Miles de personas han llegado a nuestras ciudades en busca de un lugar seguro para vivir. Escapan de situaciones económicas y políticas infernales, muchas han dejado todo lo que poseían en un conflicto violento y han perdido a sus seres queridos. Queremos que sean bienvenidas. Tenemos los medios para ser buenas anfitrionas, pero también tenemos los recursos para que la acogida sea sostenible. Esto significa ir más allá de algunas fórmulas de aislamiento o paternalismo que se han visto fracasar en las últimas décadas. Necesitamos que el Estado y las instituciones apoyen a la vecindad en la acogida con recursos que ésta no puede ofrecer.
Acoger no es sólo ofrecer refugio, se trata también de compartir nuestra cotidianidad, nuestros espacios de vida con los recién llegados. Esto significa pensar en el ciclo de la bienvenida en su conjunto. No sólo en la urgencia del asilo, sino también compartir nuestra garantía colectiva de derechos sociales, civiles y políticos, así como la inclusión de las personas recién llegadas en nuestras sociedades. Las buenas prácticas están ahí afuera, en otras ciudades y municipios con experiencia y creatividad de Europa y de muchos lugares del mundo, y nos ayudarán a reinventar las políticas públicas de acogida y trato a las personas refugiadas y migrantes en nuestras propias ciudades.
Algunas componentes de este ciclo son: primera acogida y alojamiento; apoyo jurídico, social y postraumático; acceso a vivienda; acceso a la salud, la educación y otros derechos sociales y civiles; el acceso al trabajo y los derechos reproductivos. Existen muchos modelos de cooperación e institucionalmente transformadoras en cada uno de estos niveles.
El circuito integrado de bienvenida ha sido la base de las Ciudades Santuario en los Estados Unidos a partir de la década de 1980. Las ciudades santuario garantizan, por ley o de facto, a los migrantes y los refugiados la posibilidad de acceder a los servicios sociales básicos -educación, vivienda y salud-, así como a los derechos mínimos legales (un debido proceso y a la representación legal).
En Alemania, Austria y muchos otros países, las bases de datos para el intercambio de casas privadas con los refugiados se han establecido por la ciudadanía (por ejemplo Refugees Welcome) y luego asumidas y apoyadas por los ayuntamientos. Los ayuntamientos ayudan a mediar con las oficinas estatales de modo que las personas refugiadas (si han conseguido el estatus de refugiado) pueden usar su subsidio de vivienda para alquilar habitaciones.
En Toscana, el Gobierno local pone en contacto a las personas recién llegadas con las cooperativas locales en un mecanismo distribuido de bienvenida, operando con pequeños grupos de personas y garantizando el apoyo jurídico y social para las personas que piden refugio.
Cuando se trata de apoyo legal y de trauma, las consultas colectivas como las de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca en el Estado español o las Clínicas Jurídicas en Roma muestran cómo es posible pensar en el apoyo jurídico y psicológico como una práctica de empoderamiento colectivo. Ofrecer derechos sociales debe ser considerado una oportunidad para la integración: en Dinamarca la Universidad de Copenhague pidió suspender el Tratado de Bolonia para que los estudiantes acogidos asistieran a clases. En Trieste el sistema de salud es una puerta de entrada para desafiar los problemas sociales, y en Londres grupos de recién llegados están aprendiendo la lengua para poder expresarse y esto es de lo que se trata cuando hablamos de dar una buena bienvenida. Por último, acoger significa involucrar y convertir en parte activa a la nueva gente en la reproducción de la vida en el común: modelos cooperativos (como las cooperativas integrales en Catalunya) pueden jugar un papel fundamental, pero también es una cuestión de compromiso activo con las dinámicas sociales y culturales de las comunidades recién llegadas como parte de la compleja vida de la ciudad. Esto es de lo que se trata cuando hablamos de dar una buena bienvenida.