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Los cuidados en Cataluña: de dónde venimos, cómo estamos y donde vamos

Carla Alsina Muro

Responsable del Area de empoderamiento económico de la Fundación Surt —

En las últimas semanas, en el área metropolitana de Barcelona, varias administraciones han salido a reivindicar una cura digna. Por un lado, el Ayuntamiento de Barcelona, con la medida de gobierno para la democratización de los cuidados y, por otra parte, el Ayuntamiento de Esplugues y el Consejo Comarcal del Baix Llobregat, con la jornada “quien se encargará del cuidado”, han situado este ámbito como prioridad política en el mandato.

Estamos a tiempo? Lejos de encajar estas apuestas políticas como fórmulas de innovación social, las podemos ver como posibilidades después de años y años de luchas y teoría feminista. Ya sabemos bien los principios de la economía convencional en el marco heteropatriarcal, que separa entre producción y reproducción y subordina la última a la primera, la que no reconoce el trabajo reproductivo como trabajo y la asigna a las mujeres, y pone en el centro de la economía el capital. Frente a ello, la economía feminista toma en consideración todos los trabajos necesarios para la subsistencia, el bienestar y la reproducción social, rompe con la división sexual del trabajo y pone en el centro la vida.

La vida se sostiene con el trabajo de cuidados, que según la definición de la OIT, es el trabajo que comprende las actividades realizadas para dar respuesta a las necesidades físicas, psicológicas y emocionales de las personas en la esfera pública y privada, en el economía formal y la informal, sea o no remunerada.

De dónde venimos?

Entre las décadas de los 70 y 80, nos encontramos con un cambio de paradigma socioeconómico tanto a nivel global como a nivel local. En primer lugar, nos encontramos con una reestructuración productiva y financiera de los mercados globales. El capital pasa a ser financiero y a operar desde marcos que se desvinculan de las economías “reales”, enlazadas con operaciones monetarias locales.

A nivel productivo, la reestructuración consiste en un cambio de modelo, un paso del modelo productivo fordista al modelo postfordista. El postfordismo se caracteriza, a grandes rasgos, para generar cadenas de producción a escala global, en el que las economías territoriales especializan en funciones determinadas y las economías se tercialicen, es decir, abandonan los sectores industriales y se especializan en los sectores de servicios.

En los territorios del norte, también se han vivido dinámicas vinculadas a la llamada crisis de los cuidados, que responde a un aumento de las necesidades de cuidado (por envejecimiento de la población, por recomposiciones y nuevos modelos familiares, etc.) y un descenso de las personas disponibles para realizar tareas de cuidado. Algunas razones tienen que ver con el hecho de que el acceso de las mujeres europeas y occidentales en el mercado laboral, y en los espacios tradicionalmente masculinos, no han supuesto una redefinición de la división sexual del trabajo. Los patrones de género relativos a las responsabilidades productivas-reproductivas quedan intactos.

Debido a estos elementos, se ha creado un nicho laboral de actividad vinculada al ámbito de los cuidados que son, mayoritariamente, ocupados por mujeres migrantes. Este fenómeno genera lo que Saskia Sassen ha llamado como cadena transnacional de cuidados, ya que son las mujeres migrantes las que asumen las tareas de cuidado de los países de destino. Estas mujeres, que han dejado sus comunidades en el país de origen, ejercen las tareas domésticas de otras comunidades en condiciones, muchas veces, precarias y con conflictos relacionados con su condición de migrantes a nivel jurídico y social. Así, podemos empezar a hablar de una división interseccional del trabajo, que además de la división de género incorpora otros ejes como la etnia, el origen y la clase.

Como estamos?

Nos encontramos, hoy, ante las consecuencias de esta división interseccional del trabajo, siendo conscientes de que más allá de que siguen siendo las mujeres las que asumen las tareas reproductivas, son las migrantes, racializadas, indocumentadas, las que sufren, de forma desgarradora, esta forma estructurada que tiene el ámbito productivo de construir peldaños en la escala social.

Sí, en Cataluña nos seguimos encontrando en un contexto en el que se siguen atribuyendo las tareas domésticas principalmente a las mujeres. Destinan 54 minutos más al día que los hombres a cargas de trabajo, siguiendo un estudio del Observatorio Mujer, Empresa y Economía de este año. Las mujeres tienen menos tiempo libre y menos tiempo para el cuidado propio, de acuerdo con datos como los que ofrece la Encuesta de los usos del tiempo, con el riesgo que ello supone para su salud.

Además, si observamos las transferencias del Estado en materia de bienestar, encontramos que hay muy bajas contribuciones por autonomía funcional restringida, y observando las pensiones de jubilación, encontramos que las mujeres mayores de 64 años son el tercer col Colectivo con menos recursos, tal y como señala el Estudio sobre feminización de la pobreza de CCOO.

Cuantificando el trabajo doméstico y de cuidado, observamos que en un escenario de reparto equitativo del trabajo remunerado y no remunerado, las mujeres aumentarían sus ingresos un 25% ─2.759 euros su salario anual─.

Aparte de los datos, encontramos como las tareas de cuidado son desvalorizadas socialmente y simbólicamente cuando, en realidad, desde una óptica capitalista y de acumulación de capital, estos trabajos son los que permiten que el individuo termine siendo autosuficiente, flexible y se mantenga disponible para trabajar en el mercado, y ser lo productivo posible. Ahora bien, esta no es la propuesta de la economía feminista.

Dónde vamos?

La combinación de estas situaciones, conjuntamente con los recortes en el ámbito de la reproducción social y la igualdad, nos hacen preguntarnos hacia dónde vamos.

Tenemos un modelo de organización de los cuidados que es continuista con el modelo del proveedor universal, las relaciones de género están estancadas y ha sido el mercado que ha desatascado la crisis de los cuidados a partir de su mercantilización.

Por tanto, no sólo hace falta visibilizar la importancia de los cuidados, sino que también es importante aportar un discurso global que critique como el capital ataca la vida y su sostenibilidad. En este sentido, se hace patente la necesidad de otras estructuras colectivas de cuidado.

Las apuestas políticas y la construcción de una agenda feminista de los cuidados, como apuntaba Christel Keller (en el artículo“ Hacia una agenda feminista de los cuidados ”Boletínecos, Fuhem ecosocial) deben ir aparejadas con transformaciones sociales de calado que busquen una resolución de los cuidados justa y sostenible, incidiendo en el ámbito familiar para que las familias soporten menos peso.

Asimismo, el sector público debe seguir responsabilizándose más de ellos. Debemos garantizar que el mercado no haga de las suyas menoscabando la calidad de los cuidados ni de los derechos de las personas cuidadas y cuidadoras. Es vital dotar de un marco de derechos el nicho económico que se ha generado a partir del incremento de la demanda de cuidado, que no reproduzca exclusión social ni precariedad laboral.

Lo que queremos, sobre todo, es dar un impulso a la organización social de los cuidados, para romper con esta división sexual (interseccional) del trabajo. Hay una corresponsabilidad social, para valorarlo y de asumirlo. La comunidad debe tener un papel preponderante en el cambio de modelo de organización del cuidado. Si algo tenemos en común todas y todos los que estamos leyendo este artículo es que hemos sido cuidados y cuidadas y que tendremos que serlo. Organizamos el cuidado, que ya toca.

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