La próxima semana comienza en París la COP21, conferencia organizada por Naciones Unidas para afrontar el reto del cambio climático. Un reto colosal, el más importante que afronta la humanidad, causa directa de catástrofes naturales, que influye notablemente en flujos migratorios como el de Siria y representa la mayor amenaza para la alimentación, entre otras cosas.
En estas cumbres siempre hay aspectos positivos y negativos. Esta no es una excepción. Por un lado ya casi todo el mundo admite la existencia del cambio climático y sus efectos, acepta que la actividad humana es su principal causa y admite la necesidad urgente de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) para mantener la temperatura por debajo de los 2 grados de incremento respecto a la época preindustrial. Superar estos 2 grados representa desencadenar efectos irreversibles.
Por otra parte, las cuestiones políticas y sobre todo económicas dificultarán enormemente el acuerdo. Las grandes potencias todavía basan su modelo productivo en el consumo de combustibles fósiles, y las naciones emergentes han basado su crecimiento en este modelo. Aplicar medidas drásticas implica una inversión muy fuerte de dinero, y este ha sido siempre uno de los obstáculos más grandes para que cumbres anteriores fueran productivas.
Pero parece que los gobiernos se dan cuenta de que el coste de las consecuencias será más elevado que el coste de las medidas preventivas. Estados Unidos y China, principales emisores, así lo han entendido y se han comprometido ya con un plan ambicioso que puede de alguna manera empujar al resto de participantes a un acuerdo. Este acuerdo debe ser vinculante para ser efectivo, y aquí la postura de los EEUU será fundamental. Obama ya ha declarado repetidamente que hay que pasar a la acción, pero sabe que un Congreso con mayoría republicana vetaría el acuerdo con toda probabilidad. Y no es posible un acuerdo sin los EEUU, pues el resto de potencias y naciones emergentes no lo firmarían, repitiendo el fracaso de anteriores COPs.
Además, la amenaza del terrorismo yihadista puede hacer cambiar las prioridades. Casualidad o no, organizaciones terroristas que se financian básicamente con el control y la venta de crudo han atacado París dos semanas antes de la cumbre, desencadenando una escalada militar que precisamente necesita de grandes cantidades de combustibles fósiles para ponerse en marcha.
Por lo tanto es fundamental que los Estados hagan una lectura correcta de las prioridades y lleguen a la conclusión de que hay que impulsar de forma inmediata una transición a un modelo energético basado en energías limpias y renovables. Reducir o abandonar la dependencia de los combustibles fósiles, además de reducir considerablemente las emisiones de GEI, implica una devaluación del crudo en los mercados por la ley de la oferta y la demanda, y por lo tanto puede entorpecer la financiación de las organizaciones terroristas. Doble beneficio, o win-win situation.
Pero no lo podemos dejar todo en manos de los gobiernos nacionales. Las administraciones locales y regionales pueden tomar medidas en materia energética y de movilidad, sobre todo en cuanto a polígonos industriales, transporte público, edificios municipales, así como favorecer la rehabilitación energética de viviendas, y la ciudadanía puede ayudar cambiando sus hábitos de consumo y patrones de movilidad, y hacer presión participando en movilizaciones y campañas de concienciación e información.
Este domingo, por ejemplo, coincidiendo con la inauguración de la COP21, se ha convocado a nivel mundial una Marcha Global por el Cambio Climático en muchas ciudades del planeta. Una presencia masiva de ciudadanos en estas marchas sin duda hará que el foco no se pierda.
Finalmente, no puede haber justicia social sin justicia ambiental, y en un contexto en que las desigualdades cada vez son más grandes, combatir el cambio climático debe ser la prioridad de toda la humanidad.