Con menos asistencia que las manifestaciones de años anteriores, pero la Diada ha vuelto a la calle. Miles de independentistas han acudido a la convocatoria de las entidades soberanistas y han recorrido el centro de Barcelona en una marcha que ha servido para constatar la división independentista y realizar una enmienda a la estrategia de ERC a una semana de la mesa de negociación entre Gobierno y Generalitat auspiciada por los republicanos.
La cifra oficial de manifestantes es la menor de las marchas de la Diada: 108.000 personas, según la Guardia Urbana de Barcelona, medio millón menos que en 2019. La asistencia ha disminuido y mucho respecto a las masivas protestas de la pasada década, pero el independentismo ha vuelto a demostrar este sábado su capacidad de movilización, que ha sorprendido incluso a la Assemblea Nacional Catalana (ANC), convocante de la manifestación.
Eran menos, pero ruidosos y dispuestos a trasladar su descontento con la clase política independentista. El president de la Generalitat, Pere Aragonès, ha sido recibido con pitos y gritos de “independencia”. Aragonès ha acudido a la marcha junto a una nutrida representación de ERC, encabezada por el líder del partido, Oriol Junqueras. Más aplausos ha recibido la representación de Junts.
Los discursos de la líder de la ANC, Elisenda Paluzie, y el presidente de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart –en una Diada especial porque es la primera en la que participa desde 2017– han incluido varios dardos a Junts y a ERC. La más dura ha sido Paluzie. “El derecho a la autodeterminación no se mendiga ni se pide al estado opresor, se ejerce”, ha proclamado, para a renglón seguido emular el “president, ponga las urnas” de su antecesora, Carme Forcadell, previo a la consulta del 9-N. “President, haga la independencia”, ha lanzado Paluzie a Aragonès siete años después.
A diferencia del año 2014, el independentismo no tiene ahora ninguna fecha marcada en el calendario: no hay consultas como las del 9-N o el 1-O, ni tampoco una promesa de lograr la independencia en 18 meses. Al margen de la mesa de diálogo, por la que solo apuesta ERC (Junts y la CUP se muestran escépticos cuando no se oponen a la negociación), los partidos han acordado “un embate democrático” que nadie sabe muy bien qué significa. La denuncia de la represión del Estado, protagonista desde el encarcelamiento de los líderes, ha perdido fuelle con el indulto a los condenados por sedición.
Si en años anteriores el 11 de septiembre era una jornada de tregua, este año ERC y Junts no han evitado exponer en público sus discrepancias. Al igual que ha hecho por la mañana el secretario general de Junts, Jordi Sànchez, la presidenta del Parlament, Laura Borràs, ha declarado su “escepticismo” respecto a la mesa de diálogo, además de acusar al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de “boicotear” la negociación. En cambio la secretaria general adjunta de ERC, Marta Vilalta, ha pedido “trasladar la fortaleza” de la marcha a la mesa de diálogo.
La presidenta de la ANC se ha dirigido específicamente al Govern de Aragonès para cargar contra la mesa de diálogo: “El Govern tiene que dejar de mirar al Estado esperando concesiones que no vendrán nunca porque el Estado interpreta las peticiones como un símbolo de debilidad y lo aprovecha para humillarnos”.
Con un tono distinto a Paluzie, Cuixart ha compartido con la presidenta de la ANC la exigencia a los partidos para que abandonen los reproches continuos y acuerden un nuevo plan para la independencia. “Los partidos e instituciones tienen que estar a la altura y trazar una estrategia compartida. ¡Que se pongan de acuerdo de una vez por todas!”, ha aseverado Cuixart.
El presidente de Òmnium ha advertido a las formaciones soberanistas de que la sociedad civil “no permitirá que malbaraten la aspiración de justicia social y fraternidad” del pueblo catalán. “Nos tenemos que poder entender, no podemos seguir así”, ha implorado el presidente de la Associació de Municipis per la Indepència (AMI), Jordi Gaseni.
Ambiente tranquilo pero tensión al final con la Policía
Antes del inicio oficial de la marcha –a las 17:14h., un guiño al 11 de septiembre de 1714, cuando Barcelona cayó frente a las tropas borbónicas– centenares de personas ya se agrupaban en la plaza Urquinaona y el final de la calle Pau Claris, escenario de los violentos enfrentamientos entre jóvenes y policías tras la sentencia del procés en 2019.
El ambiente ha distado mucho de parecerse al de la etapa más convulsa del procés y en cambio recuerda al de las manifestaciones del 11 de septiembre de la última década: familias y grupos de amigos –mayoría de mayores– con ganas de volver a reivindicar la independencia tras la atípica Diada del año pasado, muy reducida y estática debido a la pandemia. La mascarilla ha sido mayoritaria, al contrario que la distancia social. Además ha lucido el sol tras una semana de chubascos en Barcelona.
“Los políticos tienen que saber que la gente no nos hemos olvidado de la independencia”, comentan Ramon y Montse, que han venido andando desde Sant Cugat. A su lado se reparten pequeños carteles en los que se proclama “exigimos la independencia”. “La mesa de diálogo no servirá de nada”, pronostican Joan y Miquel, una visión que seguramente comparte la mayoría de asistentes a la marcha.
Los únicos momentos de tensión se han vivido frente a la Jefatura de la Policía Nacional en la Via Laietana. Un grupo de manifestantes independentistas ha lanzado huevos, papel higiénico y botes de humo contra la comisaría, además de intentar mover las vallas que protegen el edificio, y antidisturbios de los Mossos d'Esquadra han tenido que formar un cordón para separarlos de la Jefatura. Al dispersar a los manifestantes se han sucedido los momentos de tensión con los Mossos en la Via Laietana. Al final, los agentes han detenido a una persona por un delito de desórdenes públicos.