo de la historia y ‘La máscara no miente nunca’ presenta algunos de estos casos paradigmáticos: el hacktivista de Anonymous, el movimiento anarquista The Black Mask que ocupó Wall Street e 1967 o 'Reclaim the streets' de recuperación del espacio público en los 90 en Reino Unido. En el siglo XXI han seguido apareciendo ejemplos de activismo enmascarado, como las Pussy Riot, grupo feminista y defensoras de los derechos LGTBI cuyas integrantes fueron acusadas de vandalismo por el gobierno ruso tras llevar a cabo un concierto en la Catedral de Cristo Salvador de Moscú. Su icónica imagen es la de las balaclavas de colores para cubrir sus caras, “aunque ahora todo el mundo conoce su identidad, pero esto no ha hecho que su activismo muera”, sostiene Costa.
En la muestra del CCCB también se encuentra 'Invertidas', las creaciones de May Pulgarín (Tropidelia) que consisten en capuchas coloridas y con muchos adornos que la autora describe como “herramientas de representación de identidades colectivas y símbolo de contracultura respecto al sistema global y patriarcal”. Y también, al final del recorrido, T(ouch)! de Antoni Hervás una instalación artística sobre el miedo y la desconfianza que ha generado el COVID-19 hacia el contacto físico entre personas.
Así pues, ‘La máscara no miente nunca’ acaba con una gran mascarilla-hamaca, reflexiona sobre las semejanzas entre la pandemia actual con las epidemias de siglos anteriores y pone de manifiesto la inversión de roles que se ha producido a causa del coronavirus. “Sin querer frivolizar, podemos decir que vivimos una especie de meta-carnaval, donde la máscara ha dejado de ser un elemento de secretismo y clandestinidad para convertirse en la cotidianidad y en objeto identificativo de una comunidad que se reconoce vulnerable y solidaria”, sentencia Costa.
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