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El escritor y profesor Juan Urbano se convierte en una víctima más de la crisis económica. Sin trabajo y con hipoteca, se encuentra al borde de la pobreza y la marginación cuando recibe una tentadora propuesta: escribir una biografía novelada de Martín Duque, un empresario corrupto recién salido de la cárcel, que encarna la España de la burbuja inmobiliaria. El escritor deberá afrontar el dilema de ser coherente con sus principios o aceptar la turbia oferta. Intentará posponer la elección y conciliar la contradicción. Pero no le será posible, y se verá envuelto en una compleja intriga.
Esta es la tercera novela de Benjamín Prado protagonizada por Juan Urbano, profesor de instituto, escritor y detective aficionado. En Mala gente que camina (2007) trataba uno de los aspectos más sórdidos de la posguerra española: el secuestro de hijos de las presas republicanas. Y en Operación Gladio (2011) buceaba en las alcantarillas de la transición democrática, allí donde los servicios secretos organizaban ciertas operaciones desestabilizadoras.
Ajuste de cuentas está situada aquí y ahora. Los temas tratados parecen salidos de los titulares de los medios: crisis económica, paro, corrupción, boom del ladrillo, inmigración, tiburones financieros, etc. Esta opción tiene indudables ventajas, pero también notorios riesgos.
Por un lado, los personajes y los sucesos vienen ya dados por la realidad, y eso favorece la implicación de los lectores, que fácilmente pueden reconocer y reconocerse en los personajes. Pero, por otro, la ficción literaria puede quedar reducida a una especie de periodismo de investigación. Veamos cómo ha afrontado Benjamín Prado estos retos literarios.
El protagonista, Juan Urbano, actúa como narrador en primera persona, y cumple bien la función de encarnar las penalidades de las empobrecidas y estafadas clases medias. Está en paro, tiene que pagar una hipoteca desorbitada, vive la angustia de ver cómo se van cerrando las fuentes de ingresos que hasta entonces le habían permitido vivir como escritor profesional y autónomo. Esta inestabilidad económica, sumada a la inestabilidad sentimental, va minando su autoestima.
Juan Urbano es, pues, un personaje bien trazado y consistente, representativo de la España derrotada por la crisis. Como habla en primera persona, nos identificamos fácilmente con él, con sus inseguridades y sus dilemas. También le damos la razón cuando discursea contra las injusticias sociales. Pero, desde que decide aceptar el tentador encargo de escribir la biografía novelada de Martín Duque, va cediendo protagonismo a favor del magnate, al que vamos conociendo a través de los capítulos de la novela que está escribiendo Juan. Conviene precisar que no escribe su novela al dictado del millonario, sino que se basa en su propia labor de documentación, que maneja e interpreta con aparente libertad.
Aquí tenemos ya un primer problema: no se entiende muy bien por qué un millonario sin aficiones culturales tiene tanto interés en que un novelista escriba una novela basada en su vida, y además sin imponerle que lo mencione directamente ni que la obra tenga un propósito apologético. Al parecer, Duque quiere que el libro sirva para contrarrestar los ataques de que ha sido objeto. Pero, aunque es cierto que en la vida real algunos de esos magnates han publicado libros para alimentar su egolatría, ninguno de ellos ha confiado sus campañas de imagen a un escritor, sino a las agencias y consultorías que están especializadas en eso. Menos aún se entiende que Duque envíe a su secretaria y al escritor a Hong Kong, para que recuperen una suma importante de dinero, oculta en bancos especializados en reciclar dinero negro. Estas operaciones no se hacen presentándose de pronto en las oficinas de los bancos y, desde luego, no se encomiendan a un desconocido que nada sabe de las serpientes que se esconden en los paraísos fiscales.
Tampoco parece muy sólido el personaje de Isabel Escandón, la secretaria de Martín Duque, que actúa como enlace entre el escritor y el millonario. Pretende dárselas de mujer fatal, de personaje típico de la novela negra o del cine policial clásico. Pero a Isabel no le sobran las dosis de seducción y de maldad, de ingenuidad y de astucia que caracterizan a sus modelos. El hecho de que la traición amorosa que sufre Juan no sea obra de Isabel, sino de Natalia, su novia, divide el papel de mujer fatal en dos, pero el resultado no son dos mujeres fatales, sino dos mujeres un poco fatales.
Juan Urbano, y con él los lectores, va conociendo a Martín Duque a través de los datos que utiliza para su biografía novelada y de las informaciones que le va transmitiendo Isabel. El millonario Duque se va configurando como una especie de personaje mítico, con rasgos tomados de la abundante fauna de magnates-mangantes reales (Mario Conde, Ruiz Mateos, Bárcenas…) y otros inspirados en personajes literarios (Montecristo, Gatsby…).
De su vida, resulta especialmente interesante la relación de amistad y de rivalidad que mantiene con Pablo Violeta. Pablo, hijo de unos guardeses de los Duque, fue amigo de la infancia de Martín. Gracias a su inteligencia y a su esfuerzo, fue progresando en los estudios y en los negocios, llegando a crear una empresa de cementos bastante importante. Martín, insaciable, no parará hasta absorber la empresa de Pablo en su gran grupo inmobiliario y financiero. Hay aquí una línea narrativa que hubiera podido dar mucho juego: la confrontación entre un tiburón de los negocios y un honrado empresario salido de la nada. Además, detrás de esta rivalidad empresarial existen envidias y amistades traicionadas. Es verdad que en Ajuste de cuentas ese conflicto estallará de manera violenta, pero queda reducido a una intriga secundaria, que no veremos en directo, sino de oídas, como cuando en el teatro clásico narraban, pero no mostraban escenas violentas.
Todos estos desajustes parciales acaban erosionando el desenlace. Cuando, finalmente, vemos en directo al odioso Martín Duque en su propia mansión, rodeado de lujos y guardaespaldas, su aureola mítica se va desvaneciendo con cada una de sus palabras y cada uno de sus gestos, hasta quedar reducido a un personaje anodino, sin personalidad. El malvado, que no ha dudado a la hora de ordenar que asesinen a sus rivales, parece que no lo es tanto. Deja marchar al escritor detective sin problemas, sabiendo que va a denunciarle. Así ocurre, y en unos días todo queda solucionado: Juan denuncia los hechos en los medios de comunicación, la policía y los jueces actúan con toda celeridad y eficiencia, de manera que el magnate y su secretaria pronto serán juzgados en la Audiencia Nacional. Un final feliz, más o menos como los que vemos cada día en los telenoticias.
Si el argumento de Ajuste de cuentas adolece de serias limitaciones, el estilo y el lenguaje a menudo resultan poco adecuados para una novela negra. Al narrador le gustan demasiado las digresiones destinadas a demostrar su erudición. Por ejemplo, cuando pasea y recuerda una tienda de barrio, hoy sustituida por una hamburguesería, se pone a pensar que “sus escaparates tenían mucho en común con las lápidas del cementerio simbólico que se inventó el poeta Edgar Lee Masters en su famosa Antología de Spoon River, donde se cuenta la historia que esconde cada una de las tumbas del camposanto de una pequeña ciudad que, igual que las nuestras, se hizo grande a costa de destruirse a sí misma. En el libro, los poderosos empresarios del ferrocarril…” etc., etc. (p. 142).
Algo parecido ocurre con los diálogos, que en la novela negra clásica son un ingrediente fundamental: cortos, directos, afilados, ingeniosos. Por eso quedan poco naturales los diálogos largos, retóricos, llenos de citas literarias y datos enciclopédicos. Por ejemplo, en medio de una conversación entre Juan Urbano y su madre, Juan suelta una ristra de cifras de población inmigrante (“un millón de rumanos, más de ochocientos mil marroquíes, cuatrocientos y pico mil ingleses…”) y luego recita unos versos del poeta rumano Stanescu, que añora a los que mueren lejos de su patria. Su madre no se queda corta, y saca del bolso un artículo con detalladas informaciones sobre inversiones chinas en África, destinadas a explotar materias primas: carbón y platino en Zimbawe, petróleo en Sudán y en Angola, hierro en Sudáfrica, cobalto en el Congo, etc. (pp. 140-141).
Ajuste de cuentas es un meritorio primer intento de novelar la oscura realidad de la crisis en España. Pero el tema da para nuevos y mayores proyectos novelísticos, que den vida literaria a los duros dramas humanos que se esconden detrás de las estadísticas.
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