Nunca teníamos que haber llegado hasta aquí. Al día de la declaración unilateral de independencia (DUI) y del artículo represor del 155. El conflicto. La incertidumbre absoluta. La fractura. La culminación de la escalada de errores cometidos por las dos partes. El Partido Popular, con Ciudadanos, cree que tiene la gran ocasión de derrotar y humillar a los soberanistas. Y sabe que es la victoria sobre Catalunya, la venganza. El sueño del nacionalismo español.
Y aquí, el independentismo ha decidido culminar su plan, sin mayoría social, sin tener en cuenta los daños. Embarcando a toda la ciudadanía sin un mandato democrático. Porque el soberanismo ni ganó el plebiscito del 27-S, ni, desgraciadamente, el 1-O fue un referéndum con garantías. Lo más triste es que con esta fragilidad, lo más probable es que los propios soberanistas hayan frustrado la oportunidad de la independencia para varias generaciones.
Unos y otros dicen: “No nos han dejado más salida que la independencia o el artículo 155”. Falso. Los sectores más duros de uno y otro lado buscaban este desenlace desde hacía mucho tiempo, muchos años. Ya están ahí. Han desperdiciado cualquier oportunidad de diálogo. Querían el conflicto y ya lo tienen. Pero debemos recordar, una vez más, que la máxima responsabilidad es, con nombres y apellidos, de Mariano Rajoy Brey. Que ha tratado siempre a Catalunya como un instrumento para ganar votos en España y para esconder sus miserias de corrupción. Y que apenas hace unas horas, eligió el “a por ellos” cuando el President Puigdemont abrió una vía de pacto, jugándose que los halcones independentistas le acusaran de 'traidor'. Rajoy optó por la dureza. Como el 1-O, cuando ordenó la represión, la violencia policial contra los que querían votar. O cuando impulsó el proceso que llevó a la cárcel a Jordi Sánchez y a Jordi Cuixart.
Y llegados aquí, nunca habría pensado que tendríamos que volver a reivindicar con nostalgia las convicciones catalanistas; los valores democráticos por los que tantos han luchado toda la vida; el proyecto compartido con el resto de España; el sueño de Europa. Y, por encima de todo, la determinación para que Catalunya sea siempre un 'sol poble'. Y nunca una sociedad fracturada. Como vemos hoy, cuando media Catalunya está de celebración y la otra mitad siente una profunda tristeza.
Después de cuarenta años de democracia, muchos sentimos que entre todos, aquí y allí, hemos roto todo lo que habíamos construido. Que hemos vivido un paréntesis en el tiempo y que, hoy, los peores fantasmas de nuestra historia vuelven a estar entre nosotros. Pensamos que la utopía era posible. Que España era, por fin, una democracia de calidad. Que Catalunya seguía siendo de todos. Que era posible la fraternidad entre los pueblos de España. Fue sólo un espejismo.
Hoy, 27 de octubre, es para algunos un día épico, el día de la dignidad. Para otros, el día de la infamia. Para muchos un día muy triste. El día que perdimos todo lo que nos había costado tanto conquistar. La historia situará ese día en su verdadera dimensión: dirá si fue el primer día de una Catalunya independiente, o el primer día de una época oscura. De una época de la que Catalunya saldrá más dividida, más aislada, más pobre. Y menos libre y democrática. Para todos es el primer día de un tiempo imprevisible y desconocido. El día de la incertidumbre.
Nunca teníamos que haber llegado hasta aquí. Al día de la declaración unilateral de independencia (DUI) y del artículo represor del 155. El conflicto. La incertidumbre absoluta. La fractura. La culminación de la escalada de errores cometidos por las dos partes. El Partido Popular, con Ciudadanos, cree que tiene la gran ocasión de derrotar y humillar a los soberanistas. Y sabe que es la victoria sobre Catalunya, la venganza. El sueño del nacionalismo español.
Y aquí, el independentismo ha decidido culminar su plan, sin mayoría social, sin tener en cuenta los daños. Embarcando a toda la ciudadanía sin un mandato democrático. Porque el soberanismo ni ganó el plebiscito del 27-S, ni, desgraciadamente, el 1-O fue un referéndum con garantías. Lo más triste es que con esta fragilidad, lo más probable es que los propios soberanistas hayan frustrado la oportunidad de la independencia para varias generaciones.