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Martín Caparrós, el periodista que sabe mirar y escuchar

Imagen de Caparrós proyectada durante su homenaje en Barcelona.

Neus Tomàs

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Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) dice que lo único que sabe hacer es estar mirando. Eso y escuchar. En otro periodista podría sonar a una falsa modestia. En Caparrós es el maestro recordando los fundamentos del oficio a los alumnos que le escuchan la tarde del martes en la sede de Pangea en Barcelona. Un público integrado por futuros periodistas, otros que como Xavier Aldekoa dignifican la profesión, escritores como Jorge Carrión, amigos y lectores que quisieron rendirle un homenaje aunque fuese sin su permiso. La excusa es la reedición de Lacrónica (Random House), el libro que recopila cuatro décadas de profesión en un compendio de grandes reportajes que ayudan a ver el mundo como es y no como a veces nos cuentan.

Caparrós es de los que se ríe de los cronistas apegados de sí mismos e incluso de la grandilocuencia con que a veces se habla de la crónica. Llevado por esa misma ironía y para burlarse un poco de la “altanería” de la palabra escogió el título. Antes de viajar con su mirada a la selva boliviana de la coca o a la prostitución infantil en Sri Lanka, Caparrós recuerda sus orígenes, cuando a los 16 años se imaginaba haciendo fotos o contando historias.

“Nunca pensé que sería periodista: sucedió”. Llegó al oficio como se llegaba en la Argentina de entonces, por casualidad. No había escuelas de periodismo y recaló en la redacción de ‘Noticias’ donde trabajaban escritores que él admiraba como Rodolfo Walsh, su primer jefe.

Cuando el Gobierno cerró ‘Noticias’, su padre, un intelectual de izquierdas poco interesado en que su hijo siguiese por esa senda, le aconsejó que si quería dedicarse al periodismo lo hiciese pero que no tratase de ser periodista porque es alguien que sabe un poquito de todo y nada realmente. Tenía razón y a lo mejor tampoco es tan mala cosa.

Ahí empezó la trayectoria de un reportero que como tantos otros tuvo momentos de relación confusa con la profesión, que a los 33 años había publicado tres novelas que nadie conocía y que al nacer su primer hijo recibió una propuesta que podía parecer rara del entonces director de Página/12. Le sugirió hacer “territorios”. Y una vez más, sucedió. Inició así el camino que le ha convertido en el referente de la crónica latinoamericana con sus reportajes en medio mundo.

Ser argentino le ha permitido escribir con más libertad, sin el cartesianismo francés, la mirada imperialista de los británicos o la dominadora de Estados Unidos. Es la prueba de que Borges tenía razón cuando defendía que los escritores argentinos se pueden apropiar de todo, ensayar todos los temas y no concretarse a lo argentino para ser argentino.

Inventó el “género Caparrós”, resume el periodista colombiano Omar Rincón. Leyendo aprendió a tener esa mirada, bautizada como “realismo intransigente”. Porque mirar y escuchar es imprescindible, pero leer también, recuerda Caparrós a menudo a los que quieren dedicarse al periodismo o a los que a veces se olvidan de que es un oficio. Él es de los que desmitifica la vida en las redacciones. Lo bueno, dice, es que conviven (o convivían) varias generaciones y podías aprender de los maestros. Lo malo es lo que define como “el efecto club”, un lugar donde se pierde mucho tiempo.    

Acumula premios. El último ha sido el Ortega y Gasset de Periodismo a la Trayectoria profesional 2023. Al recibirlo lo agradeció con un discurso en verso. Este fue uno de los fragmentos de un texto en el que subrayó que debe ser la realidad la que escriba nuestros diarios:

“Y no solo hablar de esos

que suelen creerse noticia;

no quedarse en la avaricia

de contar goles y besos

y conjuras y congresos

de los que tienen poder.

Más nos vale sostener

esa ambición sin barrera

de narrar la vida entera,

la aventura de aprender“.

“Mirar, pensar y descubrir”. Esa es la fórmula. En conversación con la periodista mexicana Eileen Truax explicaba este martes que en cada edición del taller de libros periodísticos que dirige en la Fundación Gabo comprueba que es un formato que se ha convertido en el refugio del mejor periodismo narrativo. Lo ha sido siempre como prueban sus ensayos, entre ellos El Hambre (Anagrama) donde viajó a distintos países, desde la India a Estados Unidos o Sudán para ponernos ante el espejo vergonzoso de un mundo en el que cada día millones de personas no tienen comida suficiente para sobrevivir. 

El género Caparrós es eso. Mostrar realidades incómodas al lector, a través de la mirada crítica del periodista, con testimonios a los que nadie antes ha dado voz y hacerlo con las palabras acertadas. Ni una más ni una menos.

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