Este blog pretende servir de punto de encuentro entre el periodismo y los viajes. Diario de Viajes intenta enriquecer la visión del mundo a través de los periodistas que lo recorren y que trazan un relato vivo de gentes y territorios, alejado de los convencionalismos. El viaje como oportunidad, sensación y experiencia enlaza con la curiosidad y la voluntad de comprender y narrar la realidad innatas al periodismo.
El 'risorgimento' de Turín
Turín es de aquellas ciudades que enseguida notas que un día fue capital de Estado. Transmite esa atmósfera que sólo tienen los centros históricos donde abundan los palacios reales y señoriales, donde uno tras otro se suceden los edificios administrativos, eclesiásticos, universitarios y militares, y donde las plazas son generosas y las calles anchas.
No hay duda de que lo más interesante de Turín se encuentra en las calles de este centro histórico, cuyo perímetro es tan extenso que hace falta un fin de semana largo para patearlo a fondo. Casi todo en él corresponde a los siglos XVII a XIX. Predominan, pues, el barroco y el neoclásico.
Una de las gracias de la capital del Piamonte es que estas calles son mayoritariamente porticadas (¡18 kilómetros de pórticos!), o sea que el paseo puede ser agradable y tranquilo, y eso no es incompatible con el característico caos circulatorio de la mayor parte de ciudades italianas, del que Turín no se escapa.
Hay algunas calles peatonales, como las comerciales Vía Roma y Vía Garibaldi, pero en general el coche particular es el dueño del espacio público. También hay alguna zona de calles más estrechas, como el llamado cuadrilátero romano, más por tratarse del lugar donde se levantaba la antigua ciudad romana como por que queden muchos vestigios de aquellos tiempos. La Puerta Palatina, un trozo de muralla y poco más.
El corazón de Turín es la Piazza Castello, dicha así porque en medio hay un enorme castillo que visto por delante parece un palacio de cuento de hadas y por detrás una prisión... de cuento de hadas. En la plaza está también el Palacio Real, durante años sede de la dinastía de los Saboya, y la Catedral, que pasaría desapercibida si no fuera porque aloja lo que se supone que es la Sábana Santa.
Desde la Piazza Castello por la Vía Roma se llega en cuatro pasos a la Piazza San Carlo, posiblemente la más bonita y donde se encuentran los cafés más típicos de Turín –frecuentados mucho más por turineses que por guiris, por cierto–, mientras que tomando la Vía Po se llega en unos pasos más a la enorme Piazza Vittorio Veneto, donde queda clara la supremacía del coche y al final de la cual se encuentra el cauce del río Po.
Al otro lado del río vale la pena subir hasta el monte de los capuchinos, desde donde se puede disfrutar de una hermosa vista de la ciudad, sólo superada por la de la torre Antonelliana, el edificio más icónico de Turín. Allí las vistas son preciosas, pero en este caso la subida en ascensor tiene un precio.
Hay dos museos en Turín que, por el énfasis que ponen las guías de viajes, sobresalen por encima de toda la oferta cultural de la ciudad y que, por tanto, son considerados de visita imprescindible. Y uno nunca lo diría, ya que, a primera vista, un foráneo como servidor asocia Turín con la Fiat y la Juventus, pero no con el séptimo arte ni con el Antiguo Egipto. Pero las guías no se equivocan.
El Museo Egipcio, con 30.000 piezas, es uno de los más importantes del mundo y también uno de los primeros museos dedicados a la civilización de los faraones que hubo en Occidente. Muy recomendable reservar entrada con antelación porque las colas son eternas. Y el Museo del Cine, situado precisamente en la Torre (o Mole) Antonelliana, es un equipamiento diseñado con muchísima gracia para saborear con los cinco sentidos los grandes hitos de la gran pantalla de todos los tiempos. Escenas míticas, decorados de tamaño real, efectos especiales..., ideal para amantes del cine con niños.
Curiosamente, el Museo del Risorgimento tiene muy poca notoriedad en las guías. Alguna ni lo menciona. Y digo curiosamente porque, si bien es cierto que el museo en sí se ve algo destartalado –y eso que recientemente se ha puesto un poco al día, con la incorporación de audiovisuales y otros recursos tecnológicos–, aún es el mejor vehículo para viajar en el tiempo a la unificación italiana (1859-70), uno de los periodos más apasionantes de la Europa del siglo XIX.
La unión del mosaico de realidades políticas que coexistían en la península itálica a mediados del XIX se ejecuta desde el Reino de Cerdeña-Piamonte, un territorio históricamente gobernado por la casa Saboya, a excepción de los diversos períodos en que estuvo bajo dominio francés o español.
A raíz de las revoluciones de 1848 que sacuden media Europa, el pequeño reino italiano había abrazado el liberalismo, es decir, el parlamentarismo, y la nueva clase política bebía de la influencia del movimiento de la Joven Italia fundado años atrás por Giuseppe Mazzini, que con los piamonteses Conde de Cavour (primer ministro) y Giuseppe Garibaldi (general) forman la triada de héroes de la unificación italiana.
Turín era la capital de aquel agitado reino y lo siguió siendo del nuevo Reino de Italia, hasta que muy pronto la capital fue trasladada a Florencia y posteriormente a Roma. O sea que el esplendor que percibimos en las calles del centro histórico de Turín se corresponde básicamente con el período histórico que abarca este museo. Está situado en el Palacio Carignano, y entre otras estancias aloja la llamada Cámara de Diputados Subalpina, el primer parlamento que hubo en Italia y según dicen la más antigua cámara de representantes que se conserva en el mundo (funcionó entre 1848 y 1860).
Los italianos siempre se han visto reflejados en su glorioso pasado romano, cosa por otra parte bastante lógica. El Renacimiento es un retorno artístico al clasicismo, con epicentro en Florencia; el Risorgimento, un retorno a la idea de un solo Estado para una sola nación, con epicentro en Turín; y el fascismo mussoliniano, un delirante intento de retorno al viejo imperio, con epicentro en Roma. El romántico Risorgimento fue paralelo a la industrialización del país, que también tuvo en Turín uno de sus principales polos de crecimiento, en especial a partir de la fundación, en 1899, de la Fabbrica Italiana Automobili Torino (Fiat). Desde entonces, y durante todo el siglo XX, a pesar de guerras y dictaduras, la prosperidad de Turín ha ido ligada a la industria del motor.
El año pasado, y fruto de su fusión con Chrysler y del deceso unos años antes del patriarca Gianni Agnelli, Fiat anunció que se iba de Italia, noticia que dejó en estado de shock a todo el país y con más motivo aún a la capital del Piamonte. Los efectos son todavía palpables: por ejemplo, no muy lejos del centro histórico se ven unos enormes inmuebles y solares abandonados que antes había ocupado el grupo automovilístico, mientras todo a su alrededor transpira un aire dejado y decadente.
El golpe fue duro, pero ésta es tierra de resurgimientos, y con la promoción de sus encantos turísticos, los turineses ya se han puesto manos a la obra.
Vueling ofrece vuelos diarios desde Barcelona a Turín.
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