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El médico catalán que asesorará a la OMS en África: “Allí la mayoría de los pacientes de COVID en la UCI mueren”

El médico Raúl González, esta semana en Barcelona

Germán Aranda Millán

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La pandemia nos ha cambiado la vida, pero seguramente no tanto como a un anestesista que sintió el olor a COVID y a muerte a diario en las UCI del Hospital de Sant Pau y que la semana que viene parte hacia Brazzaville, capital del Congo, a coordinar como especialista el trabajo de la OMS en casos graves de coronavirus en todo África. O sea, a intentar ayudar a dignificar y reforzar unas UCI donde falta de todo: médicos, enfermeros y respiradores, y donde a veces incluso los aparatos de respiración operan como “un Ferrari en el desierto”, porque faltan especialistas que sepan usarlos. 

La historia de Raúl González (Sant Boi, 1978) empieza en las barracas de Montjuïc, donde se conocieron su padre, lampista nacido allí mismo, y su madre, granadina que trabajó como costurera, limpiadora y ama de casa y que no acaba de creerse que entrevisten a su hijo. Él se crio entre Sant Boi y Anglès (Girona) y ahora vive junto a Lars, un cachorrito que adoptó en su reciente escapada como cooperante a la Guyana Francesa y que se llevará al Congo, y por el que parece tan emocionado como por su nuevo trabajo. Entre ambos episodios, el máster en Salud Pública que estudió en 2019 y el doctorado que supuso el día a día en las UCI en lo peor de la pandemia. 

Para empezar, en el continente africano González no cuenta con una información esencial para valorar el impacto de la pandemia: el exceso de mortalidad. Entre sus objetivos está conseguir, al menos, estos datos de algunos de los países del continente. Aunque está bastante claro que la pandemia ha golpeado con menos fuerza allí que en Europa o Estados Unidos –“menos movilidad, más distancia social, menos densidad en muchos países, una población más joven”, enumera Raúl–, todavía no se sabe hasta qué punto se ha “infradimensionado” el impacto de la pandemia porque falta información. “Hasta hoy falta testeo y por tanto seguramente no conozcamos el alcance real de la pandemia en África”, añade. 

Sus dos meses en Mauritania en su primera incursión con la OMS le sirvieron para echar un cable sobre el terreno en lo que ahora intentará ayudar a mejorar desde los despachos: el deplorable estado de las UCI. Lo muestra con unas fotos de salas que no reúnen las condiciones mínimas para operar. Al lado, fotos del cambio que se produjo cuando el equipo de la OMS, compuesto por él y dos enfermeras, se pusieron manos a la obra para reforzarlas.

En Mauritania, cuenta, hay 36 anestesistas en un país de 4,6 millones de habitantes (en España hay alrededor de 4.000), y la falta de respiradores no puede solucionarse con donaciones. “A veces tener un respirador en África es como un Ferrari en un desierto y eso tenemos que evitarlo”, explica. “Faltan competencias, saber bien cómo entubar, darle la vuelta al paciente… Hay poca cultura de UCI y el sistema sanitario es muy endeble. Es común que alguien enferme y se muera y no se hagan más preguntas y los entubados no sobreviven. En ese sentido, a lo mejor la pandemia puede ser una buena oportunidad para mejorar el sistema sanitario”. Entre sus objetivos a medio y largo plazo: que aumenten las escuelas de médicos y enfermeros y mejoren sus condiciones laborales, para que los pocos que hay no se vayan a Europa.

Por su experiencia en Mauritania, hay indicios para el optimismo en cuanto a mejoras en las competencias de estos profesionales. “A los cooperantes nos tienen que ver mover el culo”, asegura González, que rememora cómo un día, en una intervención en una UCI en Nouakchott, detectaron un brote de COVID. “Lo gestionaron bien y lo controlaron”, relata sobre el equipo local. “Avisé al director del hospital de que había que cerrar la planta y desinfectarlo todo, protegerse y lo hicieron. Al jefe de la OMS le dije que había que avisar al Ministro y tomar medidas, y también lo hizo”, cuenta. Su gestión sobre el terreno es lo que le valió para que le llamaran para el nuevo cargo. 

Más allá de los casos graves, África es un continente, con sus particularidades país por país, “que casi no diagnostica la salud mental” y que sigue sintiendo que pese a la pandemia, “tiene más miedo a morirse por otros motivos que por el COVID”. Por otra parte, la vacunación está llegando a un ritmo mucho menor a otros países. “Hay que entender que eso acaba afectándonos a nosotros, que las vacunas, como toda la pandemia, es algo que hay que entender globalmente y no por países”, lamenta en relación a una gestión que se ha basado mucho en las medidas de cada estado. “Desde el principio lo hemos mirado mal. Nos reíamos de China construyendo un gran hospital pero tenían razón. Ahora lo que afecta a África nos afecta aquí aunque no queramos reconocerlo, sea con la migración o de la forma que sea. Si estuviésemos en el siglo XIV, pues seguramente no nos afectaría todo de manera tan global”, reflexiona. 

Desde que a finales de 2019 le empezaron a llegar vídeos de lo que sucedía en China, Raúl comenzó a informarse sobre la pandemia y, explica, a alertar en el hospital, aunque con un poder de incidencia muy limitado por ser “un peón”. A finales de marzo, se contagió por primera vez de COVID y cree que sabe cuál es el origen. “Recuerdo que fui a intubar a un paciente y sentí un olor de aliento que no había sentido nunca. Las enfermedades huelen y ese olor estuvo luego en las salas de UCI”, recuerda.

Enfermó, y arrastra desde entonces unos acúfenos y una sordera parcial, pero en julio volvió a reinfectarse. En la UCI, le tocaba pasar varias horas al día hablando con familiares de fallecidos al final de la jornada. Pero, como sucede en el debate público, cuesta en la entrevista hablar con pausa y profundidad de la muerte, ya sea porque es una página superada o enquistada. La ilusión por el “gran paso” en su carrera, alimentada por “la sensación de haber sido útil” en sus meses en África, es la que impera. 

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