Los jóvenes de la barriada quieren vivir del 'drill', un nuevo rap más violento con millones de visitas en redes
No face, no case. Sin rostro, no hay caso o, vamos, que si vas a delinquir, no enseñes la cara. Es una expresión en inglés típica e icónica entre delincuentes y ahora también en las canciones de drill, un subgénero del rap más duro y con violencia explícita en sus letras. Nacido en Chicago allá por 2010, aunque es ya un fenómeno de masas en varios países, nunca recibió tanta atención de la prensa generalista como en 2018, cuando la policía prohibió muchas de sus canciones durante su eclosión en Londres, al vincularlas con la mayor oleada de violencia urbana de la última década, tal y como recogieron Forbes y The Independent.
En España, el drill –más explícitamente violento que el trap, pero también con algunas diferencias de ritmo y mayormente sin autotune en la voz– es un género de moda, está en pleno auge y es el primer boom cultural de la historia del país que no es mayoritariamente blanco. Centenares de jóvenes de las barriadas o los bloques, como prefieren llamarlo, cuelgan a diario nuevos videoclips en Youtube con la esperanza de que las reproducciones de sus canciones y vídeos les saquen de la precariedad de los curros temporales. La mayoría son hijos de dominicanos, marroquíes, subsaharianos. El hashtag #spanishdrill en Youtube te lleva a un universo de 6.400 vídeos y 3.100 canales. Los streamings se cuentan por millones.
Algunos consiguen estar pegaos (tener éxito) cuando empiezan a acumular millones de escuchas en sus canciones de inspiración gangster, mientras que otros, a veces tan talentosos como los que triunfan, siguen intentando subir unos números que no les permiten ver ni un euro.
“Desde pequeño me cuesta dormir, pero con esto de las escuchas aún más. Sacas un tema y estás pendiente de a ver si vas a llegar, de si va a ser suficiente. Ahora que me va mejor me pasa menos, pero hace un año era bastante sufrido”. Quien lo cuenta es El Bobe, que ahora se saca unos 2.000 o 3.000 euros al mes con sus canciones –sólo con las reproducciones, ahora no hay conciertos– y se puede dedicar a la música. Tiene 366.000 oyentes mensuales en Spotify y sus canciones más escuchadas superan los dos millones de escuchas, cifras parecidas a las de Youtube, donde tiene algo más que 60.000 suscriptores. Aunque sólo tiene 19 años, su camino no ha sido fácil. Sacó su primer tema, Range Rover, con solo 15 años, en 2017, entonces más cercano al trap. Después de un parón de un año por depresión y problemas personales, reapareció con fuerza con un género que empezaron a escuchar los colegas con los que se juntaba en el barrio del Raval. Hijo de un autónomo y una secretaria de Barcelona, puede no ser el perfil más empobrecido de los músicos, pero conoce las calles desde pequeño.
Ghetto Boy, que durante la entrevista comparte con Bobe un sofá de la agencia Montebello, que les lleva a ambos la representación y los conciertos, tiene números más humildes a sus 23 años. Hijo de un jardinero y de una trabajadora de la limpieza senegaleses, forma parte de la generación de hijos de migrantes a los que siguen pidiendo el DNI o los papeles aunque sea nacido y criado en Sant Celoni, como un vecino suyo ingeniero al que la policía le dijo que él no se podía pagar el traje que llevaba.“Como dice una canción de Kerry James: ¿Qué pensaban, que cuando llegáramos íbamos a mutar en blancos”, lanza. Y también es de la generación de los que no tienen para pagar la entrada del alquiler y siguen viviendo con los padres.
Su canción más escuchada en Spotify es la que firmó junto al Bobe. Es Fat Fat, con poco más de un millón de escuchas, grabada en noviembre de 2019 y una de las primeras canciones de drill en español. Hacía poco que Morad había sacado su primer tema: Pablo Escobar. Hoy, el joven de L'Hospitalet es la superestrella del drill que arrasa entre los altavoces de los chicos callejeros y acumula 29 millones de visualizaciones en su canción más escuchada, Yo no voy. Pocos meses antes que él había irrumpido El Patrón 970, un madrileño hijo de guineanos que reivindica ser el primer autor de una canción de drill en español, aunque tiene su trampa: vivía en Londres, donde el género ya estaba petando en las periferias.
Morad, hijo de marroquíes, es el Messi del drill. Aunque es más trovador de barrio que activista, de vez en cuando apunta a la extrema derecha con letras como “tu padre facha me llamaría mena, yo pago los impuestos por lo menos”. Su amigo y vecino Beny Jr. sería Iniesta, y muchos adolescentes de su barrio de la Florida, en L'Hospitalet (que sería el Barça), y de casi todos los barrios periféricos de España, son la cantera que intenta sacar la cabeza. Ghetto Boy y El Bobe son la clase media. En el caso de Ghetto, alterna su trabajo como mozo de almacén por las mañanas con unos temas que le dan para sacarse unos 300 euros. “A veces me pregunto si vale la pena estar ahí tan pendiente y tanto esfuerzo por 300 euros. Pero lo llevo dentro. A los más jóvenes les recomiendo que tengan paciencia, que intenten tener un trabajo porque si empiezas en esto sin poderte pagar el estudio de grabación o los videoclips, vas mal”, reflexiona.
Más reproducciones que las bandas de moda
Aunque el impulso creativo de contar historias a través de la música sea algo universal, el objetivo de un chico de barrio que saca canciones suele estar más ligado a la necesidad de encontrar una alternativa a su precariedad que cuando lo hacen los grupos de rock de jóvenes blancos, a menudo surgidos del ocio de unos amigos que asumen que no tienen por qué ver dinero de aquello. A nivel de escuchas y en relación al impacto mediático, contrasta que grupos tan consolidados de la escena indie como Mujeres o Nueva Vulcano, con más de diez años de carrera, no se acerquen al Bobe en escuchas totales y mucho menos en mensuales. Carolina Durante, seguramente la banda de rock alternativa más de moda, tiene diez veces menos reproducciones mensuales en Spotify que Morad. Leiva, el roquero más mainstream, tiene un millón de escuchas menos que el rapero de L'Hospitalet.
El libro Ballad of the bullett, de Forrest Stuart, publicado el pasado año y que no se ha traducido al español, retrata la escena del drill en Chicago después de que el escritor pasara meses investigando y pasando tardes con algunos de los chicos. Muchas de las cosas que dice son del todo aplicables a lo que uno percibe en las barriadas y canciones españolas. “El drill es fruto de la convergencia entre la economía digital y la pobreza urbana”, resume en un fragmento. Hablar del drill es hablar de una industria, de una economía digital muy lejos de los hubs tecnológicos del 22@ de Barcelona o de los centenares de másters de transformación digital que emergen. Una industria, eso sí, en la que para monetizar las reproducciones hay que tener millones de visitas, porque quienes se llevan la mayor parte del pastel son las plataformas.
Mientras miles de personas se preguntan en este momento cómo tener impacto en las redes, ellos lo han descubierto sin asistir a congresos profesionales: cantando sobre violencia, crímenes, amigos en la cárcel, acoso policial. “Si hago una canción más tranquila no la escucha la gente, y si hablo de violencia tiene más streams”, dice Ghetto. Aunque los niveles de violencia del drill español no llegan a los del inglés y el norteamericano, en muchos casos la frontera entre la verdad, la exageración y la pura lírica son confusas. Y, en cualquier caso, Ghetto Boy y el Bobe, chicos tranquilos, educados y trabajadores, no tienen ninguna intención de hacer apología de la violencia en sus temas.
“Nadie sacará un arma por escuchar nuestras canciones”
“Quien lo haya vivido, se verá representado y quien no, no creo que nadie se ponga a robar o a sacar un arma por escucharlo en nuestras canciones”, dice Ghetto, mientras que El Bobe apunta a que “más que violencia, hay muchos que roban para ganarse la vida y que les hace gracia colgar nuestros temas”. Este debate ya se abrió en su día tras la prohibición y retirada de canciones de drill en Londres. En un reportaje de The Guardian de 2018 ya se planteó la cuestión. Mientras la justicia (que condenó a dos raperos por un concierto en 2019) acusa a algunos raperos de fomentar la violencia, los artistas defendían que lo que hacía su música era “imitar” a la realidad, no fomentarla.
Los músicos de drill suelen evitar explicitar si pertenecen o no a bandas criminales, lo cual les beneficia por un lado de cara a la policía, en caso de que así sea, pero también porque dejan abierto el misterio de cara a mantener vivo a un personaje que tiene que ser lo más auténtico posible. No face, no case. En otro pasaje del libro de Stuart, descubre que uno de los jóvenes raperos que evita hablar sobre el tema no sabe empuñar un arma. Otro que tiene más idea le da unas instrucciones y el vídeo acaba quedando la mar de auténtico. En España, en cualquier caso, no existen aún evidencias públicas de crímenes reales relacionados con canciones. En Catalunya –informan los Mossos a ElDiario.es– no existe ninguna investigación importante al respecto.
En cualquier caso, la mayoría de estos jóvenes han presenciado o experimentado alguna escena de violencia que luego reproducen o exageran en sus canciones. Tanto Ghetto como Bobe tienen amigos en la cárcel (Morad le dedicó un tema a El Coletas, también preso) y Ghetto, que es del barrio de Sax Sala, de Sant Celoni, asegura que un vecino suyo murió en la cárcel y otro colega de adolescencia de cuando vivía en Londres falleció asesinado. “Algunos jóvenes cercanos jugaban con navajas y alguno acabó pinchando a otro en alguna fiesta”, añade. Por lo que a ellos respecta, Ghetto como mucho afirma haber “hecho cosas”. “Pero de niño, ahora ya no. La gente a veces se sorprende de que trabaje. ¿Qué te crees, que me levanto por la mañana, me tomo un café y me voy por ahí por el barrio a ver a quién robo?”, lanza.
“Desaparecieron dos carteras y dos móviles”, “mis enemigos en la tumba uno a uno van a caer”, “te cortamos como un steak”. Con gestos imitando el corte en el cuello, estos son algunos de los versos (o barras, como se conoce en la jerga rapera) violentos de la canción que firmaron Ghetto y Bobe en su día. En los vídeos de drill, casi siempre hay grupos de amigos detrás de los cantantes (en ocasiones ellos también) que aparecen con la cara tapada. La pandemia y las mascarillas han facilitado y universalizado la práctica de cubrir el rostro. Amenazas directas de violencia a otros raperos y gestos simulando el disparo de una pistola son otras actitudes recurrentes.
La policía en la diana
Si las madres y la familia y amigos cercanos son quienes reciben más elogios y mimos en las letras de los músicos de drill, la policía se lleva la gran mayoría de ataques, además de muchas historias de tener que correr delante de ellos. “Se escondían entre los arbustos y decían que querían cazar a los monos para referirse a nosotros”, dice Ghetto, mientras que El Bobe, que es hijo de españoles pero lleva años juntándose con jóvenes marroquíes del Raval, asegura haber recibido alguna torta sin motivo y haber pasado horas en el calabozo por un robo que no cometió. “Te persiguen si eres del barrio y estás en la calle y te tratan mal hayas hecho algo o no”, defiende.
La estética, la actitud, la rebelión de estos jóvenes puede recordar a la de algunos de chicos menos politizados que saquearon comercios y tiraron piedras a la policía en las protestas de Pablo Hasél. Que estén menos politizados que un activista no significa que sean menos sujetos políticos: hablando con ellos, tenían claro que estaban en contra de una policía que sienten que les persigue y que el sistema no les permitía acceder al bolso o a las zapatillas que estaban robando. Ghetto Boy, por ejemplo, explica que en su barrio “el traficante era el que tenía dinero para comprar un balón nuevo si se pinchaba y el que acaba siendo admirado y estando con más chicas”, mientras que “ves al que va a trabajar cada día con las botas, compartiendo piso con no sé cuántos y siempre cabizbajo, no es la imagen del éxito”.
Ghettto rehúye del discurso activista y cree que “la izquierda muchas veces utiliza a las minorías pero no da salidas a los migrantes que quieren trabajar ni cierran los CIE”, y critica la hipocresía que hubo en España con el Black Lives Matter. “Sí, me parece muy bien, pero mis hermanos mueren en el Mediterráneo, no en Estados Unidos”, recuerda. Sociólogos progresistas que analizaron las protestas de Pablo Hasél y otros que han comentado el fenómeno del drill en Londres han apuntado a mirar más allá de los actos de violencia que puedan defender o cometer en las protestas y a escuchar el mensaje de desigualdad y precarización de la vida que hay detrás. Algo parecido a lo que hace la película Los Miserables al analizar los brotes rebeldes de las banlieus francesas.
El género en España tiene una gran particularidad en relación a los americanos e ingleses. Si allí prácticamente todos los géneros del pop, y especialmente los de música urbana, cuentan desde hace años con referentes de todas las etnias, en España estamos ante el primer género cien por cien diverso de la historia de la música. Sin olvidar que Frank T, uno de los primeros raperos de España, nació en Zaire o que Putochinomaricón ha dado visibilidad a los hijos de migrantes asiáticos, no existe una escena en España como el drill en la que la gran mayoría de voces son racializadas. Morad y chavales como Ghetto Boy son, de alguna forma, lo que Iñaki Williams, Munir El Haddadi o Keita Baldé –que pagó hoteles a los temporeros en Lleida al principio de la pandemia– al fútbol: referentes de que no hace falta ser blanco para triunfar en España.
“La música es un puente, nos une”, dice Ghetto, que gracias al rap se ha hecho colega de hijos de dominicanos, marroquíes, españoles. “Una vez mi madre me dijo que había un comercio chino en mi pueblo y fui corriendo a verlo porque no había visto nunca a ninguno. De mayor nos hicimos amigos y vi que los chinos y los africanos tenemos más disciplina familiar y cuidado con la familia que vosotros, los europeos, que os aisláis más”, reflexiona poniendo a los europeos en segunda persona. “Claro, porque solo se nos califica de europeos cuando interesa, cuando hacemos algo bueno”, sentencia el joven, nacido en y criado en Sant Celoni.
Creció escuchando a Youssou N'Dour, que su madre ponía en casa cuando limpiaba y abría las ventanas (“odiábamos esa música de pequeños”) y a otros músicos senegaleses como Ganda Fadiga, un músico muy tranquilo que bebe de una tradición en la que puedes pagar a un músico para que cante la historia de tu vida y que su padre ponía en el coche después de que un africano del barrio les llevara los cedés a casa. Habla perfectamente el sarahule, idioma de su familia. En Reino Unido, un académico ha creado el diccionario del drill para analizar cómo palabras del árabe y de otros idiomas que se usan en la escena pueden enriquecer al inglés. En las canciones españolas, palabras como inshallah o haram van asomándose. Esa diversidad étnica no es tal en lo que respecta al género. “Hay chicas, pero muy pocas”, coinciden Ghetto y Bobe. Una búsqueda en Youtube lo constata, con Bebegrande, Heirah o Ikram, todas ellas racializadas, como referentes.
Aunque el Ghetto sea obviamente antirracista, intenta huir del activismo más explícito en sus letras. “Es algo que ha hecho bien el Morad, porque la mayoría de artistas racializados han hecho música activista. Él mete sus cosas, y yo también las mías, pero contamos historias de la calle para todos”, dice. Algunos de sus seguidores, explica, tienen la foto de Abascal y la bandera de España en su perfil de Youtube, aunque también sufre persecución y racismo. “Los vecinos de toda la vida a veces son los peores, que cuelgan vídeos nuestros para criticar lo que estamos haciendo. Lo que no ven son las horas que pasa un joven grabando un vídeo con nosotros, aprendiendo y pasándolo bien y no haciendo otras cosas malas”, cuenta. “Una vez colgaron un vídeo mío en Forocoches para criticarme, con tan buena suerte que eso me dio visitas”, dice entre risas.
Como sucedió en su día con el trap, hasta que Rosalía y C.Tangana lo llevaron al gran público en España, el drill es, hoy, masivo en números pero más bien desconocido por el gran público y los medios generalistas, a los que los artistas necesitan más bien poco. Ghetto Boy lo corrobora con una reflexión: “Hemos creado una subcultura muy fuerte y rica en las periferias, todo el rap, el trap, el ir en chándal, ¿quién os iba a decir que sería cool? Todo eso lo hemos hecho los chavales de las afueras, y vas al centro y flipan, con tus colores, con tu estilo. Hoy todos quieren ser calle y tener tu picardía. Y de las periferias partes para el centro y del centro, para el mundo, aunque otros lo aprovechan”.
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