Antes de que un microscópico virus lograse paralizar la actividad de medio mundo, un movimiento multitudinario y rejuvenecido, el de la lucha contra el cambio climático, ocupaba portadas y abría telediarios. Ahora ya no lo hacen, pero sus razones permanecen, desde la deforestación del Amazonas hasta el calentamiento de los océanos, y el fotoperiodismo, testimonio silencioso de los principales conflictos del planeta, da testimonio de ello.
El certamen de fotografía 'Visa pour l’Image' de Perpiñán, que desde hace 32 años expone por las calles de esta ciudad los mejores reportajes gráficos del mundo, no ha dejado que el coronavirus cancelase su cita. Del 29 de agosto al 19 de septiembre exhibe un total de 20 exposiciones entre las que destacan, esta vez, un buen número dedicadas al cambio climático o atravesadas por este fenómeno que afecta a todo, desde una pequeña familia de lobos en Yellowstone hasta la petroquímica más grande de la Europa Occidental, ambas retratadas en esta edición.
“Visa pour l’Image tendrá lugar pese a todo”, proclamaba en mayo su director, Jean-François Leroy, cuando se llegó al acuerdo para mantener el certamen, eso sí, con más proyecciones virtuales, distanciamiento y aforos reducidos. “En tiempos tumultuosos en los que la frontera entre las opiniones y los hechos se desdibuja cada día un poco más”, reivindicaba Leroy, el fotoperiodismo puede aportar su esencia: “Profundidad, matiz y perspectiva”.
Cada minuto se compran en el mundo un millón de botellas de plástico que acaban en vertederos o, mucho peor, en el mar. Los microplásticos han llegado hasta el Ártico, en el océano y en la nieve, y al estómago de miles de aves marinas. “Ahora, décadas después de un uso excesivo, el planeta se está literalmente hundiendo en plástico”, explica James Whitlow Delano, autor de la galería Drowning in plastic, multipremiado fotoperiodista y reciente creador de la campaña 'EverydayClimateChange', que anima a colgar fotos del cambio climático en Instagram.
Afincado en Japón, Delano ha retratado desde los vertederos de la Chennai, en India, hasta la basura que cubre metros y metros del río Estero de Vitas junto a la bahía de Manila, en Filipinas. Su trabajo se acerca también a las minas de La Rinconada, en los Andes peruanos, donde toneladas de desperdicios y bolsas de pástico escoltan a los mineros que van a trabajar en busca de oro.
También en América Latina, otra de las grandes heridas por las que sangra el clima: la selva del Amazonas. Su deforestación alcanzó solo el año pasado los 9,762 kilómetros cuadrados –parecido al tamaño de Asturias–, y ese zarpazo humano a su vegetación supuso un aumento del 29% respecto al curso anterior. Datos que, de nuevo, se entienden mucho mejor junto a imágenes como las que tomó el fotógrafo Victor Moriyama en 2019.
“La expansión de las tierras agrícolas para la ganadería es el factor principal de la destrucción del bosque, y cuenta con el respaldo de políticos poderosos en el Congreso Nacional de Brasil. Existen también actividades mineras ilegales, apoyadas por el presidente Bolsonaro, que ha presentado un proyecto de ley para permitir la minería y operaciones hidroeléctricas en indígenas tierra”, denuncia el fotorreportero, que dedicó dos meses y medio a este trabajo en una investigación para The New York Times.
El cambio climático tiene unos costes que, a menudo, parecería que no alcanzan todavía a perjudicar la vida humana. Pero no es así. El problema es que quienes más sufren sus consecuencias puede que no sean los mayores causantes del calentamiento global.
Un ejemplo de ello se encuentra en la India, con la evolución de los monzones. Estas lluvias estacionales son cada vez más irregulares y extremas, lo que en 2019 provocó que fallecieran hasta 1.600 personas por inundaciones. Pero también hay más períodos de sequía.
“En Chennai, donde los grifos de las cocinas permanecen secos durante meses, las mujeres corren escaleras abajo con coloridas garrafas de plástico cuando escuchan el camión del agua detenerse en su manzana”, relata con todo detalle el fotógrafo Bryan Denton, que trabaja también para The New York Times.
Denton añade sin embargo que no todo es culpa del cambio climático, puesto que, en su opinión, en la crisis india del agua el gobierno ha tenido mucho que ver. “Décadas de codicia y mala gestión son mucho más culpables. Los frondosos bosques que ayudan a contener las lluvias continúan talándose. A los promotores se les da luz verde para asfaltar arroyos y lagos. Los subsidios gubernamentales fomentan la sobreextracción de aguas subterráneas”, enumera el fotorreportero.
Y de los millones de indios a la historia de los últimos Mohana, contada gráficamente por Sarah Caron en Le Figaro Magazine. Una comunidad milenaria cuya cultura y tradición está en peligro, según Caron, que se centra en los que viven en la única aldea flotante que queda en el lago Manchar, al sur del Pakistán. La contaminación industrial ha acabado con su actividad pesquera, escasean los alimentos, hay más inundaciones y los que eran nómadas han acabado abandonando su estilo de vida y se han asentado a la orilla del lago, “formando aldeas hechas de barro y cañas”.
“Mis fotografías son un testimonio del final del paraíso en la tierra donde los humanos y la naturaleza ha estado viviendo en armonía durante miles de años”, resume Caron, en lo que podría ser el broche a su exposición y de tantas otras en este certamen. Un festival que tampoco olvida los otros dos grandes acontecimientos de 2020. La pandemia, evidentemente, y los disturbios contra el racismo y la violencia policial en Estados Unidos, dos exposiciones colectivas.
Sobre la foto que encabeza el reportaje: “El plástico y la basura cubren la superficie del agua del río Estero de Vitas, luego arrojada a la Bahía de Manila, a pocos kilómetros de distancia, y luego al Mar de China Meridional. Tondo, Manila, Filipinas” © James Whitlow Delano
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