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Marina Garcés, la enmienda filosófica al modelo ‘Marca Barcelona’

Pocas personas han comparado el modelo Marca Barcelona con la explotación de una plantación de soja sudamericana. La pluralidad de las voces que enmiendan el modelo de ciudad, ya sea desde una vertiente sistémica, cultural, económica o urbanística, han esgrimido diversas razones y riesgos, pero el concepto de turismo extractivista –en alusión al capitalismo extractivista que saqueó América Latina de recursos naturales– y que acuña la filósofa Marina Garcés (Barcelona, 1973) eleva el conflicto que vive la ciudad a un nivel mayor.

Hablamos con ella en el barrio del Poble-sec, donde varios vecinos se detienen a saludarla. Hace tiempo que mantiene contacto con los impulsores del Ateneu Cooperatiu La Base –en la calle Hortes, 10–, inaugurado desde hace unos meses en este popular barrio barcelonés que ha servido para que varios colectivos asamblearios construyan, día a día, otro tipo de relación con el vecindario. En este local, en unas horas, la filósofa presentará una recopilación de artículos –bajo el título de Común, sin ismo– sobre docencia, participación ciudadana y sobre uno de los temas fundamentales de su amplio análisis: la industria turística.

Vive a caballo entre Barcelona y Zaragoza, donde ejerce de maestra de filosofía en la universidad. Pero su centro de gravedad, y gran parte de su análisis, bebe de la gran ciudad. Hace poco, fue una de las voces más prestigiosas que se sumaron a las reivindicaciones de la plataforma Aturem el Pla Paral·lel, que alberga más de una cincuentena de entidades y que lucha por una avenida que garantice el espacio público y un modelo cultural de proximidad. “Barcelona se ha construido en relación a una marca que tiene que competir por sus valores mercantiles en el mercado internacional de las ciudades. Empezó con las Olimpiadas, debía convertirse en ciudad del conocimiento y ha acabado siendo un macro parque turístico”. Es el dibujo inicial que hace Garcés antes de desgranar un modelo que adjetiva como “pernicioso”.

Según explica, es igualmente obvio que el turismo es un gran negocio, como que sus beneficios no se redistribuyen equitativamente. “La brecha entre las rentas altas y las bajas se ha ensanchado en los últimos 20 años en Barcelona”, recuerda. Relata que uno de los aspectos propios del turismo extractivista es su dimensión de chantaje. En palabras de Garcés este modelo “genera una sociedad pasiva, y con una sociedad rendida el chantaje es muy fácil de hacer: o el turismo o nada, nos dicen”. Según ella, del turismo al abuso del turismo hay una diferencia mayúscula: “Este exceso nos convierte en una sociedad dependiente”.

Sobre la 'riqueza empobrecedora' y 'la economía delegativa'

Garcés rescata dos conceptos más subsidiarios de este sector económico: el de riqueza empobrecedora y democracia delegativa. En el primer caso se refiere a la obsesión del gobierno de la ciudad en poner en primer término una serie de beneficios a corto plazo por encima de los daños que generan determinadas explotaciones. En el segundo, alerta de las consecuencias de que se imponga la lógica privada a determinadas políticas. “Se están creando burbujas de legalidad ad hoc, y esto es tan válido para una mina, como para la Fundación Bulli o para el complejo Barcelona World”, espeta la filósofa.

En este sentido, explica cuáles son aquellos elementos que la llevan a comparar el modelo de turismo que ha acabado imponiéndose a la capital catalana con el capitalismo extractivista. “Consiste en aterrizar en un determinado lugar, localizar los recursos naturales más valiosos y explotarlos intensamente. No para repartirlos entre los ciudadanos autóctonos y favorecer el desarrollo, sino para venderlos al mejor precio en el mercado internacional”. Da igual que sea un mineral, petróleo, madera o un cultivo como el de la soja. “La diferencia está en que los recursos naturales somos nosotros, nuestra memoria colectiva y nuestro patrimonio”.

El reto de la confluencia

“Barcelona se encuentra en un duelo del que no sabemos cómo saldrá”. Garcés plasma dos Barcelonas enfrentadas, “la que conocemos con el nombre de Marca Barcelona” y la Ciudad Comuna, “que corresponde a la que se construye desde los barrios y desde abajo”. Asegura que estos dos modelos han llegado a su máxima confrontación con el gobierno de CiU, pero no exculpa a los anteriores responsables municipales. “Hemos tenido un gobierno de izquierdas durante 30 años, no sólo del PSC, sino también de ICV”. Una época en la que recuerda que hubo etapas de diálogo más intenso con sectores vecinales, movimientos sociales y alternativos, pero lamenta que esa relación se fuera “neutralizando”.

En este punto resalta que hayan sido formaciones como antiguos sectores del PSC e ICV-EUiA las primeros en “abrir las orejas” a una posible confluencia con los que, según dice, “hasta hace un tiempo consideraban antisitema y deslegitimados”. Por este motivo, ante la posibilidad de una posible candidatura de ruptura, pide tener memoria. “Lo que no se puede ser es acrítico y convertir la generosidad en una especie de aceptación del mal menor”, dice.

Sin embargo, no entra en hacer condenas vitalicias. Explica que viene de una larga tradición libertaria y que la coyuntura actual pide respuestas nuevas, capaces de ir más allá de antiguas divisiones. “La política no se puede hacer desde el idealismo simplificador. Es una posición muy impotente y hay que ser materialmente y políticamente prácticos”. Para Garcés, el cambio pasa por imprimir “osadía y atrevimiento” y, sobre todo, por “perder el miedo que nos ha inculcado el lenguaje de la crisis”.

Llegamos al final del paseo, de nuevo, a las puertas de La Base, un ejemplo, dice, de la Ciudad Comuna que emerge. Detrás queda la ramblita de Blai, una calle que, hace más de una década, los vecinos consiguieron que fuera peatonal y que, una vez lo ha sido, el espacio público ha sido invadido por las terrazas del negocio de la restauración. Las cifras hablan por sí solas: 41 bares y 35 terrazas –algunas pendientes de obtener la licencia pertinente—en una longitud relativamente escasa: 450 metros. Una inmensa terraza en un espacio proyectado para los vecinos y que sirve a Garcés para ejemplificar los riesgos de la ciudad si las herramientas —tales como un plan de usos, reivindicación que genera un amplio consenso entre el tejido asociativo y vecinal del Poble-sec— no se ponen al servicio de la ciudadanía.