El Centre d'Estudis d'Opinió ha introducido recientemente algunas nuevas preguntas en su cuestionario que resultan tan jugosas como útiles para pulsar la opinión política de los catalanes. Una de las que llamó más la atención en su último barómetro arrojaba como resultado que, para los votantes del PSC, el segundo partido con más probabilidades de obtener su voto era ERC. Y viceversa: para los votantes de ERC, la segunda opción era el PSC.
Esa respuesta no desentona con el acuerdo alcanzado este miércoles para aprobar los presupuestos de la Generalitat para 2023, pero en la práctica es una fotografía difícil de ver entre dos grandes partidos que se disputan un porcentaje de voto tan importante y que luchan por la hegemonía. La combinación de ambas cuestiones, el pacto y la competición, dibuja la relación paradójica entre los partidos que comandan Oriol Junqueras y Salvador Illa: a la vez amigos y enemigos, o unas veces una cosa y otras lo contrario. Aliados por conveniencia, rivales por convicción.
ERC y PSC se disputan ahora la carrera por convertirse en el primer partido catalán. En un Parlament con siete grupos políticos, ellos dos solos suman la mitad de los diputados y además, uno u otro vienen ganando todas las elecciones que se han producido en Catalunya desde 2017, solo con la excepción de las europeas de 2019, que se llevó Carles Puigdemont. Socialistas y republicanos son enemigos acérrimos en los comicios generales y en los autonómicos, y también quedan muy igualados en las municipales, donde se disputan las alcaldías de algunas de las principales ciudades catalanas.
Durante buena parte del procés ERC y PSC miraron cada uno hacia un lado del espectro nacional para buscar votos. Los republicanos trataron de pescar en el caladero de votantes desencantados de Convergència y siguieron haciéndolo cuando buena parte del independentismo buscó un partido capaz de pactar en Madrid. Los socialistas, por su parte, intentaron sin disimulo comerse a un Ciudadanos que había llegado a tener 36 diputados pero que se desangraba por el pinchazo de la inflamación independentista.
En los últimos años, mientras se hacía patente que la inercia del procés ya no daba más de sí, PSC y ERC han puesto el ojo en el espacio electoral del otro, y ambos han tratado de buscar el llamado “votante de frontera”, es decir, un elector que se mueve entre opciones que ve cercanas.
Así se explica el intento de marcar perfil izquierdista y dialogante de ERC en Madrid, cuyo máximo exponente es Gabriel Rufián. Pero el Gobierno también sabe que atraer a votantes del espacio soberanista es clave, y los indultos, la reforma del Código Penal o toda la llamada “agenda del reencuentro” no se hubiera producido si los socialistas no tuvieran interés en verse atractivos ante el votante catalán que está en la bisagra.
Tal como se ve, en lo que respecta a las pugnas electorales, socialistas y republicanos son estrechos rivales. Pero, pasada la batalla de las urnas, los dos partidos suelen acabar siendo socios con frecuencia, tanto en Madrid como en Barcelona, y también en algunos ayuntamientos. En los últimos tres años, desde la investidura de Pedro Sánchez que ERC facilitó a cambio de iniciar una negociación bilateral a través de la llamada mesa de diálogo, el entendimiento ha ido a más. Por lo que respecta a los Presupuestos Generales del Estado, ERC se ha convertido en un socio prácticamente fijo.
Las cosas son más indirectas en el Ayuntamiento de Barcelona, donde Ada Colau gobierna en coalición con los socialistas. ERC no apoyó aquella investidura, ya que su candidato, Ernest Maragall, había ganado las elecciones y la alcaldesa debió apoyarse en Manuel Valls. Pero, tras eso, las relaciones entre los tres grupos han funcionado suficientemente bien para que los republicanos hayan acabado apoyando los presupuestos un año tras otro.
El esquema de la capital no se repite en otras ciudades importantes catalanas, donde PSC y ERC se sientan frente a frente, uno como gobierno y otro como oposición. Así ocurre por ejemplo en L'Hospitalet, en Sabadell, en Lleida o en Tarragona, entre otras. Y, por supuesto, en la Diputación de Barcelona, donde el PSC prefirió echar mano de Junts para obtener la presidencia de la institución.
Pero seguramente el terreno en el que los enfrentamientos han sido más notorios es en el ámbito de la Generalitat de Catalunya. En las pasadas elecciones de febrero de 2021 fue el PSC quien logró superar por unos 50.000 votos a ERC. Sin embargo, Pere Aragonès consiguió atar un acuerdo con el conjunto de los independentistas para ser investido, pacto que sin embargo saltó por los aires un año después, con la salida de Junts del Govern.
Hasta el momento, los socialistas había hecho oposición a Aragonès, aunque desde el verano se ofrecen como aliados para las cuentas. Finalmente, el acuerdo alcanzado revierte las malas relaciones que ambos partidos han tenido hasta el momento y, de paso, consolida la tendencia pactista entre ambos de otras latitudes. La política de bloques se ha acabado rompiendo también en el Parlament de Catalunya y, pese a que ambas partes insisten en que no es un acuerdo de legislatura, el entendimiento de esta semana abre la vía para posibles pactos estables en el futuro.
Y en cambio, nada de eso evitará que ERC y PSC sigan siendo rivales electorales, quizás incluso más cuanto más acercan posturas. En las elecciones del próximo mayo republicanos y socialistas se disputarán algunas de las alcaldías de más peso, como Tarragona, Lleida, Sabadell o Mataró, además del premio simbólico de ser el partido más votado. En 2019, ERC se llevó ese trofeo por 50.000 votos, prácticamente los mismos con los que dos años después los socialistas ganaron las autonómicas. Un escenario que permite presagiar que, pese a los pactos, ambos partidos se declararán la guerra en la campaña.