Este blog pretende servir de punto de encuentro entre el periodismo y los viajes. Diario de Viajes intenta enriquecer la visión del mundo a través de los periodistas que lo recorren y que trazan un relato vivo de gentes y territorios, alejado de los convencionalismos. El viaje como oportunidad, sensación y experiencia enlaza con la curiosidad y la voluntad de comprender y narrar la realidad innatas al periodismo.
Menorca, la isla de las dos caras
Santiago Segura la eligió para rodar algunas escenas de la quinta entrega de la delirante saga Torrente. Una marca de cerveza japonesa, para promocionar su gama 0,0. Grandes nombres de la cosmética internacional, para presentar al mundo alguno de sus productos estrella.
Menorca, con sus espectaculares parajes y sus fabulosas playas, es un codiciado plató natural y el refugio predilecto de los famosos que copan las portadas de Hola, pero también de los mundanos viajeros que buscan la admirada belleza balear a ritmos más pausados.
Frente a la más popular Mallorca y a la marchosa Ibiza, Menorca, la más oriental y septentrional de las Islas Baleares, se vende aún con cierto toque de exclusividad. Ni aparece en los catálogos turísticos low cost ni asegura fiesta siete días a la semana. Sus encantos son otros.
Por ejemplo, los muchos y muy variados arenales que cincelan su contorno, pequeñas calas paradisíacas en el sur, playas de arena oscura en el accidentado norte.
El perfil casi caribeño de Macarella, Macarelleta y Cala Turqueta, en el sur de la isla, con sus aguas turquesa y su arena blanca, tiene poco que ver con el de su vecina Binigaus, de aguas más agitadas y calitas de roca rojiza, y menos aún con el de la extensa Algaiarens, un plato rodeado de dunas y pinos que, en el norte, recuerda más al Cantábrico.
Llegar a cualquiera de estas playas desde la bella Ciutadella no implica grandes diferencias de distancia. La elección depende, siguiendo el consejo de los lugareños, del tiempo.
“Miren de qué lado sopla el viento para decidir a qué parte de la isla ir. Si sopla Tramontana, vayan al sur y si sopla Migjorn, al norte”, aconsejan los vecinos.
Es la normal general. No garantiza el acierto al cien por cien, pero suele funcionar. La Tramontana, el frío viento que inspiró a Josep Pla y a Salvador Dalí entre otros artistas, sopla del norte y por eso invita a dirigirse a las playas del sur. Quedarse en una de ellas cuando el que empuja es el Migjorn es, además de una misión casi imposible, de lo más desagradable. La arena se torna fiera y no hay manera de disfrutar del verde paisaje que rodea las cristalinas aguas.
En tal caso, es mejor contemplar los hipnóticos azules de Cala Turqueta, Macarella y Macarelleta desde los cerros que las rodean y echarse a andar por los caminos que unen estos tres parajes únicos, a los que también se accede a pie en su tramo final porque la profusa vegetación obliga a dejar los vehículos a una prudencial distancia.
Se necesita, eso sí, ir provisto de agua y comida, pues apenas existe un chiringuito en la Macarella, suele estar lleno y tampoco le hace ningún favor al paisaje, prácticamente virgen por lo demás.
Es, sin embargo, el sur la zona más popular de la isla y la más frecuentada por los turistas, que se arremolinan en los hoteles y apartamentos que rodean Faro de Artrutx, Cala en Bosch, Son Xoriguer, Cala Galdana, Santo Tomás y Cala en Porter, las áreas más construidas.
Alojarse en Ciutadella, la ciudad más poblada de la isla por delante de Maó, la capital, permite disfrutar de su cuidadísimo casco antiguo, una pequeña zona semiamurallada y semipeatonal sobre cuyos caseríos y construcciones medievales en piedra se alza la bella Catedral de Santa María.
El puerto de Ciutadella combina restaurantes de lujo con los que hacen de la comida insípida e insustancial su gran negocio. Entre unos y otros, el Tritón es una decente opción para probar las “pilotes amb tomatigat” (albóndigas con salsa de tomate) y la sepia con salsa, dos tapas típicas de la zona, mucho más ricas en cualquier bar de carretera de cualquier pueblo menos visitado como Sant Lluís.
Para comer bien y a buen precio en Ciutadella hay que hacer lo que en cualquier sitio: preguntar a los lugareños. O, en su defecto, acercarse a la zona del mercado, que es de lo más coqueto, y hacer parada en el Ulisses, bajo los soportales: cocina moderna con productos típicos de la tierra, asequible para la mayoría de presupuestos.
Pero si uno quiere fiesta, tendrá que regresar al puerto de Ciutadella a buscarla. Allí se concentran la mayoría de discotecas y bares musicales de la ciudad, aunque haya que esperar a julio y agosto para verlos en pleno apogeo.
Menorca, una isla cara para la mayoría de bolsillos jóvenes, nunca atrajo a los más juerguistas.
Sí, en cambio, a los amantes de las caminatas y de los caballos, que encuentran aquí su paraíso. La leyenda cuenta que era a caballo cómo los isleños vigilaban y defendían su tierra allá por el siglo XIV. Lo hacían a través del “Camí de Cavall”, un camino de costa que rodea toda la isla y que hoy se utiliza básicamente para excursiones organizadas.
Los ciclistas, que cuentan con pocas ciclovías, se aventuran también por algunos tramos y, cuando no, sudan la gota gorda por las estrechas y sinuosas carreteras comarcales que unen unos pueblos con otros.
Menorca se ha abierto a la circulación rodada a través de una única autovía, que parte la isla por la mitad en sentido horizontal y une Maó, en el este, con Ciutadella, en el oeste. De ella salen las ramificaciones que permiten llegar, por ejemplo, a la playas del norte, habitualmente menos concurridas.
De arena y aguas más oscuras, las calas norteñas también tienen sus atractivos. Suelen ser más extensas que sus vecinas del sur, que se masifican enseguida, y su paisaje acostumbra a ser más singular.
Binimel.là, por ejemplo, sirve de patio de recreo a un grupo de ocas que se refugian en los aledaños y, varias veces al día, salen a pavonearse entre los bañistas que toman el sol.
A poco más de un kilómetro a pie, entre un paisaje rocoso y un tanto árido, Cala Pregonda sorprende por su arena dorada y por los acantilados y pequeños islotes que la protegen. Sus aguas, más claras, son ideales para bucear.
Siguiendo la costa norte, hacia el oeste, la Cala de Algaiarens es de lo mejor para nadar –una vez sorteadas las rocas que entorpecen la entrada al agua en algunas zonas- y, si uno lo prefiere, también para caminar por el monte desde el que se observa perfectamente la playa con sus dunas.
Tirando hacia el este, la geografía se accidenta, los cabos se suceden y los faros se presentan como otro de los grandes atractivos de la zona. El de Cavalleria, en el cabo que lleva el mismo nombre, empezó a funcionar en 1857 y es el más antiguo de Menorca.
Aparece al final de una carretera estrecha y con socavones, como surgiendo de la nada, se puede visitar y es un lugar privilegiado para ver cómo el sol se acuesta y cómo se levanta, antes que en ningún otro punto de las Baleares o de la Península.
Cruzando toda Menorca, de norte a sur, en un punto casi diametralmente opuesto al Faro de Cavalleria, la Cova d’en Xoroi también es un excelente mirador para contemplar los atardeceres tomando una copa.
Situada en un acantilado de la Cala en Porter, la cueva ha acondicionado sus recovecos con barras de bar, mesas y bancos de madera, y sus terrazas naturales con decoración chill-out.
Durante el día, es un elegante lugar de copas cuya entrada cuesta unos nueve euros e incluye una consumición. A partir de este mes de octubre no vayan antes de las tres de la tarde porque no la encontrarán abierta. Pasadas las once, la cueva se convierte en una de las discotecas más frecuentadas de la isla.
Mucho menos conocida pero acaso más interesante es Lithica, una cantera de marés que, desde que dejó de funcionar como tal en 1994, se convirtió en una suerte de refugio cultural por iniciativa de una escultora.
Durante el verano, entre las enormes paredes verticales de impresionante acústica se celebran conciertos. Pero incluso cuando no los hay, perderse en el laberinto y por los jardines colindantes que han recuperado especies endémicas de la isla es una maravilla que nadie debería obviar.
Lithica, a tan sólo un kilómetro de distancia de Ciutadella, es sólo uno de los monumentos pétreos de Menorca. La isla es riquísima en construcciones megalíticas que se remontan a la Edad de Bronce. El conjunto talayótico de Trepuco –a dos kilómetros de Maó–, el poblado prehistórico de Son Catlar y el de Talatí sobresalen entre los muchos talayotes que se conservan en la isla, que ha hecho de la piedra una de sus señas de identidad.
Vueling ofrece vuelos diarios de Barcelona a Menorca.
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